Dom 28.07.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Todo a chorros

› Por Raúl Kollmann

Ramón Hernández gasta chorros de dinero. Vive en el hotel más lujoso de la Capital Federal, el Alvear Palace Hotel, cuya habitación más barata cuesta 410 dólares la noche.
–No, debe haber un error, serán 410 pesos la noche.
–No, son 410 dólares.
Es obvio que Ramón no paga esa cifra, que totalizaría unos 40.000 pesos por mes, pero también es obvio que el ex secretario privadísimo de Menem vive en el más coqueto de los hoteles porteños gastando una fortuna. Este ex suboficial de la Policía de La Rioja come además siempre afuera, y no precisamente en fondas de menú completo a 6 pesos.
Los millones en Suiza, en una cuenta en la que tiene firma junto a Carlos Menem, no condicen con sus sueldos como secretario privado del ex presidente. En su momento, llegó a cobrar oficialmente unos nueve mil pesos mensuales –cifra apreciable para un secretario– pero igual las cuentas no dan para que haya redondeado la fortuna ni de Suiza ni de los gastos del Alvear. Un poco tardíamente, los fiscales y la Oficina Anticorrupción se han empezado a fijar en él.
A Carlos Menem tampoco le cierran las cuentas e igualmente gasta chorros de plata, sin que se explique de dónde sale. En la reciente visita a Estados Unidos, en la que lo acompañaron veinte personas, pernoctó en el Waldorf Astoria de Nueva York –en promedio vale unos dos mil dólares la noche– y no deja de moverse en jets privados. No es poco para quien firmó una declaración jurada en 1989, al asumir como presidente, en la que manifestó tener 26.000 pesos de patrimonio. Al año siguiente ya tenía 400.000 y en una década acumuló, según su declaración jurada oficial, dos millones de dólares. En todo ese tiempo, no tuvo otro trabajo que el de presidente, pero igual las cifras evolucionaron asombrosamente.
Más allá de todos estos elementos, lo concreto es que esta semana Menem reconoció tener una cuenta por 600.000 dólares en Suiza, algo que negó durante años. Se comprueba nítidamente –por confesión– al menos el delito de “omisión maliciosa”, pero además tampoco queda claro cómo llegó a tener esa cifra por cuanto la versión de que cobró fantásticos intereses no encaja con la realidad. El testigo C introdujo la palabra maldita: terrorismo. Dinero por encubrimiento. Antes se habló de negocios con armas, de privatizaciones, de contratos como IBM-Banco Nación donde los centenares de millones de dólares se movieron como chorros. Esta semana, la legisladora del ARI Graciela Ocaña insistirá en que la Oficina Anticorrupción viaje a Suiza a aclarar de una vez por todas cuáles son las cuentas, cuánto dinero hay y cuál fue la ruta por la que el dinero a chorros llegó a Suiza. La realidad hasta el momento es que ningún gobierno tuvo voluntad real de investigar y, para sólo dar un ejemplo, la Justicia tardó ocho años –¡ocho años!– para determinar que María Julia Alsogaray –con departamentos en Nueva York, petit hotel en Recoleta, aportes asombrosos de su padre y facturas truchas de asesoramiento al astillero de un amigo menemista– debía ser imputada por enriquecimiento ilícito.
Es impunidad a chorros.

Nota madre

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