ESCRITO & LEíDO
El testimonio falible
› Por José Natanson
“Se ha impuesto el giro subjetivo”, sostiene Beatriz Sarlo, casi como un desafío, en el comienzo de su ensayo Tiempo pasado. Y no es que no reconozca la relevancia de la primera persona para reconstruir la memoria del pasado trágico. Lo que ocurre –argumenta Sarlo, con esa capacidad para detectar las distorsiones y los dobleces de las discusiones públicas y las construcciones del sentido común– es que el testimonio no es infalible, y mucho menos a partir del auge de las “industrias de la memoria” y en el marco de una sociedad oscilante y poco propensa a la autocrítica.
Para que no queden dudas, Sarlo aclara que la suya es una mirada desde el campo del progresismo liberal, y que dudar de algunas cosas no significa más que eso: dudar. “Como instrumento jurídico y como modo de construcción del pasado, allí donde otras fuentes fueron destruidas por los responsables, los actos de memoria fueron una pieza central de la transición democrática, sostenidos a veces por el Estado y de forma permanente por organizaciones de la sociedad.”
Aclarado el punto explica su objetivo: “Este libro se ocupa del pasado y de la memoria de las últimas décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales del testimonio sino frente a sus otros usos públicos. Analiza la transformación del testimonio en icono de la verdad o en el recurso más importante para la construcción del pasado”. El giro subjetivo –tal la definición de Sarlo, que la toma del famoso “giro lingüístico” de los ’70– coincide con un cambio de orientación en algunas corrientes de las ciencias sociales y en la sociología de la cultura, donde la identidad de los sujetos ha recuperado el lugar que en otra época ocupaban las estructuras.
La idea es, entonces, examinar los límites del testimonio, las debilidades del relato, y responder a una pregunta esencial: ¿cómo se articula la memoria colectiva, como es posible avanzar en esa construcción sin caer en autoengaños, sin pretender un uso neutro de la memoria, pero también sin acelerar los duelos? En su búsqueda, Sarlo retoma a Walter Benjamin, discute con académicos y escritores, recuerda libros y películas y se mete en debates actuales: es notable su análisis de la discusión entre historiadores académicos y populares, a los que define como aquellos que escuchan los sentidos comunes del presente, se orientan a partir de las creencias de su público y cuyo método consiste en “presuponer siempre un análisis”: el éxito de los historiadores masivos –argumenta– revela que las operaciones con la historia entraron también en el mercado simbólico del capitalismo tardío.
Polemista virtuosa, Sarlo está dotada de un filo especial, una capacidad casi quirúrgica para intervenir en los debates públicos y registrar sus puntos oscuros y sus contradicciones. Lo demuestra una vez más en Tiempo pasado..., un ensayo breve y lúcido que concluye con una cita de Susan Sontag: es más importante entender que recordar, aunque para entender sea necesario, a veces, recordar.