Lun 06.03.2006

ESCRITO & LEíDO

Las nanas del Presidente

› Por José Natanson

Desde la famosa operación por la subosbstrucción de la carótida derecha de Carlos Menem en 1993, la proliferación de versiones envenenadas sobre la salud de los presidentes se ha convertido en un lugar común de la política argentina. Menem, Fernando de la Rúa y Néstor Kirchner no han escapado a estos rumores, que en la mayoría de los casos se comprueban falsos. Aquellos que durante su presidencia se decía que estaban al borde de la muerte hoy siguen haciendo de las suyas.

La salud de los presidentes y sus consecuencias constituye el eje de la investigación del médico y periodista Nelson Castro, que busca conjugar historia (clínica) con historia (a secas). Como punto de partida, Castro cita una descripción de Hemingway acerca de la enfermedad de los poderosos: “Los síntomas comenzaban con el clima de sospecha que lo rodea, seguían con una sensibilidad crispada en cada asunto en que intervenía y se acompañaban con una creciente incapacidad para soportar las críticas. Más adelante se desarrollaba la convicción de ser indispensable y de que, hasta su llegada al poder, nada se había hecho bien. En otra vuelta de tuerca, el hombre, ya enfermo, se convencía de que nada volvería a hacerse bien, a no ser que él mismo permaneciera en el poder”.

El libro de Nelson Castro, cuya idea nació a partir de la operación de Menem, recorre los problemas de salud, y su impacto público, de varios presidentes argentinos: cuatro de ellos –Manuel Quintana, Roque Sáenz Peña, Roberto Ortiz y Juan Domingo Perón– murieron en el ejercicio de la presidencia, mientras que otros –Hipólito Yrigoyen, Eduardo Lonardi, Roberto Viola, Menem, De la Rúa y Kirchner– vivieron episodios de fuerte repercusión pública. Luego de recorrer uno por uno estos casos, Castro describe, más brevemente, la salud de algunos grandes líderes mundiales, entre ellos Lenin, Stalin, Hitler y Churchill.

El planteo general es que la salud de los líderes impacta en la historia de sus pueblos. Y, aunque se trata de un ángulo interesante, seguramente el libro podría haber explorado con mayor detenimiento un aspecto central de un asunto que apenas se menciona: los límites entre la vida privada y la vida pública de los líderes políticos, y el modo en que estas dos esferas se entrelazan de manera compleja.

Nelson Castro –insospechado de apelar a los chismes ni de meterse con la vida privada de las personas– recuerda que, en 1985, Ronald Reagan fue sometido a la extirpación de un pólipo. “En esa circunstancia la abundancia de información fue notable. (...) Quedaba claro que, con la delicadeza y el tacto del caso, esa información no podía ser ocultada a la opinión pública. Para ellos era indiscutible que la salud del presidente es un asunto de estado y de interés público”, sostiene Castro, aplaudiendo el rol de los medios norteamericanos. Es justamente a partir de este tipo de casos que se podría haber desarrollado un debate interesante, sobre todo si se tiene en cuenta la cultura puritana que domina a buena parte de la sociedad (y de los medios) estadounidenses, y que hace que la vida privada de los presidentes sea allí un asunto público. Quizás hubiera convenido preguntarse si se trata de transparencia pública o de inmiscuirse en la vida privada, y reflexionar en qué casos es imprescindible conocer el estado de salud de un presidente (¿es necesario que la sociedad se entere si está resfriado o tiene diarrea?). En EstadosUnidos, la salud de un presidente es un asunto público, pero también lo es la relación con su esposa, la infidelidad o el alcoholismo de sus hijos.

Se trata, sin embargo, de solo un aspecto del libro. En general, Enfermos de poder tiene un enfoque nítido, bien documentado, no cae en la chismografía y defiende una tesis fuerte: “todos padecemos las enfermedades de los presidentes”, sostiene Castro. Y es que detrás de estas historias individuales, narradas de manera clara y atractiva, subyace la idea de que la salud de los líderes tienen mucha influencia en sus decisiones y sus políticas. Esto a su vez implica pensar, de modo más amplio, que las acciones de una persona inciden en el decurso de la historia, algo que algunos no les gustará mucho, pero que no está nada mal en las circunstancias actuales.

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