ESCRITO & LEíDO
Perón sin peronismo
› Por José Natanson
“La historia es una crónica de lo que la gente ha hecho, no de aquello que dejó de hacer.” Así desacredita la historia contrafáctica el conocido historiador E. H. Carr en su clásico ¿Qué es la historia? Sin embargo, como señala sagazmente Juan Carlos Torre, hasta el mismo Carr no puede evitar la tentación de los argumentos contrafactuales: en sus estudios sobre la revolución rusa se pregunta qué hubiera pasado si Lenin no hubiera muerto y el sanguinario Stalin no hubiera ocupado su lugar.
Despreciada por buena parte del establishment universitario, la historia contrafáctica es una poderosa corriente académica en Gran Bretaña, con el profesor de la Universidad de Oxford Niall Ferguson como uno de sus principales exponentes. En Argentina, al igual que en el resto de América latina, hay pocos estudios de este tipo. Uno de ellos es el capítulo de Juan Carlos Torre incluido en el libro El 17 de octubre de 1945. Antes, durante y después, donde el investigador de la Universidad Di Tella se pregunta qué hubiera pasado si hubiese fracasado el 17 de octubre , y confirma que este particular género de investigación no implica decir cualquier cosa: requiere un ejercicio de imaginación importante y un vasto conocimiento de la época y de las condiciones de posibilidad de los procesos políticos.
Torre analiza minuciosamente dónde introducir el desvío contrafactual: ¿en la actitud de la CGT, en las posiciones de Evita, en las del mismo Perón? Rastrea el desánimo del líder derrocado, la inexperiencia de su mujer, y concluye que la clave se encuentra en el general Avalos, un hombre sin ambiciones al que la historia ubicó en un lugar clave –comandante de la guarnición de Campo de Mayo– y que optó por no reprimir las manifestaciones espontáneas.
Torre imagina una represión decidida de Avalos y el fracaso de la movilización. Ante la derrota, Perón cumple la promesa formulada en sus cartas a Evita, pide la baja del Ejército y se retira al Sur. Avalos también da un paso al costado y, como reclamaba la oposición civil, asume el poder el presidente de la Corte Suprema, que inmediatamente convoca a elecciones: con el sello de la recién creada Unión Democrática, la fórmula alvearista Tamborini-Mosca se impone luego de una campaña basada en críticas morales y políticas a la Década Infame. La fórmula conservadora queda en segundo lugar y el coronel Ramón Mercante, candidato del Partido Popular, obtiene un tercer puesto, afirmado en el cordón industrial del Gran Buenos Aires.
El gobierno de la Unión Democrática se integra rápidamente a la ola democratizante que avanza por América latina luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Emprende una gestión caracterizada por la moderación política y un programa de reformas económicas y sociales, suavemente nacionalista, con una política de activa intervención estatal y algunas medidas de bienestar social. Son años de calma y prosperidad y son pocos los que se acuerdan del general depuesto.
En 1950, luego de cinco años de exilio interno en Chubut, Perón intuye un clima propicio y reaparece. Apoya a los candidatos del Partido Popular y prepara su campaña para las elecciones presidenciales de 1952, donde ensaya un discurso político conciliador, posiciones claramente anticomunistas y denuncias al aumento del costo de vida. Triunfa por un ajustado margen en el colegio electoral y asume el gobierno, al principio con firmeza y luego con crecientes dificultades, a medida que se profundiza la crisis económica. El contexto internacional favorable había cambiado. Perón apela a la represión para contener las demandas sindicales y su plan de austeridad económica despierta cada vez más resistencias. En medio de un clima cada vez más adverso, comienza a analizar medidas autoritarias –cierre del Congreso, limitaciones a la libertad de prensa– como salidas a la crisis. En septiembre de 1954, las Fuerzas Armadas, que habían tolerado a regañadientes su regreso a la presidencia, le quitan el apoyo. Perón cede el mando a Vicente Solano Lima y se retira al exilio.