› Por Javier Lorca
Entre las formas literarias que podrían considerarse menores, la más afable para la lectura quizá sea la de las lecciones. Cuando acierta a recuperar la oralidad original y sus matices más o menos pedagógicos, incluida la reiteración que redunda para enriquecer, la recopilación de clases o disertaciones ofrecidas por un escritor o un intelectual permite disfrutar no sólo de ideas expuestas con una sencillez que, por algún prurito letrado, el texto escrito suele descuidar, sino también de algo más, un excedente que hasta compensa a quienes preferirían aquella densidad gráfica: la exposición de las modulaciones del autor, sus comentarios ocasionales, sus ocurrencias laterales, su pensamiento en acción. Algo así como sus palabras vivas, su vida en palabras. Y lo que silenciosamente repone esa repentina encarnación del autor es la entrañable escena que toda lectura supone y generalmente oculta, la tranquilizadora escena del maestro con su discípulo, el padre con su hijo, una voz que nos enseña un mundo.
La serie de famosas lecciones convertidas en libros tiene remotos antecedentes, acaso platónicos. El capricho lector elige recordar, en el campo literario, los flagrantes ejemplos de Borges y Nabokov y ahora celebra, en el campo de los estudios culturales, la publicación de Historia de las ideas en la Argentina, de Oscar Terán. A partir de las clases impartidas durante dos décadas en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), como titular de la cátedra de Pensamiento Argentino y Latinoamericano, Terán terminó de redactar el manuscrito de este libro en diciembre de 2007, pocos meses antes de morir.
“Las representaciones son parte de la historia, contribuyen a la historia, son elementos activos en los rumbos que toma la historia”, es la cita de Raymond Williams que Terán recoge para inaugurar su decena de lecciones sobre el período 1810-1980, en un recorrido por “sólo algunos mojones culturales de nuestra historia”, tras las concepciones intelectuales de la nación y la sociedad, los rastros de las ideas y los discursos que fueron tejiendo las tramas de la Argentina. El itinerario comienza con la influencia en el Río de la Plata de una parcial “Ilustración católica”. Sigue con el pensamiento de una Revolución de Mayo que “nació sin teoría” y “sin sujetos políticos o sociales”, con la construcción de una identidad nacional desde el romanticismo desfasado de la generación del ’37, con los hitos del positivismo, el modernismo, el antiliberalismo y la crisis de 1930. La novena lección versa sobre los rasgos culturales durante el primer peronismo, cuando el campo intelectual espejaba hacia su interior, en forma inversa, la escisión polarizada que atravesaba a la sociedad –“una minoría de intelectuales adhiere al movimiento, mientras que la mayoría lo rechaza”–. El final, la última lección, reflexiona sobre la relación entre “violencia política, terrorismo estatal y cultura”, en “el tiempo más amargo y atroz de la Argentina moderna”.
Con un tono ligero y pareja lucidez, las lecciones de Terán construyen una interpretación tan atractiva como reflexiva y sugerente de dos siglos de historia. Detrás, como una constante no explicitada pero sentida en sus palabras, se deja leer su credo escéptico, el que alguna vez eligió definir con una frase de Cioran: “Siempre hay que estar con los oprimidos, pero sin olvidar que están hechos del mismo barro que los opresores”.
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