EL PAíS • SUBNOTA › OPINION
› Por Luis Bruschtein
El presidente colombiano Alvaro Uribe ha sido siempre contrario a cualquier negociación con las FARC. El farragoso proceso de esta última etapa fue una concesión que debió hacer a regañadientes por la incesante campaña que paradójicamente han realizado los familiares de los rehenes de la guerrilla que sensibilizaron a la opinión pública colombiana y lograron sumar al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, interesado especialmente en la libertad de la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, de nacionalidad colombiano-francesa. El proceso de liberación de los rehenes se debe sobre todo a ellos.
Nadie podría acusar a estas personas de simpatizar con la misma agrupación que mantiene como rehenes a sus familiares. Y si no fuera por su esfuerzo, el proceso de entrega de Clara Rojas, su hijo Emmanuel y de la congresista Consuelo González, nunca hubiera existido. Ellos sensibilizaron a Hugo Chávez, a Sarkozy, a Lula y a Cristina Fernández de Kirchner.
Si los familiares no se hubieran movilizado, Uribe no hubiera permitido esta especie de excepción a una estrategia que se basa en la solución militar del conflicto. Una estrategia que ya lleva más de cincuenta años sin resolver nada. A las mismas FARC, la movilización de los familiares comenzó a ubicarlas en un lugar poco simpático. Es difícil explicar los motivos de tener prisioneros tantos años en condiciones tan difíciles.
Por más particular que sea –y Colombia y su historia lo son– no hay país que soporte tanto tiempo una guerra. De alguna manera, los familiares de los rehenes sintonizaron con una corriente de expresión cada vez más extendida en la búsqueda de la paz en un país donde el enfrentamiento militar llegó a un punto en el que ninguno de los contendientes puede ganar más de lo que tiene.
Por su situación, estas personas podrían haberse enrolado en las corrientes antiguerrilleras más furibundas –y quizás algunas de ellas piensen así–, pero son las que impulsan con más convicción el diálogo, la búsqueda de la paz y una salida política. En medio del complejo proceso de los últimos meses, plagado de intereses y operaciones políticas y militares, han sabido mantener hasta ahora la suficiente lucidez como para no cortar los puentes con nadie. Y por esta razón hay quien las acusa de simpatizar con la guerrilla. Ayer, una locutora de la derechizada televisión comercial venezolana calificó de esquizofrénica a la madre de Ingrid Betancourt. ¿El motivo? Estaba indignada porque la señora habló de paz y de diálogo, no de revancha.
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