ESPECTáCULOS
› SEBASTIAN SPUR, EL QUE ABANDONO “GRAN HERMANO”
“Era una novela mexicana”
Quería fundar un partido político y terminó pensando en los votos. “No podía pensar en otra cosa”, dice después desalir de su casa.
› Por Julián Gorodischer
El chico de los tatuajes y el piercing en la ceja fue un alumno destacado del colegio San Andrés, bachiller internacional, becario en Inglaterra, investigador en Matemática Aplicada. Curiosidades de la fama repentina. Canjeó el posgrado en Londres por la casa del “Gran Hermano” tercera edición, como si lo que importara fuera quedar elegido no importa dónde: en la selección del British Council o en el casting para el reality más famoso. Como si el “sí, pasaste a la siguiente etapa” fuera tan meritorio como el promedio que habilitó la beca con todo pago para estudiar Economía, acorde con lo que papá quiso, con lo que –se supone– le estaba predestinado desde el primer día en el campus, en las aulas de techos altos, los pasillos llenos de bermudas y relojes caros. Dejó atrás el sueño académico y se postuló para entrar a la casa con su valijita y acoplarse al “buenísimo” que enuncian los otros rehenes voluntarios todo el tiempo. De pronto, Sebastián Spur olvidó el objetivo del inicio: fundar un partido político.
“Quería entrar para hablar de política –dice–, para sentar las bases de un partido, entender que participar en el reality implica una responsabilidad y que la gente que te apoya en el programa te puede seguir también afuera.” El desafío (meterse en la tele para romper reglas) quedó relegado, y apareció una práctica más frecuente: el cálculo obsesivo de la cantidad de votos que cada uno dedicó a los compañeros, la estadística aplicada al “Gran Hermano”. Se arrepintió de lo que –se suponía– él iba a mostrar en la casa: su condición de participante concientizado. “Hay que ponerse las pilas –creía y lo enunciaba antes del ingreso–; yo soy de centroizquierda y estoy convencido de que si llegás al poder, lo hacés con la gente. Hay que recuperar la política y comprometerse.” Cuatro semanas después, hubo una ligera variación en el punto de vista: “No podés pensar en otra cosa que no sea nominar y expulsar, y te lo tomás todo en serio. Adentro, todo era una gran telenovela mexicana”.
Suele quedarse callado, como meditabundo, cuando le hablan o le hacen una pregunta o le cuentan una historia; callado, para ganar un aura de persona interesante. Habrá aplicado esas técnicas en la entrevista, en el estadio de River, cuando lo sondearon sobre la familia, las motivaciones, si dejaba una novia afuera. Callado, en situación de espera, sin ansiedad ni apuro: intrigante. Llegado el momento, tiró un estudiado: “¿Mis mujeres? ¿Tenés un par de horas?”. Los géneros se fusionan, y Sebastián, conocedor de las reglas del reality, intuyó que el papel de galán facilitaba la estadía. A la televisión le gusta mucho recibirlos y amenazarlos con la salida en cualquier momento y a pedido del público, y sólo el “sufrido” o el buenazo o el galán tienen armas suficientes para dar pelea. “El reality habla de la crisis: el monto de los premios bajó a la mitad”, analiza. “Y con el presupuesto que nos daban, nos alcanzaba para comer arroz o fideos. Todos bajamos de peso.”
La televisión simplifica, rotula, estereotipa: Sebastián era el “dark”, todo el tiempo y en cualquier lugar. Se lo gritan por la calle y se lo repite Solita en “Gran Hermano”, y todo por usar un sobretodo negro y tener un par de aritos. La etiqueta lo persigue, y él impone sus recaudos. “Yo no soy referente de ningún grupo”, explica. “A mí se me puso el título de dark, y creo que apenas se me puede asociar a un movimiento gótico muy liviano. Creo que los verdaderos dark no me considerarían nunca parte de su grupo.” Honestidad brutal para señalar esa manía compulsiva por encontrar “el personaje”: la puta, el gay, el galán, la madraza y el dark. Le tocó, parece, la mejor parte, pero igualmente la fama repentina desconcierta al economista: del Centro de Investigación en Matemática Aplicada a la Economía a la ronda por “Videomatch” y “Poné a Francella”. A Sebastián le gusta pensarse como un provocador: “Cuánto más extremo sos, más fácil es sacarle la careta a la gente”.