EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
La presidenta electa confirmó en forma explícita a los cuatro jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y transmitió una señal fuerte a favor de la continuidad en su cargo del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, al sentarlo a su lado en el anuncio de la canasta navideña. Lo mismo había hecho Kirchner al disponer que el secretario de Transporte Ricardo Jaime anunciara la transferencia a un ente civil del control del tráfico aerocomercial. En todos los casos, el gobierno dejó sentado que privilegia la lealtad personal sobre cualquier otra consideración y que las decisiones de fondo se toman entre dos. Alberto Fernández anhelaba el relevo de Moreno y Jaime y Nilda Garré, igual que su antecesor, José Pampuro, hubiera preferido reemplazar a Roberto Bendini al frente del Ejército. La autonomía de Moreno y Jaime se debe a la confianza del Presidente, antes que al casillero que cada uno ocupa en el organigrama de sus respectivos ministerios. En ambos casos, el gobierno parece entender que la amplitud de la victoria electoral es suficiente para desdeñar los cuestionamientos judiciales o políticos respecto de esos funcionarios. La situación de Bendini tiene otra dimensión, dado que pocos días antes la ministra de Defensa había relevado y puesto en disponibilidad a uno de sus hombres de mayor confianza, el ex jefe de inteligencia, general Osvaldo Montero, descubierto cuando operaba en favor del reemplazo ministerial. Kirchner avaló la expulsión de Montero pero CFK confirmó a Garré y al mismo tiempo sostuvo a Bendini. La decodificación de estas decisiones es compleja y contiene mensajes cruzados. Por un lado, sugiere que la ceremonia del 24 de marzo de 2004, cuando Bendini descolgó los cuadros de los ex dictadores de las paredes del Colegio Militar, es valorada como una prueba suprema de subordinación al vértice del poder político, merecedora de recompensa. Por otro, esta confianza no lo autoriza a limar a la ministra, ni parece extenderse al subordinado descubierto en desacato. El episodio en su conjunto ratifica tanto la firmeza con que el mando está asentado en el Poder Ejecutivo, lo cual dados los antecedentes de la democracia aborigen es tranquilizador, como la discutible dificultad para una construcción institucional menos personalizada.
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