Lun 07.08.2006

ESCRITO & LEíDO

Dictadura bajo análisis

› Por José Natanson

El horror de la última dictadura a menudo ha nublado los análisis históricos y políticos, que muchas veces se mostraron incapaces de detectar, exponer y comprender las enormes tensiones y contradicciones que caracterizaron al gobierno militar. Hay, desde luego, algunos contraejemplos: en El tiempo del Proceso, Hugo Quiroga había puesto el foco en la compleja, pero no por eso menos intensa, relación entre civiles y militares. En La última dictadura, Vicente Palermo y Marcos Novaro construyeron la primera historia integral del Proceso, revelando matices y claroscuros muchas veces pasados por alto.

Argentina 1976-2006, editado por Homo Sapiens con motivo de los 30 años del golpe de 1976, transita por el difícil camino de la reflexión crítica sobre aquellos años, con un ángulo interesante y a menudo descuidado: la idea del libro, que cruza varios de sus artículos, es analizar las líneas de continuidad y ruptura entre el gobierno militar y la democracia recién recuperada. Se trata, como señalan Hugo Quiroga y César Tcach en el prólogo, de enlazar dos momentos históricos relevantes, de modo tal de poner al descubierto aquellas líneas comunes entre autoritarismo y democracia, señalando aporías y tensiones.

El ensayo de Luis Alberto Romero es especialmente significativo. Siempre polémico, el historiador se pregunta hasta qué punto la imagen de la dictadura, que se forjó entre la derrota de Malvinas y la primera etapa del gobierno de Raúl Alfonsín, fue funcional para los fines constructores de la democracia. La pregunta que se formula es si una mirada menos valorativa y más analítica, que reconozca las complejidades y matices de los años de plomo –por ejemplo, el apoyo social inicial al gobierno militar– no habría facilitado la tarea de construir la democracia. Para Romero, esta dificultad para encarar un análisis colectivo más profundo terminó idealizando la democracia como contracara de la dictadura (y suponiendo que era de por sí, buena y potente), lo que luego llevó a la desilusión y al desencanto.

Desde un punto de vista diferente, Cecilia Lesgart revisa las diferentes miradas sobre el último gobierno militar construidas a lo largo de los ’80, los ’90 y los primeros años de esta década. Su conclusión es que, pese a que el último golpe de Estado sigue siendo una bisagra histórica ineludible, las cosas se han complejizado. “Ni 1976 significa el único o el primer momento de instalación de la violencia política, ni 1983 se desvanece como la gran línea inaugural de la política”, explica. Por su parte, Waldo Ansaldi se centra en la estrategia monofónica del gobierno militar, su pretensión de acallar toda voz crítica, como síntoma de la derrota –o incluso la negación– de la política. Para eso va las fuentes, repasa actas, proclamas, discursos de los jefes militares y las prohibiciones de libros “antioccidentales y anticristianos”, como La Tía Julia y el escribidor o El principito.

El libro se completa con artículos de Ricardo Sidicaro, Norma Morandini, Patricia Funes y Lucio Garzón Maceda. Y, aunque cada uno aborda temas diferentes desde enfoques no siempre iguales, se nota un esfuerzo común de los autores por demostrar que el Proceso no fue un proyecto monolítico, coherente y sistemático, y que estuvo marcado por internas y conflictos. La sospecha es que, detrás de las visiones simplificadoras, se esconde una incomprensión del pasado que afecta al presente.

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