› Por José Natanson
Aunque ya nadie cuestiona la importancia de la educación media, y aunque la mayoría de los jóvenes argentinos tiene hoy acceso a ella, esta tendencia a la igualación formal ha sido acompañada por una creciente segmentación en la calidad de la educación. A esto hay que sumar un factor crucial, aunque relativamente inexplorado: la deserción escolar, que afecta a tres de cada diez jóvenes que ingresan al secundario.
Carreras truncadas. El abandono escolar en el nivel medio en la Argentina ha sido publicado con apoyo de Unicef por Georgina Binstock y Marcela Cerruti. El objetivo del libro es identificar los factores que confluyen y se entrelazan y que llevan al fracaso educativo, como un modo de generar el conocimiento que permita elaborar políticas y programas para prevenir este fenómeno.
Porque, como casi todo lo demás, la deserción afecta sobre todo a los más pobres. En los últimos años, al ampliarse la cobertura y aumentar notablemente el porcentaje de jóvenes que asisten al secundario, se diversificó el origen social de los alumnos, incorporándose muchos provenientes de sectores antes excluidos. Y, aunque aquellos que nacieron en hogares más vulnerables tienen hoy buenas probabilidades de iniciar el secundario, es muy posible, también, que lo abandonen antes de finalizarlo. La deserción escolar opera, entonces, como un desigualador maligno –informal e invisible, pero no por eso menos efectivo– dentro de un esquema de supuesta igualdad en el acceso a la educación.
La investigación publicada por Unicef combina técnicas de análisis cuantitativas (complicados estudios estadísticos basados en la Encuesta de Desarrollo Social de 1997) con métodos cualitativos (entrevistas en profundidad a jóvenes que siguen asistiendo a la escuela y a otros que desertaron, que permiten comprender e interpretar las trayectorias individuales y los procesos de toma de decisión, de donde se deducen las causas más vinculadas al entorno familiar, los ámbitos de sociabilidad y hasta las subculturas juveniles).
La conclusión general es que los jóvenes de los sectores más pobres tienen más posibilidad de desertar. Al mismo tiempo, el libro complejiza el fenómeno y puntualiza los aspectos más relevantes en cada contexto, lo que permite entender por qué algunos terminan y otros no, a pesar de que provienen de hogares igualmente pobres. Los que abandonan viven en hogares socialmente excluidos (con problemas económicos, alta conflictividad familiar, baja valoración de la educación, y que además concurren a instituciones escolares de bajos recursos, sin capacidad para manejar los problemas y para dar respuestas a los desafíos planteados por los jóvenes). En segundo término, se registra una tendencia al abandono en aquellos que viven en hogares vulnerables, básicamente por la necesidad temprana de incorporarse al mercado laboral, a lo que se suman otros factores importantes, como el embarazo adolescente. Finalmente, en los hogares de clase media-baja y clase media, donde se da por sentado que los jóvenes deben terminar el secundario, el índice es menor: los que desertan son más bien una excepción.
Aunque se habían publicado muchas investigaciones parciales, Carreras truncadas provee una mirada global que, lejos de los análisis más ramplones, permite entender a fondo un fenómeno importante, difícil de resolver con políticas públicas, pero que es necesario atacar si se quiere que la educación recupere el famoso rol igualador.
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