Mié 19.06.2002

ESPECIALES  › “LAS CRIADAS”, DEL GRAN JEAN GENET

Asesinas de patronas

La versión dirigida por Luis Romero exalta el espíritu polémico del dramaturgo francés, en una tesis amarga sobre la relación entre los sometidos y los opresores. Es una obra de teatro de experimentación.

› Por Cecilia Hopkins

Hijo ilegítimo de una prostituta, nacido en París en 1910 y muerto a los 76 años después de una vida agitadísima, Jean Genet cultivó un estilo de escritura insolente y cuestionador. Su desprecio por los convencionalismos puede verificarse en sus novelas Nuestra Señora de las flores (1944), El diario de un ladrón (1949) y Pompas fúnebres (1953), así como en sus obras teatrales. De ellas, tal vez la más conocida sea Las criadas, escrita en 1947, el mismo año en que, luego de múltiples procesos judiciales por robo y prostitución homosexual, Genet fue condenado a prisión perpetua, pena que fue revocada al año siguiente gracias a la presión de la intelectualidad de la época.
En ésa, su primera experiencia dramatúrgica, Genet presenta a dos hermanas dedicadas al servicio doméstico de una ama cruel y autoritaria. En el desván donde viven, Clara y Solange aprovechan sus ratos de soledad estableciendo un juego liberador. Así, se visten con las ropas de la patrona, para darse el gusto de ejercer las mismas presiones que ellas deben soportar en la vida cotidiana. Pero mientras se alternan en el ejercicio de los roles y se esmeran por turno en “conservar las distancias a fuerza de humillaciones”, ellas van perfilando un plan para liberarse definitivamente de la Señora.
Bajo la dirección de Luis Romero, director de la premiada El amateur, entre otras, la obra actualiza las amargas observaciones del autor sobre los conflictos entre el poder del Estado y la libertad individual, entre la obediencia y la rebelión. Los roles protagónicos están a cargo de Paula Lima y Nadia Murano, dos jóvenes actrices que aciertan en el tono general de los abigarrados discursos de sus personajes, si bien sobran algunas risas de las muchas que aparecen pautadas y algunos gestos, por su uso reiterado. Las dos tienen una contextura física muy similar, lo cual está bien aprovechado por la dirección: en varios momentos, las criadas encastran sus cuerpos de modo que parecen formar una unidad indisoluble.
Por su parte, Florencia Polastri, en el rol de la altiva y desenvuelta ama de casa, se mueve en un registro adecuado, opuesto al de sus empleadas. Pero la puesta flaquea en el terreno escenográfico. El dispositivo de escena propuesto por Juan Echeverría resulta funcional, pero poco atractivo. Es evidente que la propuesta general ha querido acercarse al llamado teatro de experimentación. Pero hay un abuso en la utilización del papel higiénico, que se usa a modo de encajes y tules o que aparece roto sobre el escenario o en bandas que llegan desde los laterales.

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