Lun 03.10.2005

ESCRITO & LEíDO

El sistema después de la crisis

› Por José Natanson

El paisaje político ha cambiado. Asistimos ahora a una progresiva territorialización del sistema de partidos argentino, un proceso mediante el cual el comportamiento de las fuerzas políticas, sus líderes y sus votantes se vuelven cada vez más locales. Al mismo tiempo, el final del bipartidismo a nivel nacional no se replicó en los subsistemas locales, donde conviven esquemas fragmentados –Capital, Mendoza– con otros bipartidistas –Misiones, Entre Ríos–, otros tripartidistas –Tierra del Fuego, Salta– y otros de partido hegemónico, como las feudales La Rioja y San Luis. No hay, entonces, líneas programáticas o clivajes ideológicos definidos que guíen la acción de grandes fuerzas políticas nacionales, como ocurrió durante el siglo XX, sino constelaciones variables y precarias de estructuras y liderazgos.
Auspiciado por la Fundación Pent, el proyecto que dirigieron Ernesto Calvo y Marcelo Escolar buscó establecer un diagnóstico de los cambios en el sistema político luego de la crisis del 2001. La conclusión más evidente es un cambio de la tendencia dominante durante los últimos cien años. En efecto, durante casi todo el siglo XX la Argentina experimentó un proceso de centralización política y administrativa que tuvo su correlato en la nacionalización del sistema de partidos. El radicalismo, que surgió a principios de siglo en las provincias más populosas, se expandió luego al resto del país. Lo mismo ocurrió con el peronismo, un movimiento que nació metropolitano y ligado al mundo de la fábrica y que velozmente se convirtió en una fuerza de alcance nacional.
El nuevo escenario partidario está caracterizado por dos procesos superpuestos. La progresiva territorialización del sistema de partidos y la emergencia del PJ como un partido predominante, pero no hegemónico, que se ha transformado en el único con presencia nacional. Sin embargo, no cuenta con la mayoría en el Congreso; su caudal es inferior al 50 por ciento y está asediado por fuertes tensiones internas: a diferencia de lo que ocurría en los ‘80, cada facción interna debe revalidarse previamente en los diferentes distritos, lo que ha llevado a los ejecutivos peronistas a explorar estrategias de desperonización hacia la derecha –menemismo– y hacia la izquierda –kirchnerismo–.
Calvo y Escolar investigan también algunos distritos en particular, analizan los cambios en los escenarios legislativos y describen los efectos de la reforma constitucional de 1994: el ballottage –aseguran– dio más ímpetu a los terceros partidos y alentó las candidaturas extrapartidarias, lo que a su vez elevó el nivel de competencia de las elecciones de diputados. La fragmentación política produjo, a su vez, a una caída en la tasa de aprobación de las leyes en el Congreso. El libro incluye también una evaluación de las reformas políticas y los proyectos de modificación del sistema electoral implementados a nivel provincial, usualmente al calor de los reclamos contra los políticos, y arriesga un dato sorprendente: en promedio, las reformas electorales implementadas en las provincias han implicado un premio de entre un 3 y un 6 por ciento a los partidos que controlaron el proceso de reforma.
Riguroso, cargado de datos, tablas y complicadísimos juegos estadísticos, el libro es el resultado de una investigación profunda y seria. Hay, sin embargo, algo que se le escapa, y es la necesidad de redefinir el propio concepto de partido a la hora de analizar el sistema político argentino. ¿Puede hablarse del radicalismo como un partido o es más bien la articulación débil de estructuras provinciales? En los lugares en donde, como Tierra del Fuego, el radicalismo candidatea a un hombre del gobierno en el primer lugar de su lista, ¿sigue siendo radicalismo? Y Compromiso para el Cambio: ¿es un partido distrital como el Movimiento Popular Neuquino o es un sello al servicio de Mauricio Macri? ¿La disputa del peronismo de la provincia de Buenos Aires implica el choque de un partido contra otro, de un partido contra una figura o de un partido contra el gobierno? En definitiva, ¿tiene sentido seguir hablando de partidos políticos o convendría quizás repensar los términos antes de avanzar en análisis cuantitativos?

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