Durante años, Fito Páez sostuvo que no era necesario sufrir para componer buenas canciones. Era el tiempo del Fito que con El amor después del amor vendía seiscientos mil discos. En un largo proceso personal había dejado atrás mucho dolor y estaba esplendorosamente enamorado. Pero parece que tras su reciente separación de la actriz Cecilia Roth, el músico barajó y dio de nuevo. La serie de nueve conciertos que tiene programados en el teatro ND/Ateneo bien puede servir para inaugurar una nueva etapa de su carrera. Dolorido y rabioso, ha compuesto algunas de sus mejores canciones en mucho tiempo, de esas que traspasan la epidermis con facilidad en la primera escucha.
“Es hora de volver a mí”, canta Páez apenas comienza el show. Las apariencias indican que ese retorno del que habla es el de la reconexión directa con su público. Sus nuevos temas no quedan sepultados tras una maraña de arreglos, cuerdas o caños: ahora lo acompaña un cuarteto que suena como una aplanadora cuando es necesario, y que sabe transmitir la sutileza que precisan algunas composiciones. No parece casual –en esto de retomar caminos– que haya elegido un ámbito reducido como el ND/Ateneo, donde puede mirar a los ojos a su público y, tal vez, retomar un lazo que se había vuelto esquivo.
Desde que se le conoció la voz, cuando cantaba aquello de “Nací en el ‘63...”, Páez ha sido un cronista de su vida. No es de extrañar, entonces, que la primera parte de su concierto sea una especie de monólogo, con su ex pareja como destinataria. El músico se planta y canta “Volver a mí” (ver aparte) casi gritando, hace propia la letra de “Tuve tu amor” de Charly García (“El exilio te vistió de actriz...”) y rockea en “Naturaleza sangre”, donde dice, una vez más, que “es preciso volver a empezar”. Cuando Páez se pone a dar consejos, como en “Salir al sol”, la cosa se torna menos interesante. En cambio, es brillante la versión de “Suspensión”, en la que la banda demuestra que ese temazo de Invisible no le queda grande. También hay espacio para homenajear a los Paralamas y a Charly con “El vampiro bajo el sol” y para que el guitarrista Gonzalo Aloras cante “Casi loca”.
Páez atraviesa el desamor después del amor y eso queda claro en títulos tan explícitos como “Los restos de nuestro amor” y “Urgente amar”. “Eso que tenés en tus manos no es Versace, es mi corazón”, escupe en “139 Lexatin”, una reflexión desde el sopor en el vórtice de un suicidio con pastillas. Si hay rabia, que se note, parece ser la consigna. Por eso, la versión de “Ciudad de pobres corazones” fue demoledora, y dejó al público ardiendo cuando la banda se retiró del escenario. Durante los bises se produjo un momento de comunión impactante. Cuando Páez notó que toda la sala afinaba a coro en “11 y 6”, pidió a sus músicos que bajaran la intensidad de la interpretación y dejó de cantar al público por un rato. Y fue un momento mágico porque el músico no lo arruinó con ninguna frase demagógica: se dedicó a disfrutarlo como el resto de los presentes.
Alguna vez, en los comienzos de su carrera Páez dijo que hacía música para “asustar a las tías”. Con el tiempo, sus canciones pasaron a encantarles a las tías y a resultarles indiferentes a los sobrinos. ¿Hayun nuevo Páez, tal como lo proclaman los afiches callejeros y el programa del espectáculo? ¿Es sólo una maniobra de marketing, o Fito necesita íntimamente bajarle el pulgar a la estrella y mostrar al tipo de carne y hueso? En “Oh nena”, otro de los estrenos, canta: “Dejemos que vuelvan los pibes que fuimos”. En eso anda, parece.