Sáb 20.07.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

No hace falta estar de acuerdo

› Por Sandra Russo

A mediados de los 90, la actriz, dramaturga y activista norteamericana Eve Ensler descubrió algo insólito: las mujeres no hablaban de sus vaginas. No fue un descubrimiento cualquiera, ya que además vino acompañado por una conclusión: las mujeres no hablaban de sus vaginas, pero se morían de ganas de hacerlo. En el último medio siglo, las mujeres adelantaron un trecho casi inabarcable en materia de derechos, pero la cultura patriarcal había dejado algunos residuos sólidos, algunos de ellos en el lenguaje y otros en las psiquis femeninas. Demás está decir (aunque por lo visto en la Argentina a algunos todavía les hace falta la aclaración) que no hace falta estar a favor o en contra de las vaginas. Las vaginas son un hecho objetivo. Están ahí. Todas las mujeres tienen una y experimentan a través de ellas cosas muy diversas, desde el mayor de los goces hasta la mayor de las humillaciones. Lo que Ensler descubrió dio pie a que se pusiera a escribir unos monólogos que tampoco son la máxima expresión de la dramaturgia contemporánea: su mayor mérito, y no es poco, es haber dignificado esa palabra, vagina, públicamente, antes incluso de que muchas de sus espectadoras lo hicieran en privado. En los Monólogos de la vagina, ya convertidos en uno de los sucesos mundiales de la última década, se dice “vagina” 128 veces, y muy bien dicho está.
Ensler, que en los tempranos 90 era una actriz del off Broadway, comenzó su trabajo con 200 entrevistas a mujeres de todas las edades y de diferentes condiciones sociales y niveles de instrucción. Además viajó a Bosnia y entrevistó allí a mujeres que habían sido violadas durante la guerra de los Balcanes. En 1996, armó con ese material un espectáculo experimental que fue la base de los futuros monólogos. El run run corrió rápido. ¡En algún lugar de Nueva York las mujeres gritaban todas juntas “¡vagina, vagina, vagina”! Era simple, pero nadie lo había hecho antes: chicas jóvenes, mujeres maduras, amas de casa, ancianas, vanguardistas y oficinistas, todas salían pimpantes después de esa hora y pico de catarsis femenina, y el boca a boca llevó a ese espectáculo a convertirse en estos Monólogos de la vagina, que ya recorrieron Londres, Toronto, Vancouver, México, Monterrey, Sarajevo, París, Bruselas, Roma, Montevideo, Madrid, Amsterdam, Jerusalén y Johannesburgo, entre otras ciudades. Es que en todas partes hay mujeres con vagina.
La aprobación unánime que recibieron los Monólogos... en todo el mundo no hubiese sido tal, obviamente, si no existieran en todas partes resabios como nuestro autóctono resabio de Escobar, si todavía –¡todavía!– no hubiera gente que encuentra la palabra vagina inapropiada, sucia, indecente, desafortunada, intercambiable. Es justamente contra esos resabios contra los que se imponen los Monólogos... que, contra lo que los mente-podrida podrían suponer, no se abocan únicamente a la vagina esplendorosa, húmeda, abierta y dispuesta que ojalá todas tuviéramos. Los Monólogos recuerdan también a las vaginas violadas por fusiles en campos de batalla, a las vaginas abusadas de las niñas que pueden acusar a sus abusadores, a las vaginas inexploradas de las mujeres que nunca obtuvieron de ellas, por pudor o prejuicios, ninguna sensación, a las vaginas maltratadas en partos y consultorios ginecológicos.
Glenn Close, Cate Blanchet, Susan Sarandon, Calista Flockhart, Whoppi Goldberg, Winona Ryder, Brooke Shields, Jane Fonda, Nicole Kidman, Melanie Griffith, Goldie Hawn, Alanis Morisette son sólo algunos de los nombres famosos que a lo largo de los años se sumaron al fenómeno. Un fenómeno que no es apenas teatral. De la mano de los Monólogos... fue creada la V-Day Fundation, que junta fondos para organizaciones no gubernamentales que defienden derechos de mujeres en diversos lugares del mundo.
Lo malo de que existan todavía neanderthales como los de Escobar es que uno tiene que ponerse a explicar otra vez cosas tan obvias y tan elementales como que las mujeres no podemos estar pidiendo permiso para decir vagina, porque tampoco nos preguntan si queremos venir al mundo con ella. Viene con nosotras, la tenemos ahí, sabemos todavía muy poco sobre su funcionamiento, los médicos saben muy poco sobre el clítoris, entreamigas no nos contamos cómo son nuestras vaginas y si tenemos un problema con ellas (puede ser que no nos responda cuando la llamamos o que alguien esté haciéndole mal) no tenemos a quién preguntarle. No se trata de estar de acuerdo o no con la vagina, como no se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con el clima templado o con una lluvia torrencial.

Nota madre

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