› Por José Natanson
La historia es alucinante. Segundo Villanueva, un pobre cholo peruano, hereda de su padre asesinado una copia de la Biblia. La lee, por primera vez con atención, e inicia una epopeya que lo hará recorrer, a él, a su familia y a un pequeño grupo de humildes trabajadores, todas las religiones contenidas en la Biblia. Y todo a partir de una serie de preguntas simples derivadas de la lectura del texto sagrado: si Dios era uno, ¿como podía Jesús, que era otro, ser Dios? ¿Qué era eso de que Dios era al mismo tiempo el Espíritu Santo, que tenía un hijo que era Jesús, si Jesús era Dios? ¿Por qué se guardaba el domingo si se indicaba claramente que debía ser el sábado? ¿Cómo podía interpretarse la Biblia si era la palabra de Dios? ¿Acaso Dios no había sido claro?
Primero católico, luego protestante, más tarde adventista, Segundo Villanueva y su comunidad pasaron de un credo a otro en busca de una Verdad con mayúsculas, la misma que los llevaría a crear su propia iglesia, Israel de Dios, para huir del Perú ultracatólico y trasladarse al Amazonas profundo, donde un día decide que el problema, en realidad, era que Jesús no era Dios, sino un ídolo creado por el hombre, lo que produce un cisma en su pequeña comunidad y lo lleva a tomar su última decisión: ellos eran, en realidad, judíos.
Así, por deducción, Segundo Villanueva retorna a la primera religión bíblica y deja el Amazonas buscando el apoyo de los judíos peruanos para convertirse junto a su comunidad, pero son rechazados una y otra vez. A pesar de ello, Segundo y los suyos viven como judíos, o como ellos creen que viven los judíos: separando la carne de la leche, rezando la Torá y circuncidando a los niños (y a los adultos). Se convierten, finalmente, y se trasladan a Israel, a los peligrosos territorios ocupados, donde viven hasta hoy.
Resultado de una larga investigación, La revelación, el tercer libro de Graciela Mochkofsky, cuenta la historia, asombrosamente real, de Segundo Villanueva y su pequeño grupo de seguidores empeñados en la búsqueda de la fe verdadera. Por momentos análisis histórico, por momentos relato épico, el libro funciona también como un involuntario tratado de religiones comparadas: se nota que la autora tuvo que averiguar qué significaba exactamente ser adventista o protestante o judío para comprender qué se preguntó su humilde héroe, qué conclusión sacó y por qué tomó una u otra decisión. La historia que cuenta es universal: salvo algunos detalles, podría haber ocurrido en el siglo XX o en el XIX, en Perú o en Groenlandia. Y, aunque puede leerse como un relato de aventuras, no deja de ser una crónica periodística, rigurosamente documentada y escrita en un tono elegante y neutro, casi de fábula, como si Mochkofsky se hubiera contagiado, a la hora de escribir, del estilo de la biblia, en realidad la gran protagonista de su libro.
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