Jue 22.08.2002

ESPECIALES  › TRELEW,A 30 AÑOS DE LA MASACRE

Memorias de vidas

Los revolucionarios de esos años arriesgaban todo por el supremo objetivo de la revolución socialista, aun aquellos que aceptaban el liderazgo de Juan Perón, por muy contradictorias que pudieran resultar esas dos opciones simultáneas para los que identificaban al veterano General con la contrarrevolución. Lo mismo que en el resto de la sociedad, también en la guerrilla el peronismo era un parte-aguas excluyente. Esa diferencia no impidió, sin embargo, que para organizar y ejecutar la fuga del penal de Rawson, punto inicial de la tragedia que hoy se recuerda, reunieran inteligencias y recursos en un comando unificado ni que el estereotipado antiperonismo de la Marina hiciera ninguna distinción al momento de fusilar a los prisioneros de la base naval de Trelew. Los muertos fueron once miembros del ERP, tres de FAR y dos de Montoneros, y tres sobrevivieron a sus heridas porque los verdugos no hicieron a tiempo, antes que llegaran otros testigos, a rematarlos de un balazo, como sucedió con otras víctimas y pudieron aguantar por horas hasta que recibieron cuidados médicos.
Aquel momento de coincidencia logró la hazaña de perforar la “máxima seguridad” que los militares le atribuían a ese penal, tan lejos de todo y tan cerca de bases y cuarteles militares. Fue una humillación que las fuerzas armadas y el gobierno de facto encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse se cobraron de la peor manera, con premeditación y alevosía, con tiempo suficiente para elaborar la decisión y cumplirla a sangre fría. Aunque los carceleros de aquella madrugada del 22 de agosto alegaron defensa propia el inverosímil relato careció de consistencia y no pudo resistir el testimonio de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los sobrevivientes.
Esa incapacidad para justificar la conducta criminal pudo haber influido en la decisión posterior de clandestinizar el plan represivo del terrorismo de Estado a partir de marzo de 1976. En todo caso, esa madrugada quedó instalada la opción de la muerte como “solución final” para el desafío de la insurgencia. Desde la perspectiva del poder establecido, había que quebrar de cualquier modo la voluntad popular de tomar en sus manos el destino propio. En ese momento, fracasaron en el propósito de dominar por el terror, ya que apenas seis meses después la mayoría popular impuso en las urnas al hasta entonces proscrito peronismo, representado por la candidatura de Héctor J. Cámpora, quien asumiría en mayo de 1973 escoltado por los presidentes de Cuba, Osvaldo Dorticós, y de Chile, Salvador Allende.
Hijos de su época, ninguno de los guerrilleros buscó la muerte con vocación suicida, ni en la toma del penal ni en el copamiento del aeropuerto de Trelew o en la rendición incondicional. Podían ser ilusos, pero no eran trastornados. Con la experiencia de los años transcurridos, hoy podrían ser reprochados porque minimizaron o desdeñaron la paciente construcción del poder popular por vía pacífica. La democracia capitalista, en aquel tiempo, era asunto de burgueses, no de revolucionarios. Traían el impulso de las convulsiones transformadoras de la década del 60, de la Revolución Cubana en particular, cuando el mundo entero parecía dispuesto a empaparse en todo lo nuevo que podía ofrecerle la imaginación humana. Nada parecía imposible, al contrario, como decían los estudiantes y obreros alzados en el Mayo Francés, “pide lo imposible para conseguir lo posible”. Para detener ese ímpetu y retroceder la historia, el establishment conservador tuvo que empeñar el máximo esfuerzo durante el último cuarto del siglo XX, cometer asesinatos masivos y aplicar tormentos de todo tipo.
Recordar no es tarea vana ni mera deformación necrofílica. Forma parte sustancial de una misma y única batalla entre los fundamentalistas que quieren ponerle fin a la historia y los soñadores del futuro, los que atesoran la premonición cierta de lo que vendrá. En La Patria fusilada,texto en el que Francisco Urondo recopila los recuerdos de aquellos tres sobrevivientes sobre la tragedia de Trelew, la primera página está ocupada por un poema de Juan Gelman (“Condiciones”) que termina así: “...el ciego a los oleajes de dolor y de sueño bajo las condiciones objetivas ¿no será oportunista? / por falta de memoria o miedo ¿quiere enterrar al ave?”. Hoy en día, aunque hay otros cielos, otras las “condiciones”, aun con las alas recortadas o enjaulada el ave nunca pierde la tentación de volar. Las memorias de vidas enseñan que sólo se trata de encontrar la oportunidad.

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