Lun 22.05.2006

ESCRITO & LEíDO

El ministro de carisma gris

› Por José Natanson

Aunque el lenguaje político a menudo equipara la expresión “carisma” con la seducción, y aunque últimamente se aplique a cualquier dirigente más o menos simpático, la definición original de Max Weber, en su famosa descripción de los tres tipos de legitimidad, concebía a la dominación carismática como aquella que descansa en la entrega extraordinaria a un individuo al que se le atribuyen cualidades heroicas, ejemplares o aun sobrenaturales, no asequibles a cualquier otro. Los ejemplos van desde los antiguos profetas y hechiceros a los héroes militares: el carisma no se hereda ni se transfiere ni se compra, casi siempre se asocia con una debilidad de las estructuras sociales y, a veces, puede institucionalizarse en un nuevo orden legal. Un ejemplo de esto último es Cristo como líder carismático y la Iglesia Católica como herencia institucional. Son carismáticos, en definitiva, aquellos que se ganan el reconocimiento de los dominados gracias a su capacidad para hacer algo extrordinario.

La figura de Roberto Lavagna se ajusta a esta definición y es justamente así como comienza su biografía. “Lavagna empieza a ser Lavagna el 26 de abril de 2002”, escribe Carlos Liascovich en la primera página de la biografía del ex ministro. Ese día, en medio de la peor crisis económica de los últimos años, un desorientado Eduardo Duhalde convocó al entonces embajador ante la Comunidad Europea para ofrecerle el Ministerio de Economía.

El desconcierto de aquel momento, narrado con precisión en el libro, queda aún más claro al tener en cuenta un dato que hasta el momento había pasado despercibido: Liascovich reconstruye la historia de la designación de Lavagna y del ofrecimiento, que finalmente no se produjo, a Guillermo Calvo, un economista de orientación opuesta –un neoliberal convencido– que llegaba con la receta del Fondo Monetario bajo el brazo: una hiperinflación controlada (sic) que permitiera licuar los depósitos y comenzar de cero. Quizás, se especula en el libro, el cargo fue para Lavagna no tanto por sus ideas, sino por haber logrado llegar de Bruselas un rato antes que Calvo.

Lavagna es hijo de la escuela pública y la clase media porteña que florecieron bajo el primer peronismo y el frondicismo, dos movimientos que no casualmente tuvieron una gran influencia en sus ideas económicas. Se formó en la universidad pública, viajó a Europa a completar sus estudios y participó de la génesis del Plan Gelbard y del Austral. Oculto tras una coraza de bajo perfil, nunca rompió los vínculos con la política, ni siquiera cuando se dedicó de lleno a Ecolatina, la consultora que le permitió ganar casi todo el dinero que tiene y que Liascovich no se priva de investigar. En abril de 2002, su designación como ministro le permitió, por fin, poner en práctica algunas de sus ideas: manejando con sagacidad el día a día, consiguió desarmar progresivamente el corralito, negoció con dureza con los organismos internacionales y logró una estabilidad y un crecimiento impensados. Ganó prestigio y tuvo que alejarse del gobierno, convertido en un ejemplo de “carisma gris”, un tipo de carisma de que no es el de los líderes caribeños lenguaraces, pero que se asocia a una gestión fuera de lo común.

La suya no es, evidentemente, una vida cargada de aventuras, sino un camino paciente de aprendizaje profesional y político, una trayectoria concienzuda, pero sin mucho romanticismo, lo que en verdad le quita emoción a un libro sólidamente investigado y muy bien escrito: su biografía es la de un hombre inteligente, ambicioso y medido, que trabajó toda su vida para convertirse en un “economista-político”, y que tuvo la astucia para dar el salto en el momento adecuado.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux