EL PAíS • SUBNOTA
› Por Luis Bruschtein
“Huracán Binner” le dijeron cuando ganó su banca de diputado nacional, en el 2005 sacándole diez puntos de ventaja al justicialismo. La metáfora puede ser engañosa, pero lo contrario también. No es un huracán, pero es un político con muchos recursos. Flaco, alto, de ojos claros, vestido a la antigua, Binner es otro producto poco encasillable, de esa mezcla de suizos de la pampa gringa santafesina, con los socialistas concretos y pragmáticos de esa provincia.
Nació el 5 de junio de 1943, en el seno de una familia suizo-alemana en la ciudad de Rafaela, capital de la pampa gringa, de paisanos rubios y de ojos azules y corredores de autos, al igual que el ex gobernador Carlos Reutemann. No era de familia socialista y cursó la primaria en el Colegio San José. El primer impacto en su vida política fue en 1958 cuando el país entero se dividió en dos bandos irreconciliables que disputaban por la educación “libre” o “laica”. A pesar de haberse educado con los Maristas, Juan Hermes Binner tuvo su bautismo de fuego a los 15 años como estudiante secundario y fue uno de los fundadores del centro de estudiantes del Colegio Nacional de Rafaela. Salió a la calle con las marchas que se identificaban con la cinta violeta de los que planteaban la educación laica.
Una generación entera se incorporó a la política en esas luchas. Para Binner fueron el envión inicial. A los 18 años, poco antes de entrar a la Universidad, se afilió al Partido Socialista. En esa época, los socialistas se dividían en dos grandes corrientes: el Socialismo Democrático, referenciado por Américo Ghioldi, partidario de la proscripción del peronismo, y el Socialismo Argentino, liderado por Alfredo Palacios, que planteaba una salida más democrática. Binner, pese a que no tenía la más mínima cercanía con el peronismo, optó por los seguidores de Palacios.
En 1961 ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. En ese tiempo, la fuerza estudiantil preponderante en el litoral eran los socialistas del Movimiento Nacional Reformista (MNR), que se manejaban con cierta autonomía con relación a las corrientes partidarias del socialismo. Fueron los años de formación política, pero más que las obras de Juan B. Justo, Binner leyó al economista norteamericano Leo Huberman y al filósofo Georges Politzer, ambos de formación leninista y cuyas obras eran frecuentadas por la llamada izquierda revolucionaria, con mucha afinidad con el socialismo duro del Chile de los años ‘60 y ‘70. De aquellas lecturas revolucionarias a la actualidad, en un movimiento que se produjo en todo el mundo, el Binner de hoy prefiere definir al socialismo como “una forma de ver el lugar donde se vive” y rescatar la necesidad de una economía de mercado.
En la política universitaria conoció a Guillermo Estévez Boero, quien en 1972 lo invitaría a la fundación del Partido Socialista Popular a partir de la confluencia de una de las divisiones del socialismo argentino con el MNR. En 1970 se recibió de médico y realizó su residencia en el Hospital Italiano de Buenos Aires como anestesista, una especialidad que no tiene el brillo del cirujano o el cardiólogo, pero que está relacionada con la lucha contra el dolor. De todos modos, la mayor parte de su vida su práctica profesional estuvo más relacionada con el sanitarismo que con la anestesia.
Héctor Cavallero fue el primer intendente socialista de Rosario y en 1989 lo nombró secretario de Salud Pública municipal. Como ahora hacen con el intendente Miguel Lifschitz, Cavallero era intendente y Estévez Boero ocupaba una banca como diputado nacional. Pero Cavallero hizo una pirueta hacia el menemismo y luego al reutemanismo. Binner había sido concejal y titular del bloque socialista de la Legislatura rosarina entre 1993 y 1995. Como siempre sucede con Binner, parece que no busca el lugar, pero está allí. Era el dirigente de recambio de una figura como la de Cavallero que parecía irremplazable por su popularidad para los socialistas. Sin embargo, ganó la intendencia en 1995 y fue reelecto por mayoría absoluta en 1999. Ya con el Partido Socialista reunificado, pasó a convertirse en el dirigente más visible del socialismo, sobre todo tras el fallecimiento de Estévez Boero y Alfredo Bravo.
Desde esa adscripción a un socialismo moderado, los principales méritos de la gestión de Binner en Rosario fueron la descentralización y las realizaciones en el plano de la salud. Durante sus intendencias se crearon decenas de centros de promoción comunitaria en los barrios. Con un minimalismo exagerado, cuidadoso de las cuentas, Binner exhibe su austeridad de médico de pueblo con orgullo, de la misma manera que se proclama fanático del Atlético Rafaela cuando se habla de fútbol. Si en esta campaña electoral hubo choques entre los candidatos e inclusive con Kirchner, Binner no pierde oportunidad para recordar una frase de Elisa Carrió en 2005 cuando llegó a Rosario para hacer campaña por los candidatos del ARI: “Es preferible un liberal honesto que un socialista corrupto”. El talante equilibrado y poco dispuesto a la afirmación tajante de Binner se resquebraja cuando recuerda esa acusación.
Hincha de Atlético Rafaela, tomador de mate, comedor de asados, en política no arriesga pero juega en Primera, se da el lujo de recibir apoyos, como los de Roberto Lavagna o Elisa Carrió, sin el compromiso de tener que retribuirlos. Le gusta jugar con las cartas seguras.
Binner se casó dos veces. Tiene cuatro hijos con el primer matrimonio y el quinto con su segunda mujer. Tres de los hijos son médicos como él y otra es ingeniera. Tiene seis nietos. Pero su familia aparece poco en sus actividades políticas y no figura en los textos de propaganda ni en las biografías políticas que han circulado durante la campaña.
Para el justicialismo de Santa Fe, que toleraba el exotismo de tener un intendente socialista en Rosario, Binner se convirtió en una pesadilla en el 2003 cuando compitió por la gobernación y logró sacar más votos que el PJ pero perdió a causa de la ley de lemas. Su relacionamiento con el peronismo desde ese momento tuvo dos caras. En su territorio siguió compitiendo, ya con la seguridad de que podía ganar. Pero aceptó la línea de diálogo que le abrió Kirchner a quien le reconoció sus iniciativas en derechos humanos, en la Corte y con la deuda externa. Se sumó, incluso, a la primera estrategia de la transversalidad que comenzaba a despuntar en los encuentros de los intendentes de Buenos Aires, Aníbal Ibarra; de Córdoba, Luis Juez; de Morón, Martín Sa-bbatella; y su correligionario Miguel Lifschitz, de Rosario. Pero las alianzas de gobernabilidad dentro del PJ que diseñó Kirchner enfriaron esa cercanía, hasta la confrontación en las elecciones de ayer.
Sin la capa y el sombrero de ala ancha, ni la oratoria inflamada y desafiante de Alfredo Palacios, el primer senador socialista de Argentina, Binner afronta ahora la aventura de convertirse en el primer gobernador socialista de la historia política del país en una de sus provincias más importantes. Sobre los hombros de este hombre parco, que parece esforzarse por no sobresalir y con un estilo reacio a las confrontaciones drásticas, recae ahora el destino de una de las corrientes históricas de la política argentina.
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