Lun 15.04.2002

ESPECIALES  › REPORTAJE A MICHELLE BACHELET, SOCIALISTA Y MINISTRA DE DEFENSA DE CHILE

“Pinochet ya no es un actor político”

Ella dice que no es una provocación, pero Ricardo Lagos debe haberse divertido al poner como ministra de Defensa justamente a Michelle Bachelet, socialista e hija de un general de la Fuerza Aérea que fue funcionario de Salvador Allende y terminó torturado por sus propios camaradas de armas. Aquí queda claro que, además de su historia, Bachelet se preparó para ministra. Hasta pudo contestar a Página/12 para qué sirven las Fuerzas Armadas.

› Por Martín Granovsky

–Mujer, socialista y médica. Y ahora ministra de Defensa. ¿No sabe si los militares recibieron su nombramiento como una provocación?
–Para unos puede haber sido una provocación, no sé. Para otros, muchos, debe haber representado cierto grado de confianza, porque yo había buscado mi legitimidad como interlocutora.
–¿En cuánto influyó ser hija de un general de la Fuerza Aérea?
–Mi padre fue un militar constitucionalista y un hombre democrático. Por eso fue preso, sufrió cárcel y murió como consecuencia de los maltratos y la tortura, el 12 de marzo de 1974.
–Y usted terminó como ministra de Defensa. ¿Por qué?
–Fui miembro de la juventud socialista, estuve exiliada en Australia y la República Democrática Alemana. Volví en 1979. Si ese año alguien me hubiera dicho que yo iba a ocuparme de temas de defensa, y ni hablar de ser ministra de Defensa, le hubiera respondido: ¿te has vuelto loco? Pero me fui dando cuenta de que a la vuelta de la democracia uno de los temas importantes era la normalidad de la relación entre civiles y militares y el liderazgo civil de esa relación. Y empecé a prepararme.
–¿Para qué, exactamente?
–Para que el liderazgo civil fuera legítimo desde el punto de vista del conocimiento específico había que tener interlocutores válidos. Claro, lo otro es el poder crudo, con sus códigos, pero si uno carecía de él tenía que prepararse para hablar a los militares con su propio lenguaje, manteniendo por supuesto los criterios democráticos.
–¿Lo suyo fue un plan?
–No, no fue tan racional como lo digo ahora. Se fue construyendo hasta que decidí estudiar.
–¿Cómo eran sus relaciones personales con militares?
–Conservaba afectos, aunque claro que había dolores fuertes, muy fuertes.
–¿Dónde estudió?
–Leí mucha literatura especializada y conseguí una beca en el Colegio Interamericano de Defensa de Washington. Ya con la Concertación asesoré en el Ministerio de Defensa, pero el primer cargo de ministra fue en Salud. Claro, yo soy pediatra y epidemióloga. ¿Sabe que muchos dicen que la epidemiología tiene algún parecido con la defensa? Elimina, erradica... En fin, Michel Foucault se reiría mucho con estas palabras.
–Una vez, en un seminario con funcionarios de Defensa y militares, pedí que me explicaran para qué un país como la Argentina debe tener Fuerzas Armadas. En lugar de contestar, se enojaron. ¿Usted puede argumentarlo para Chile?
–Sí. Algunos pensaron que el fin de la Guerra Fría sería también el fin de los conflictos. Pero aumentaron todos, los conflictos entre los Estados y los conflictos dentro de los Estados. La paz, por eso, sigue siendo un objetivo a lograr. Terminan unos problemas y surgen otros. Y como uno no sabe qué problemas nuevos pueden surgir, no se puede dar el lujo de no tener Fuerzas Armadas. Déjeme ser clara: sin duda no quiero Fuerzas Armadas para que haya gobiernos militares. Y además debe haber Fuerzas Armadas subordinadas a la Constitución. En el caso de Chile, otro de los objetivos es la construcción de confianza con los vecinos, gracias a los acuerdos de cooperación. A más transparencia, más seguridad.
–Insisto con la pregunta.
–Se la respondo muy simplemente. Por un lado, las Fuerzas Armadas hacen falta porque no se ha logrado la paz, aunque naturalmente en el caso de Chile la posesión de la fuerza dentro de esa política está contemplado sólo con un criterio disuasivo. Y por otro lado, las Fuerzas Armadas son necesarias porque la historia sufre saltos, cambios. Tener militares torna sustentable la paz. Disuade a otros de que se les cruce por la cabezaintentar una aventura bélica. El desarrollo es un objetivo de la Humanidad, o debería serlo, pero el desarrollo de una nación es responsabilidad de cada país.
