EL PAíS • SUBNOTA › LUIS BEDER HERRERA, EL PODER DETRAS DEL TRONO
› Por Susana Viau
Nadie sabe si se cansó de ser escolta o si el lugar de segundo fue, en realidad, un puro aprendizaje para acceder, alguna vez, a la máxima jerarquía de la provincia. Todos coinciden, en cambio, en que es un hábil constructor político, un tejedor de relaciones. Por eso, su inclinación al perfil bajo. El rechazo a la sobreexposición no es sólo un rasgo de carácter, hace a la naturaleza de los organizadores, de los que saben que el poder está detrás del trono, de los oscuros asesores que acaban siendo el nervio y el corazón del engranaje. Luis Beder Herrera, a diferencia de la mayoría de sus comprovincianos, no estudió Derecho en Córdoba.
Lo hizo en Rosario, donde trabó una buena, perdurable relación con otro estudiante, el ahora gobernador de Santa Fe Jorge Obeid. El, por esos años, no era indiferente a la política, pero se limitaba a verla pasar. Era uno de los varios hijos de una familia árabe afincada en Campanas, en el minúsculo departamento de Famatina, a la que la inmigración le cambió el Hadad original por un patronímico más sonoro y castizo: Herrera. Los Hadad-Herrera no rectificaron. Al fin, no hay mal que por bien no venga. Y el cambio de la identidad, producto del malentendido o de la prepotencia, quizás haya ayudado a la integración. Eso sí, algo de la cultura familiar sobrevivió: contra lo que la mayoría presupone, Beder no es su primer apellido, es su segundo nombre.
En 1985, de la mano de Angel Maza, ingresó al Legislativo riojano. Fue diputado por su pueblo, Famatina, el enclave en el que la canadiense Barrick Gold Yamiri explota las minas de oro a cielo abierto que, se asegura, envenenan a la población y enriquecen a quienes favorecieron el negocio, crecido al amparo del código minero inspirado por Roberto Dromi. Maza y Herrera gozaban de la bendición de otra dinastía árabe de la región, los Menem. Pero había una diferencia imperceptible. Maza era pollo de Carlos y él, Luis, de Eduardo. Cuando, tras las elecciones que lo elevan a la presidencia de la república, Carlos Menem deja el cargo de gobernador es Herrera quien, como titular de la Legislatura, lo reemplaza hasta la asunción provisoria y fugaz de Alberto Cavero, un interinato que heredaría Benjamín de la Vega. Destituido De la Vega, Luis Beder Herrera conduce la crisis y, al mando del Estado provincial, organiza la primera elección por ley de lemas. El triunfador resulta el menemista Bernabé Arnaudo, que lo lleva en la boleta como compañero de fórmula, si bien la relación se convierte en 1995 en una olla de grillos. En 1999 vuelve a ocupar el cargo de segundo en la estructura de mando; en diciembre de 2001, por influencia de los Menem y delegación de Maza, recala en la Nación para acompañar al efímero y sonriente Adolfo Rodríguez Saá. Sin embargo, su sino hace que, aun en otro escenario, la historia se repita. “El Adolfo” lo designa en la Jefatura de Gabinete, en calidad de vice.
En 2003 aceptó continuar como escolta de Maza. Ahora con una promesa. En las legislativas de 2005, Maza se lanzaría a la senaduría y Herrera cubriría la vacante del gobernador. No contaba con que éste estaba convencido de que su efigie y la provincia eran una y misma cosa. Maza ganó la senaduría a su amigo y protector, Carlos Menem, pero ni soñaba con ocuparla. Dejó en ese puesto a su hermana y regresó a La Rioja. Eduardo Menem relataría los pormenores de la terrible discusión que Maza y Herrera protagonizaron en su despacho. No se trataba sólo del incumplimiento de los tratos. Eran ya incompatibles. Luis Beder Herrera, considerado riquísimo aunque sin que haya ninguna evidencia de su fortuna, maneja sus viñedos de Chilecito y la bodega La Puerta, que provee a la cooperativa La Riojana, de la que salen los vinos Montonero y Nacarí. Está separado de su mujer, que vive en Buenos Aires, tiene una discreta vida privada y una gran familia, pero para romper el molde de los cacicazgos nativos, nadie de ella detenta cargos públicos. Así, mientras Maza se escoraba definitivamente a la derecha, contraía nupcias con una joven del Club Social de La Rioja y realizaba una transformación temeraria de su imagen, Luis Beder, el “operador por antonomasia” –así lo define uno de los más sagaces periodistas riojanos–, alineó sus fichas en el Parlamento y, a pesar de no tener líneas propias en el justicialismo, acumuló fuerza y jaqueó a su antiguo jefe hasta ahogarlo. No sorprendió. Todos sabían de su capacidad para urdir, edificar en los pliegues y mantenerse a flote durante los naufragios. Por eso le llaman “el diablo”.
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