Vie 20.09.2002

ESPECTáCULOS  › “MATANZA”, DEL GRUPO DOCUMENTAL 1º DE MAYO

Piquetes en pantalla grande

Como otros documentales producidos al calor de las luchas, es una película necesaria, que da cuenta de un fenómeno aún en desarrollo.

› Por Horacio Bernades

Primer trabajo del Grupo Documental 1º de Mayo, Matanza es como un viaje al corazón del fenómeno piquetero, en tanto testimonia el paso de la pérdida de trabajo al reclamo, manifestaciones y cortes de ruta, a cargo de los pobladores del barrio María Elena y aledaños, en el partido de La Matanza, desde 1997 hasta ahora. Es allí donde surgió el movimiento que más tarde se extendió a todo el país. Como otros documentales producidos al calor de las luchas, se trata de un testimonio necesario, en tanto permite adentrarse en un fenómeno significativo y en pleno desarrollo. Para esta clase de documentales “urgentes”, el quid de la cuestión radica en diferenciarse de lo que muestra todos los días cualquier noticiero de televisión, no sólo porque necesitan compensar la mayor velocidad de ésta con algún plus, sino también por una cuestión ontólogica. Si se parecen a la tele, ¿para qué hacerlos en cine?
Llegar después que los noticieros no tiene por qué ser una contra: el tiempo que lleva producir una película (los realizadores de Matanza vienen filmando desde hace cuatro o cinco años) puede permitir un acercamiento más pausado, más hondo y localizado a esas mismas cosas que en la tele se ven de apuro. En el caso de Matanza, la posibilidad del acercamiento la brinda un matrimonio, el integrado por Ramón y Nuria, vecinos del barrio María Elena, quienes están cerca de ser lo que normalmente se entiende por protagonistas, y cuya historia –que va de la desocupación a la militancia piquetera– es sin duda reveladora. Pero ese intento es sólo a medias, ya que los realizadores nunca parecen del todo convencidos de contar la historia del piqueterismo matancero a través de Ramón y de Nuria. A la larga, el verdadero protagonista de Matanza termina siendo más el fenómeno en sí que los seres humanos que participan de él, y la escala humana que el cine posibilita termina cediendo a un enfoque generalista, más típico de la televisión.
Por largos pasajes, lo que importa en Matanza es lo que se oye, antes que lo que se ve. Con demasiada frecuencia, el único sentido de las imágenes parece ser el de “hacerle lugar” a lo que se oye, como esos reiterados planos de Ramón y Nuria entrando a su casa, o unos fragmentos filmados a bordo de un ómnibus, que terminan con un plano detalle de la máquina recaudadora, que no quiere decir nada. Esta utilización parasitaria de lo más específico con lo que cuenta el cine se ve compensada con algunos buenos fragmentos de cine directo. Sobre todo, ciertas discusiones entre funcionarios y dirigentes piqueteros en las que aparece Juan Carlos Alderete, representante de la Corriente Clasista y Combativa y vecino de la zona. En esos momentos ocurre lo mismo que sucedía en aquellas célebres asambleas campesinas de Tierra y libertad: el espectador tiene la infrecuente sensación de estar viviendo la Historia, en el momento en que ésta ocurre.
Máxima elocuencia tienen también esas escenas iniciales (lamentablemente desprendidas del resto) en las que se ve a un piquetero lanzar una piedra con una honda, esquivar una bala policial y volver a su sitio, para tirar una nueva piedra. Por otra parte, como la realidad filmada es conmocionante en sí, ciertos momentos de Matanza también lo son. Las madres necesitadas enumerando sus cinco, siete o nueve hijos frente a unas comisiones de trabajo; el hombre que explica, como quien confiesa unpecado, que sus catorce hijos “se acostumbraron a comer al mediodía y a la noche”, o la mujer que un día se pone a llorar porque sueña con una milanesa, plato que en la zona equivale al caviar. El problema es que, al carecer del eje que podía haberle otorgado el ceñirse más a la historia de Ramón y Nuria, este material se presenta casi en estado bruto, como si todavía le faltara llegar a la mesa de edición.

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