EL PAíS • SUBNOTA › HABLA EL HIJO DE ORTEGA PEÑA
› Por Alejandra Dandan
Ramiro Ortega Peña conserva pocos recuerdos directos de su padre. Tenía ocho años cuando un comando de la Triple A asesinó a Rodolfo Ortega Peña, el 31 de julio de 1974, en la esquina de Carlos Pellegrini y Arenales. De esos pocos recuerdos, se acuerda del mar, de que era una de las cosas que más le gustaba. Y se acuerda de un Winco, con las canciones de Serrat. De que todos los domingos a la mañana su padre los despertaba con ese disco.
Ortega Peña hijo ahora tiene 41 años, es abogado, trabaja en el campo de los derechos humanos, fue concejal de la localidad de Bolívar, en el interior de la provincia de Buenos Aires, y aún vive en ese lugar. Es uno de los dos hijos de Ortega Peña y uno de los que impulsa la causa judicial por el crimen de su padre desde 1988. Ayer, y horas después de la histórica resolución del juez federal Norberto Oyarbide para el expediente, el hijo de una de las víctimas emblemáticas de la Triple A analizó los efectos personales y colectivos de una resolución que, dice, “no es sólo producto de un juez que evalúa, es un juez que evalúa en una sociedad que está haciendo esa evaluación”.
–La resolución del juez Norberto Oyarbide marca un giro en la causa de la Triple A. ¿Cuál fue su primera impresión?
–Creo que marca una hecho en lo personal y en lo colectivo. Como sociedad, nos permite hacernos cargo de que en la historia argentina hubo una estructura paramilitar anterior al golpe de 1976. En lo personal, siempre es movilizante, desde el momento que hubo conocimiento de que era posible la ubicación de estos asesinos.
–¿Cuándo ubicaron a los asesinos?
–Cuando iniciamos la causa demostramos (dónde estaban) y fuimos con una cantidad de testimonios, de personas, de compañeros y amigos de mi padre que aportaron acerca de la configuración de la Triple A, de los asesinatos, y del asesino de López Rega. La deuda pendiente era la estructura que manejaban aquellos que cometieron los asesinatos. Hoy con 41 años de edad, y desde una posición política, debo decir que hubo más de dos mil asesinados por la Triple A que son causa de lesa humanidad que no prescribe en el contexto de una política de derechos humanos que permite darles a tus hijos otra explicación.
–¿Siente que esto le permite explicarles a sus hijos quién fue su abuelo desde otro lugar?
–Conocen la historia de su abuelo, indudablemente uno trata de explicar lo inexplicable: que no había habido justicia durante tantos años y eso responde a la historia de la Argentina.
–¿Por qué cree que ahora sí hay posibilidad de reabrir ese momento?
–Porque indudablemente todo esto forma parte de un proceso: hoy Argentina tiene una determinada política de derechos humanos reclamada por un movimiento social. La decisión (del juez) no es causal. Es una lucha que se dio en la Argentina para ir avanzando: no es sólo el resultado de un juez, es una sociedad que evalúa de esa manera. Creo que empieza a ver una devolución de todos aquellos que lo pedíamos, como los familiares del sacerdote Carlos Mugica como de tantos otros que veníamos esperando. Pero digo, me parece que es importante.
–¿Qué pasó con los familiares de las víctimas de la Triple A que no aparecieron como colectivo, sino como atomizados y casi invisibles?
–Es que posteriormente vino el terrorismo de Estado, la causa de la Triple A y los crímenes quedaron minimizados en cuanto a lo que fue la etapa posterior, pero indudablemente está vigente como el pedido de justicia.
–¿Qué es lo que a los ocho años recuerda de su padre?
–Uno hace una reconstrucción a partir de una construcción colectiva. Hasta ese momento tenía la historia de un padre que pasaba muchas horas fuera de casa y que dejaba los domingos para pasar juntos escuchando Serrat; que compartíamos el almuerzo con los abuelos, porque piense que con el nivel de militancia que tenía, el domingo era el espacio para la familia. El momento de comer todos juntos, como las familias de los tantos, los padres de mi madre que eran totalmente radicales. O de compartir una mesa familiar sin prejuicio de ningún tipo, sin cuestiones políticas.
–Durante la dictadura, ¿usted y su familia se quedaron en Argentina?
–Nos quedamos viviendo en el mismo lugar. La decisión fue de mi madre, porque ella tenía en claro –después evaluaríamos si fue bien– que el objetivo era mi padre. De que él era a quien querían; de que no podían hacer más daño del que habían hecho.
–¿Fue así?
–Nos movimos en el marco de seguridades y para protegernos y nos movimos con ciertos cuidados. Y a partir de ahí se fue dando el proceso de movilización, de mis 16 y 17 años en los que yo empecé a poder participar de las marchas en repudio a las dictaduras, y empezamos a construir etapas nuevas por más angustias que se le generaban, uno tenía necesidad de expresarse y de estar presente con los organismos y las primeras marchas masivas.
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