–¿Por eso Chile se propone comprar aviones F-16?
–La compra de los F-16 es una iniciativa antigua. Ya estaba planeado adquirirlos en el ‘97 o ‘98. Los países necesitan refrescar sus capacidades de defensa. Ni siquiera hablo de equilibrio, porque tenemos menos aviones que los vecinos. En el 2000 dimos de baja, ya, A-37 y Mirages. Ahora elegimos reponer parte de nuestro equipamiento con F-16 porque la Fuerza Aérea consideró técnicamente adecuado a este avión. Si Chile debe tener un rol más activo en cuestiones globales, los F-16 permiten una gran interoperatividad con otros países y otras fuerzas. Ahora, desmiento cualquier intención armamentista.
–¿Cuál es la razón para mantener el sistema rígido de presupuesto militar en Chile?
–En 1989, cuando el gobierno militar estaba por dejar el mando, se aseguró para 1990 un presupuesto de Defensa que fuera la proyección de los gastos de 1989, más un plus. Creían dos cosas. Una, que los civiles se tomarían revancha de los militares, pulverizando el presupuesto de Defensa. Otra, que no habría más crecimiento económico. Esto, que en principio representó una atadura, luego fue bajando como tendencia. Y lo que antes era un piso, ahora en la práctica es un techo. Otro tema es la ley del cobre, que viene de los años ‘50, por la cual el 10 por ciento de las utilidades producidas en este rubro, que se mantuvo estatal, se utiliza para adquisiciones.
–¿Por qué no se cambia el régimen?
–Todas las normas están bajo discusión dentro de la futura reforma constitucional y con el criterio de buscar mecanismos de asignación de recursos compatibles con la defensa y con la economía. No abandono la idea de que las Fuerzas Armadas están para conjugar una amenaza externa.
–Pero puede haber amenazas externas que no requieran el uso de la fuerza militar. Por ejemplo, la ruptura de la capa de ozono.
–Sí, el uso de la fuerza no es para todo. El sida es una amenaza para la humanidad y evidentemente no planteo utilizar a los militares para combatirla. Hablamos de amenazas que eventualmente requieran el uso de las Fuerzas Armadas. Para las otras están la policía y los aparatos judiciales.
–El atentado contra las Torres Gemelas no necesitó otras armas que dos aviones civiles, cuchillos de cerámica y un equipo de suicidas.
–Mire, el nuevo tipo de amenazas hace difícil delimitar lo que es interno de lo que es externo. Requiere de coordinación y, si es necesario, de un apoyo mayor. Pero la discusión de fondo, más allá del obvio repudio al terrorismo, es cómo se lo combate. Y yo insisto en que, al nivel actual de las cosas, ésa es una función de las policías.
–¿No cree en una respuesta militar porque el barrio –América latina– está muy mal?
–La paz hay que construirla todo el tiempo, la democracia también. El futuro no está comprado. Algunos me preguntan. ¿No hay que mantener Fuerzas Armadas por si en medio de una crisis a algún loco de un país vecino se le ocurre huir hacia adelante mediante una aventura externa? Y yo suelo responder que no veo ninguna posibilidad así, pero que nada es para siempre, salvo, quizás, el amor de una madre, ¿no? Aunque algunas son terribles. Y si nada está comprado, las certezas tampoco.
–¿La certeza de la paz?
–Bueno, yo he conocido otras en mi juventud.
–Usted vivió en una certeza hasta 1979.
–Sí, y 10 años después se cayó el Muro.
–¿En qué ciudad vivía?
–Postdam. Y estudiaba en la Universidad Humboldt de Berlín oriental. Igual, una certeza no se ha terminado: en Chile queremos crecimiento económico para que cada vez más chilenos puedan vivir mejor.
–Pero ahora la acusarán de ser la responsable de destinar recursos a defensa y no a educación y salud.
–Estoy tranquila. Para reformar la salud organizamos encuentros y jornadas en todo el país. La salud era un tema de todos los ciudadanos y la reforma de la salud también debía ser asumida por todos. Incluso en la discusión presupuestaria.
–Ahora usted se encarga del presupuesto militar, no del de salud.
–De nuevo: tengo la conciencia tranquila. ¿Conoce el chiste del sillón de Don Otto?
–Ni al chiste ni a Don Otto.
–Es un cuento alemán muy conocido en Chile. Resulta que un día Don Otto vuelve a su casa y encuentra a su mujer haciendo el amor con otro señor. ¡Y en su sillón! ¿Y qué hace para solucionar el problema? Vende el sillón. Yo, al revés de Don Otto, sé que el sillón no es el problema del presupuesto. Y sé que los cambios no se dan de la noche a la mañana ni dependen sólo de las personas.
