EL PAíS
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La fortuna que Ramón no imaginó tener cuando jugaba al básquet
Su vida cambió cuando conoció a Menem, en la década del 70, en La Rioja.Su increíble vida. Sus gastos y propiedades. La ostentación. Los negocios.
Difícilmente Ramón Hernández hubiera imaginado, cuando vestía la camiseta verde del equipo de básquet del club Facundo de La Rioja, que el destino le depararía una cuenta bancaria varias veces millonaria en dólares en Suiza. Claro que a su destino lo ayudó haber compartido durante tres décadas la intimidad de Carlos Menem. Gracias al empujoncito, Ramón pasó de humilde cajero del Banco La Rioja a su actual vida de magnate sin empleo, un poco allí, un poco allá, un ciudadano del mundo que vive en lujosas suites de hoteles, viste trajes Armani, se mueve en cuatro por cuatro de vidrios polarizados y gasta fortunas en negocios de Miami. Lo que se dice todo un self-made man.
Gracias a sus declaraciones juradas de bienes es posible seguir la evolución de su buena fortuna, un dato común entre los hombres más cercanos a Menem. Bancario en los 70, Hernández comenzó a trabajar junto a Menem durante su primera gobernación, retomó durante la segunda y no lo abandonó más. En la dictadura, volvió al llano y le agregó a su trabajo en el banco un sueldo de suboficial de la policía provincial.
Según declaró, en el ‘88 adquirió con fondos propios una propiedad en la calle Agustín Bardi en la localidad de Quilmes por 112.696 pesos, más un terreno vecino por 55.855 pesos más. Allí viven actualmente su primera mujer, Margarita Luna, y sus tres hijos. También reconoce otra propiedad en la zona cara de la capital de La Rioja, sobre la avenida Francisco Solano. A la vivienda le hizo varios arreglos, tiene un plantel de empleados que se la mantienen impecable y una pared perimetral que evita a los curiosos. La cotización rondaría los 100 mil pesos.
En cuanto a efectivo, la declaración jurada dice poseer 123 mil pesos en efectivo producto de la venta de un inmueble en 1998 y de una Nissan Pathfinder, debilidad menemista si las hubo, junto a la Ford Explorer y la pizza con champán.
Y, según él, eso es todo. Nada de cuentas bancarias, empresas acá en el exterior o negocios de ninguna índole. Es decir, tampoco ingresos que agreguen a lo que puede haber ahorrado durante su década como sombra de Menem. En su mejor momento, Ramón cobraba 3.667 pesos de sueldo más 4.845 pesos por gastos de representación. Total: 8.512 pesos. Con eso, entonces, Hernández acumuló lo suficiente para pasarle dinero a la familia que vive en Quilmes, a su segunda ex, a otro hijo más, a su madre, y su novia de años, Vanesa Grimaldi, y disfrutar de una vida que no sabe de privaciones. Por ejemplo, se sabe de su dúplex en Fisher Island, un selecto reducto de Miami en donde suele cruzarse con Susana Giménez o con su íntimo amigo, Mario Falak, el ultramenemista ex dueño del Hotel Alvear. La propiedad queda frente al mar y si uno quisiera comprar una perecida debería desembolsar la bicoca de millón y medio de verdes. Dicen que por la decoración exclusiva que le hizo una empresa uruguaya tuvo que desembolsar otro medio millón.
Miami también fue sede de su única iniciativa empresarial cuando montó una oficina dedicada a las telecomunicaciones. Fue luego de que cayó el proyecto de la re-re y Menem dejó la presidencia. Aparentemente, Ramón se asustó, se deshizo de toda vinculación con los bingos (el negocio con el que históricamente se lo vinculó) y se radicó durante un año y medio en los Estados Unidos. El emprendimiento norteamericano fracasó. Ramón se dio cuenta de que, en la Argentina, pocos eran los menemistas que debían rendir cuentas ante la Justicia, así que resolvió volver al país, junto al Jefe.
A partir de ahí, la “figura nefasta”, como alguna vez lo definió Zulema Yoma, fijó residencia en una suite del Alvear a la que no tienen acceso los empleados comunes. Allí Ramón organiza ahora sus reuniones divertidas, luego de que tuviera que alejarse forzosamente de la noche desde el asesinato de su amigo Leopoldo “Poli” Armentano. Si no está en el Alvear, a Ramón se lo encuentra en el Boating de San Isidro, en una casa valuada en un millón de dólares propiedad de Héctor Fernández, otro ex secretario privado de Menem, también afortunado y misterioso. Y, si no, anda en cuatro por cuatro o en un Mercedes Benz oscuro por La Rioja. O gastando miles de dólares en los negocios de modistos italianos en Miami. Siempre “de paso”, como define él, disfrutando de la vida de un rico heredero adolescente que considera que aún no llegó el momento de sentar cabeza. El miedo de Ramón era que alguna vez sucediera lo de ayer, que se descubriera una cuenta en Suiza a su nombre y que el castillo se derrumbara. Por eso, sostienen quienes lo frecuentan, su sueño es mudarse a Australia, país que comenzó a conocer a partir de sus frecuentes visitas para hacerse un tratamiento médico. Los recursos, ya se sabe, no son un problema. Los inconvenientes ahora parecen surgir más bien por el lado de la Justicia.
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