› Por José Natanson
Hay una escena del libro de Martín Sivak que condensa la trayectoria, la personalidad política y el lugar en el mundo que ocupa Evo Morales. El 27 de septiembre del 2007 Evo Morales aterriza en Nueva York con una pequeña comitiva para participar de la reunión de la ONU. Se reúne con Bill Clinton, almuerza con el canciller cubano, conversa con los empresarios del Council of the Americas. El día de la Asamblea General, Evo repasa los detalles de su discurso con un grupo de colaboradores. Como tenían hambre, dos asesores fueron a comprar helados a un local cercano. Les cobraban tres dólares por cada vaso con cucharita, así caminaron unas cuadras más y compraron envases de plástico en un mercado. Sentados en ronda, Evo explica que llamará a descolonizar la ONU. Prueba el helado de vainilla con confites. No lo conoce, le gusta y dice: “Pásame el de arvejas”. No dice “bombones” ni “confites”. Dice “arvejas”. Y no lo dice para recordar ante sus compañeros su infancia miserable, pero tampoco con vergüenza ni con nada. Para él, un campesino que nació en un pueblo castigado del altiplano, cualquier pelotita sólida dentro de una crema será siempre una arveja.
A diferencia de Lula, que pasó hambre de chico, pero ya a los veinte años dejó de ser un obrero para convertirse en un sindicalista, con todo lo que esto implica en términos de comodidad y seguridad material, Evo sigue siendo un campesino: en sus hábitos cotidianos, como comer guiso de carne de llama con las manos, en la política de austeridad máxima que le imprimió a su gobierno y hasta en sus horarios: las reuniones de gabinete se realizan a las 5 de la mañana, antes de que salga el sol. Cuando era niño, Evo sacaba a las llamas bien temprano y, según cuenta el libro, de tanto en tanto se acercaba a la ruta para comer las cáscaras de naranjas que arrojaban los pasajeros de los micros que pasaban como bólidos.
Jefazo mezcla las anécdotas cotidianas del Evo presidente con una clásica biografía. Sólo podía escribirlo Sivak, periodista argentino especializado en Bolivia, quien conoce al líder del MAS desde hace 10 años y que, para reunir el material de su libro, lo acompañó por, literalmente, medio mundo: estuvo con él en Africa, América latina, Estados Unidos y diferentes ciudades de Bolivia, y tuvo la buena idea de no intentar un ensayo histórico ni político sobre el proceso boliviano –aunque naturalmente aparecen, aquí y allá, retazos de estos géneros—, sino un retrato de Evo y de su gobierno, una crónica movediza como su personaje pero que al final permite detenerse, casi sin darse cuenta, en sus principales desafíos y límites.
Lo único que tal vez se podría señalar es que algunas contradicciones o limitaciones de Evo Morales que aparecen mencionadas –el cambio de posición respecto del primer referéndum de autonomías, la tensión entre la democracia representativa y los métodos de acción directa– podrían haberse explotado más, pues seguramente hubieran contribuido a redondear la imagen y definir más claramente los objetivos del gobierno. Pero es solo un detalle. Lo central es el buen retrato del personaje y su época, sin caer en tomas de posición explícitas ni juzgar todo desde arriba, buscando una mirada más horizontal, que no evalúa ni critica ni elogia, pero que al final transmite algo bien concreto: la idea de que, de todos los gobiernos que protagonizan el giro a la izquierda de América latina, el de Evo Morales es el que enfrenta el desafío más importante en el contexto más delicado, pero que es también –mucho más que el confuso y por momentos vacío de sustancia proyecto chavista– el más ambicioso y –esto es una nota personal, que seguramente Sivak comparte– el que más merece el éxito.
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