› Por José Natanson
En Timerman, la biografía sobre el creador del diario La Opinión, uno tenía la impresión de que su autora, Graciela Mochkofsky, había ido tras los pasos de alguien a quien no podía sino admirar, y que luego de años de investigación había terminado encontrando a un hombre que, aunque brillante y valiente a su modo, resultó que también era oportunista, acomodaticio e increíblemente chinchudo. Esta capacidad para detectar y exhibir las contradicciones y los claroscuros reaparece en Tío Borís, aplicada tanto a los personajes como a la época. Con la misma filosa precisión que en Timerman, pero también con dulzura, Mochkofsky cuenta la historia de un tío abuelo suyo, militante del Partido Comunista Argentino y comandante de las Brigadas Internacionales, que es también la historia de un período cargado de ideas absolutas y batallas épicas.
Borís fue un antiguo miembro del PCA, cuyo recuerdo sus familiares han ocultado durante décadas, que fue torturado en la cárcel de Ushuaia, pasó por un campo de reclusión en la isla Martín García y, convertido en el Comandante Ortiz, cumplió un rol protagónico durante la Guerra Civil Española. Dificultosamente, de a retazos, la autora reconstruye la vida de su tío abuelo, y para ello se entrevista con viejos comunistas desmemoriados, que prefieren perderse en sus anécdotas de los años dorados antes que aportar datos útiles, enfrenta la absurda cultura del secreto del comunismo argentino, viaja a España, y hasta consigue desempolvar antiguas fichas de los archivos de Moscú. Como fondo, un mundo que ya no existe, marcado por los grandes relatos, los héroes y las épicas increíbles, como el cruce del Ejército Republicano por el río Ebro, y también castigado por miserias fuera de lo común: el apoyo del PCA a la última dictadura militar, las internas asesinas dentro del bando republicano, las purgas.
Es, desde luego, un libro de no ficción. Aunque se publican varios de ellos cada mes, no siempre son buenos: hay mucha producción teórica en ciencias sociales, historia y economía, y algunos ensayos interesantes, pero la no ficción de tono más periodístico parece hegemonizada por los chismes políticos, los libros escritos a las apuradas o las denuncias (que son valiosas, pero que obviamente tienen sus límites). Tío Borís viene, entonces, a ocupar un lugar que casi siempre está vacío.
Pero el libro tiene más de una dimensión. A medida que avanza en su investigación, Mochkofsky atraviesa momentos de entusiasmo y de desilusión. “Todo lo que Borís había hecho, todo lo que había sido, había terminado en fracaso”, se lamenta en un momento, para después recuperar el relato y seguir adelante. Con una cuidadosa utilización de la primera persona y la inclusión de los familiares y amigos que la fueron ayudando, desde su marido y su hermano hasta el embajador de España en Argentina, Mochkofsky detalla los avatares de la investigación –los diálogos con los comunistas argentinos son, por momentos, surrealistas– y cuenta sus desencantos y expectativas, su obsesión mientras chequea una información o consigue un dato, una fuente, una nueva pista. Y, aunque esta dimensión –que mezcla la historia de Borís con la historia de la autora reconstruyendo la historia– quizá contribuya a debilitar la exposición de algunos momentos, es también la que permite mostrar las contradicciones y los dobleces de los personajes y las épocas: el arrojo y la soberbia de los militantes comunistas, el heroísmo y el desorden del Ejército Republicano, la memoria y el olvido de una familia.
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