EL PAíS • SUBNOTA
› Por Marta Dillon
“Esta ciudad está dormida, comprada, lo que único que les importa es recaudar”, Silvia “Poli” Echeverría anunciaba así lo que finalmente pasó: Colón no pudo sostener el corte por tiempo indeterminado de la ruta 135 que conduce al Puente Internacional General Artigas y volvió al esquema de interrupciones programadas de seis horas. La decisión se tomó el domingo a la madrugada. Ni la buena predisposición de la veintena de vecinos de Gualeguaychú que había llegado para fortalecer el piquete, ni la tozudez de la dirigente de una de las cinco asambleas ambientalistas que conviven, pero no se reúnen en Colón fueron suficientes para que las vallas de madera se sostuvieran pasado el fin de semana, más que con alambres, con legitimidad popular.
Lentamente, guardando en algún lado la soberbia que en boca de las y los integrantes de la Asamblea Popular Ambientalista Colón Ruta 135 –ese nombre complejo es necesario para diferenciarse de las otras cuatro– se había convertido en promesa de no volver a liberar la ruta durante el verano, el entramado de madera y cables fue cayendo hasta dejar libre el paso. Atrás quedó la bravuconada de anunciar medidas que “ni siquiera vamos a discutir con el resto porque sabemos que Busti está metiendo su mano para desmovilizarnos”, como había dicho Echeverría –única dirigente visible– olvidando que más allá de las intenciones del gobernador de Entre Ríos, la ciudad de Colón sufre sin la afluencia de los uruguayos para abastecerse e incluso para trabajar merced a la gran afluencia de turismo que llega desde Buenos Aires, Santa Fe e incluso La Pampa. Aun cuando el cambio no favorezca a quienes viven del otro lado del río a la hora de cobrar un sueldo, “siempre es mejor cobrar algo que nada”, como graficó un mozo que se afanaba entre las mesas de uno de los tantos bares de los 30 kilómetros de costanera de los que goza Colón.
El golpe fue duro para Gualeguaychú. Horas antes de que se tomara la decisión de liberar el puente, Jorge Frizler, uno de los referentes de la asamblea que sesiona en Arroyo Verde –donde se corta el paso a Fray Bentos–, exhibía el asfalto desierto de la ruta 135 como un triunfo en cadena que empezaba en su ciudad y se extendería a la frontera completa en poco tiempo. “Lo que pasa es que nosotros dependemos de ellos para tomar decisiones”, decía Carlos Ballay, de Colón, señalando a Frizler. Lo mismo se puede escuchar en Concordia cada vez que se plantea la posibilidad de cortar el puente que la une con Salto, en Uruguay, en una muestra de que la poderosa conciencia que moviliza la ciudad del carnaval apenas trasciende sus propios límites, salvo en grupos aislados entre una mayoría de entrerrianos que lamentan más de lo que festejan la degradación de la relación con los uruguayos.
Después de ver la desolación que campea sobre la ruta 135, a pesar del placer efímero que representa una donación de una decena de sandías frescas para los que resisten el sol sobre el asfalto, el levantamiento del corte no puede ser una sorpresa. Ni los Vecinos en Defensa de la Cuenca del río Uruguay, ni los Vecinos Autoconvocados, tampoco la Asamblea Ciudadana Ambiental o la Asamblea Popular Ambiental, participaron de la decisión de volver a programar los cortes durante seis horas por día con horarios debidamente anunciados. Los nombres parecen un trabalenguas sólo descifrable por entrenados arqueólogos de esta nueva movilización ambiental. Pero detrás de cada grupo hay intereses particulares que los llevaron a embanderarse esperando que así su voz sonara más fuerte. Los Autoconvocados reúnen a los comerciantes que obviamente no quieren el corte, quienes se llaman simplemente ambientalista están ligados al justicialismo –igual que en Concordia–, cuando se usa el mote “ciudadana” los vecinos de Colón saben que es una manera de nombrar a quienes tienen aserraderos y la Asamblea Popular que no lleva la aclaración “ruta 135”, “no quieren a la papelera pero trabajan con el poder”, graficaban el domingo sobre la ruta Echeverri y Ballay.
“Si levantamos –dice Poli Echeverría, periodista radial y sin trabajo desde que se dedicó de lleno a la militancia ambientalista– es porque no queremos enfrentamientos con la gente que no sabe que está cortado. Gendarmería los deja pasar y tenemos que enfrentarnos a las piñas.” Esa estrategia, discreta pero peligrosa, parece ser la elegida por las fuerzas de seguridad que sin intervenir dejan que sean los turistas quienes por pura impotencia desarmen el piquete. Y eso, evalúan tanto en Colón como en Gualeguaychú, puede ser más peligroso que resistir una represión.
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