–La comparación quizás no le guste, pero, ¿no tiene miedo de sobreactuar como Carlos Menem?
–¿De qué manera?
–Menem se amparaba en que había estado preso para esgrimir una presunta autoridad moral cuando pedía el ascenso de secuestradores o dictaba indultos para asesinos condenados.
–No, no tengo temor de sobreactuarme. Tengo claro que mi objetivo es un Ministerio de Defensa donde se consolide el liderazgo civil.
–Falta, ¿no?
–La realidad chilena es muy particular. Que todos los cambios no se hayan producido no es algo que pueda ser adjudicado a los militares. La derecha política es la que vetó las transformaciones, la que impidió cambiar un sistema constitucional que contempla el absurdo de un mecanismo binominal por el que conviven senadores elegidos con el 63 por ciento de los votos y otros con el 23 por ciento.
–Y senadores sin votos. Designados.
–Y los designados, sí.
–¿Cuánto pesa Augusto Pinochet?
–Pinochet ya no es un actor. No es un actor político. Es solo un mito que algunos alimentan.
–¿Los pinochetistas no son muchos, acaso?
–Ya son un sector pequeño. Pocos consideran importante a Pinochet. El conjunto ya no.
–¿Y el Ejército?
–Para ellos fue un comandante en jefe que se mantuvo por muchos años, pero las Fuerzas Armadas tienen conciencia de que, tal como lo estableció la declaración final de la Mesa de Diálogo, nada justifica la violación de los derechos humanos. Obvio, no hay acuerdos históricos, y yo tampoco los busco. Nada justificó, justifica o justificará pasar por encima del Estado de Derecho. El tema, hoy, es que ese principio esté claro, y que las Fuerzas Armadas se modernicen.
–La historia no se repite. Pero, ¿no hay un riesgo de que así las Fuerzas Armadas vuelvan a la situación pregolpista?
–En aquella época había dos cosas importantes que no existen hoy día. Una era el divorcio del mundo militar respecto del civil, y la otra la doctrina de la seguridad nacional. El adoctrinamiento era muy fuerte. Los derechos de los individuos debían quedar sometidos a la presunta seguridad nacional. Por eso consideramos tan importante ahora inculcar a las FuerzasArmadas la noción de que el respeto a los derechos humanos debe ser irrestricto y que debe respetarse también el derecho humanitario.
–América latina parece estar cada vez menos vacunada.
–Hay que tener mucho cuidado con las miradas militaristas de la política. Sonará muy inocente lo que digo, pero los militares están concebidos para servir a los demás, y los políticos también. Por eso hay que cerrar la brecha entre el mundo civil y el mundo militar. Y cuidarse de la deslegitimación que pueda sufrir la propia democracia.
–¿Cuándo se produce?
–Cuando se pierden la igualdad de oportunidades, el desarrollo económico, la integración social. Que los ciudadanos se sientan parte de algo, que no estén ni se sientan excluidos, hace a la seguridad y hace a la democracia. Yo siempre vuelvo a lo mismo. Garantías de por vida, no existen. Hay que desarrollar garantías todo el tiempo.
–Leí que en su despacho tiene una foto de su padre. ¿Cómo era él?
–Mi padre siempre fue muy progresista. Se atrevió a mirar a los lados.
–¿De qué extracción social venía?
–La familia no era rica. No era pobre tampoco. Había tenido viñas. Pero siempre fue muy rebelde.
–¿Por qué se hizo militar, entonces?
–Hizo la conscripción y se quedó. Como padre era estricto, ¿eh? Era un militar. Pero era un hombre comprometido con un sentido muy profundo de justicia social.
–¿Por qué terminó integrado al gobierno de Salvador Allende?
–Integraba el Comité de Finanzas del Ejército, y allí era el más antiguo. El presidente Allende era un convencido de que los militares eran buenos para la logística. Entonces pidió un oficial para controlar la distribución de alimentos, y fue el más antiguo del Comité de Finanzas.
–Fue a la boca del lobo.
–A la Junta de Abastecimiento y Precios. Tenía que enfrentar a los opositores más duros y desarticular el mercado negro de alimentos. Y fue duro, sí. Por eso después la Junta quiso someterlo a un castigo ejemplar. El fiscal militar a cargo del proceso era un compañero de promoción suyo. “¿Qué pretendes, Alberto?”, le dijo. “Quieren una cabeza de turco.”

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