EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Adriana Meyer
Primero fueron los videntes y las “mujeres pájaro” mezclados con trasnochados servicios de inteligencia que llegaron a pedir permiso al juzgado para ir ellos a rescatar al testigo Jorge Julio López. En esta última etapa de la investigación aparecen conspiradores con planteos tan delirantes como sus aspiraciones de tomar el poder y usar los planes Trabajar para cultivar el campo argentino. Pero esto no es sólo anecdótico o pintoresco. Detrás de la cantidad de pistas disparatadas que hay en el expediente surge una clara vocación de entorpecer el esclarecimiento del destino del testigo. “Es una mezcla explosiva de inoperancia, complicidad y encubrimiento de funcionarios y fuerzas de seguridad”, dijo hace meses la ex detenida Adriana Calvo. Por lo tanto, no parece descabellada la idea de ir tras los encubridores, ante el fracaso en encontrar a los secuestradores de López. En un año sólo cambió, a pedido de la familia, el monto de la recompensa que ofrece el gobierno de Felipe Solá. A un año, cero imputados. Los investigadores se escudan en que, con un caso tan importante entre manos, no pueden dejar de investigar ninguna pista. Así es que tuvieron en la mira a un pariente cercano de López, o desplegaron un megaoperativo en La Pampa y resultó que el hombre visto, que era muy parecido a López, no estaba en sus cabales. Es comprensible que no se dejen cabos sueltos, pero al no ponderar cada pista las más valiosas se diluyen. La desaparición del testigo que contribuyó a la primera condena a prisión perpetua por genocidio contra un represor pone en carne viva el desamparo de los testigos. Menos aún se ha pensado en un rediseño de los juicios para evitar que tengan que dar su testimonio tantas veces. Si bien no hubo una masiva deserción y los procesos contra represores siguen en pie, a este ritmo la impunidad puede ganar la pulseada. La ausencia de “Tito” puso en foco que todavía hay 9 mil agentes en la Policía Bonaerense que revistaron en la dictadura y que la cárcel de Marcos Paz funciona como una “sociedad anónima” (frase acuñada por un alto funcionario del gobierno nacional). El regreso del fantasma de la desaparición haría que la reforma de León Arslanian quede en la nada y la próxima gestión vuelva a darle poder político a la Bonaerense. Un adolescente le dice a otro “no lo vamos a encontrar”, y así se vuelve a instalar entre nietos, hijos y padres la idea de que la desaparición puede ser algo cotidiano, sin que sepamos bien de dónde viene el golpe. López no es el único desaparecido en democracia, pero sí el que desapareció dos veces por razones políticas. No estaba debajo de un puente. ¿Por qué acostumbrarse a eso?
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