Jue 10.10.2002

ESPECTáCULOS

“Peluca y Marisita”, o qué hacer con cinco kilos de la mejor merca

El director sueco, que tuvo un promisorio debut con “Descubriendo el amor”, confirma con este retrato de unos comuneros de los ‘70 su sensibilidad hacia la juventud rebelde. Por su parte, con “Peluca y Marisita”, Raúl Perrone entrega uno de sus films más logrados.

› Por Horacio Bernades

Séptimo y penúltimo largometraje de Raúl Perrone –filmado en video, como todos los anteriores–, Peluca y Marisita es el segundo que llega al circuito comercial, después de 5 p’al peso, que se estrenó, sin demasiada repercusión, unos años atrás. El realizador más prolífico del cine independiente argentino viene filmando, con la tenacidad y también la precariedad de medios de un cineasta amateur, a razón de una película por año, desde mediados de la década pasada. Hay un aire como de entrecasa en las películas de este cincuentón que empezó como dibujante e ilustrador y que bien podría ser considerado el tío del nuevo cine argentino. No sólo porque con Labios de churrasco, Graciadió y 5 p’al peso enseñó que era posible filmar con dos pesos, mechando actores profesionales con otros que no lo son y sin salirse del propio barrio, sino porque al filmar todas sus películas en Ituzaingó sacó al cine argentino del microclima porteño para instalarlo en otro, el de la zona Oeste. El mismo territorio en el que, hoy mismo, se asientan las que posiblemente sean las mejores nuevas películas del nuevo cine: El bonaerense y Un oso rojo.
Con una marcada influencia del primer Jim Jarmusch y demás cineastas del desgano, las películas anteriores de Perrone estaban protagonizadas por grupos de amigos dados al vagabundeo, birrita en la vereda, horas muertas y circunloquios al paso. Las inmediatamente anteriores La felicidad (Un día de campo) y Zapada (ambas de 1999) señalaban ya intentos de cambio por parte del realizador, y Peluca y Marisita lo confirma, agregando una sensación de sin salida que hasta el momento estaba ausente y que parece proyectar la obra de su autor hacia una zona algo más oscura. Si los protagonistas del cine de Perrone siempre vivieron como adolescentes tardíos, en un eterno presente dictado por la provisoriedad laboral y personal, en Peluca y Marisita ese “vivir al día” se choca, de modo más dramático, con las responsabilidades de la adultez. Sin ser marginales en el sentido más fuerte de la palabra, Peluca (Iván Noble, antes de “99 Central”) y su amigo Huevo (Matías Scarvacchi) viven de transas no del todo legales pero pequeñas. Típico motivo del cine policial, la fatalidad llama el día que un conocido cae en casa de ambos con 5 kilos de “la mejor”.
Es demasiado para ellos, y lo saben. En medio de un ataque de pánico, abandonan casa y transa, aun sabiendo que les puede costar caro. En casa de su novia Marisita, Peluca se encontrará, más temprano que tarde, con otros dos pesos demasiado pesados: la suegra, que “no quiere alimentar vagos” y la panza de ella, que no es precisamente producto de haber comido de más. Película de encierro y de responsabilidades que sus personajes no saben cómo manejar, Peluca y Marisita combina una sensación de claustrofobia que se hace sentir desde un primer momento con el intento de sus protagonistas de patear la pelota al costado. Siempre en sintonía con el feeling de sus personajes, la puesta en escena de Perrone despliega recursos que transmiten la sensación de encerrona, mediante la utilización (algo excesiva a veces) de planos apretados, grandes angulares y espacios estrechos, pasillos sobre todo. A la vez, acompaña a sus protagonistas en esos tiempos muertos que ya son marca de fábrica, hechos de cámara fija, diálogos sobre boludeces y digresiones para hacer tiempo. Significativamente, el enorme espacio abierto al que finalmente fugará Peluca (Iván Noble prueba aquí su histrionismo) no tiene un sentido de liberación, sino todo lo contrario. Siguen apareciendo en Peluca y Marisita ciertos rasgos de amateurismo de los que Perrone haría bien en desprenderse (Peluca concibe un hijo sin siquiera sacarse el calzoncillo; en un momento se ve el borde de un filtro óptico; los actores no siempre saben la letra), a veces la narración parece lagunear y no queda del todo claro cuál es el significado de cierta iconografía religiosa que se remata con un agradecimiento final “a Dios” (¿?). A pesar de todo ello, Peluca y Marisita logra transmitir la sensación de que el barrio ha dejado de funcionar como un limbo para parecerse más a una cárcel. Lo cual, en los tiempos que corren, puede resultar una afirmación inesperadamente política.


Argentina, 2001.
Dirección y guión: Raúl Perrone.
Fotografía: Rolando Rauwolf.
Música: Alejandro Seoane.
Intérpretes: Iván Noble, Gabriela Canaves, Matías Scarvacchi, María Lorenzutti y Gerardo Baamonde.
Estreno de hoy en los cines Cosmos y Tita Merello.

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