EL PAíS • SUBNOTA
› Por Marta Dillon
- En la mitad de la calle, vestido con un largo impermeable habano y sombrero al tono, un hombre de barba se afanaba lavando una camisa en una improvisada cocina ambulante en la que también se organizaba una tabla de planchar y se cocía un pollo. “Ni arriba, ni abajo, ni adelante, ni atrás, ni al lado”, decía el cartel que engalanaba esa instalación. “Yo me autoconvoqué”, decía el actor Diego Dozo y mostraba a todas las que pasaban por su lado –y que a veces lo aplaudían– otro letrero: “Bienvenidas, el Encuentro nos fortalece”.
- Las tarjetitas son pequeñas, útiles para llevar en la billetera de la dama o el caballero. Muestran un planisferio sobre el que se reparten parejas dibujadas con el icono clásico que señala las puertas de los sanitarios para varones y mujeres. De ese lado, junto con las parejas heterosexuales, hay una leyenda: “Hay otro mundo”. Del otro decía: “Y está en éste”, claro que esta vez el planisferio estaba plagado de parejas de mujeres. Lo repartían y lo firmaban las Fugitivas del Desierto, lesbianas feministas de Neuquén que lucieron unas remeras que no podían pasar desapercibidas: en blanco sobre negro se imprimía “Potencia tortillera”. Y más de una se las envidió.
- María José Lubertino, titular del Inadi, se mezcló en la marcha con uno de los pañuelos verdes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, seguro y gratuito. Por un milímetro alcanzó a esquivar uno de los zapallitos verdes que se arrojaron desde un balcón sobre la marcha. “Por suerte estaban hervidos”, reflexionó alguien que también los esquivó. “Sí, pero con el precio que tiene la verdura, es un verdadero pecado”, cerró una mujer que marchaba con la columna de las que habían llegado desde Morón.
- La reivindicación del placer y de una sexualidad libre fue una constante tanto en las discusiones de los talleres como en los cantos que se entonaron en la marcha con creatividad urgente. Al clásico “saquen sus rosarios de nuestros ovarios”, por ejemplo, se le agregó “y las crucecitas de nuestras conchitas”. “A coger, a coger, que todas las neuronas reaprendan el placer”, decían otra consigna sofisticada. Hasta ahora no hay registro de que la palabra “reaprendan” se haya incluido en otro canto coreado por miles de voces.
- Cada vez que algún grupo de varones saludaba a la marcha y se adornaba voluntariamente con los pañuelos verdes, el saludo era espontáneo. A veces en forma de aplauso, otras con el grito de guerra que se asocia con los indios (o las indias, mejor dicho), y fue una escena que se repitió a lo largo de toda la caminata. Pero también se vieron unos calcos que se disputaban cuando se los repartía: “No queremos tu apoyo”, decía la leyenda y dentro de una señal de prohibido se podía ver el dibujo sintético de una mujer en un colectivo apoyada desde atrás por un hombre.
- Entre las filas de los católicos había una figura que se recortaba del resto por lo provocador de su aspecto. Bigote militar, peinado a la gomina, traje y anteojos negrísimos en plena noche. Fue el único que se atrevió a extender la mano más allá del cerco para quitarle el pañuelo verde con desprecio a una mujer mayor. Nadie quiso tocarlo, pero los cantos sobre la relación entre Iglesia y dictadura los escuchó tan cerca de su oreja que no pudo seguir rezando el rosario. El límite, sin embargo, lo pusieron las chicas que mostraban las fotos de mujeres enamoradas con la leyenda “Dios me ama porque soy lesbiana”. Con gesto pío se colaron entre los rezadores y posaron para la foto.
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