ESPECTáCULOS
“Mi querido mentiroso”, o la otra cara de Shaw
Norma Aleandro y Sergio Renán se lucen, en su doble papel de actores y directores, en una adaptación al teatro de la correspondencia de Bernard Shaw con la actriz Stella Campbell.
Por Hilda Cabrera
@El empeño por revivir a famosos sobre el escenario a través de la dramatización de sus cartas no es un asunto nuevo en el teatro inglés y estadounidense. Aquí fue Jerome Kilty, nacido en California en 1922, quien en los años 60 trasladó a la escena parte de la correspondencia que entre 1889 y 1939 intercambiaron el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw -autor entre otras piezas de La profesión de la señora Warren, César y Cleopatra, Hombre y superhombre, Androcles y el león y Santa Juana– y la actriz Stella Campbell, diva inglesa que pasó privaciones en sus últimos años. El resultado de esa invasión a la intimidad es una mixtura de enlaces ideados por el adaptador y cartas no todas atractivas, acaso porque antes de ser publicadas por la misma Campbell fueron -.según se dice– eliminados algunos párrafos. Quedan sin embargo tramos interesantes, como aquél en que Shaw traduce de modo seco algunas experiencias fuertes. Una es la expuesta en la escena en que el dramaturgo, personificado con estudiada sobriedad por Sergio Renán, recuerda el final de su madre. Otras rescatables son aquellas en las que una Campbell físicamente doblegada se resiste a claudicar. Los diálogos surgidos de ese carteo –y vertidos en esta puesta a un lenguaje local, pero tendiendo a neutro– chocan con la imagen establecida del dramaturgo siempre perspicaz y dispuesto a alterar cualquier situación con un sarcasmo.
Ese juego, al cual espectadores o lectores de Shaw de cualquier época se han prestado gozosos, no abunda en las secuencias imaginadas por Kilty. Está presente sí en las escenas de los ensayos de Pigmalión, por ejemplo, donde unos pocos fragmentos de esta obra –estrenada en 1914 y con un personaje central, el de Eliza Doolitle, una chica analfabeta que vagabundea por Londres– son recreados con soltura y oficio por Norma Aleandro, en tanto Renán, en su papel del Shaw que da indicaciones, compone al profesor Higgins, interesado y perplejo ante el desparpajo y la vocinglería de la muchacha. Estos son los pasajes más regocijantes de una puesta cuidada en todos sus rubros, y ofrecida a modo de corolario del ciclo Teatrísimo, del cual participaron varios elencos con otras tantas obras. A diferencia de aquellos trabajos, presentados en el teatro Regina a beneficio de la Casa del Teatro –a la que se destinó también lo recaudado en la primera función de Mi querido mentiroso–, la pieza de Kilty no quedó encuadrada en el formato de semimontado y se presentó con todas las galas en la mítica sala de Esmeralda 443.
Las simplificaciones respecto del carácter de las figuras escenificadas en este tipo de espectáculos pueden suscitar la fantasía de que con lo visto ya se sabe todo de los personajes. En este caso, además de Stella Campbell, también del célebre autor dublinés, cuyas ingeniosidades han sido utilizadas incluso para darle un toque ocurrente a los recetarios de cocina. Respecto del enojo ante la publicación de las cartas que envió a Campbell, se cuenta –no en este montaje pero sí en numerosos escritossobre el dramaturgo–. que Shaw respondió diciendo no estar dispuesto a que se lo convirtiera en el caballo de Lady Godiva, quien –como registra la tradición– era la esposa de un lord del siglo XI e intercedió para que les rebajaran los tributos a unos pobladores paseándose desnuda y a caballo, cubierta sólo por su larga cabellera.
En Mi querido mentiroso, Kilty retrata a sus personajes desde sus hábitos y excentricidades, y desde el humor y una ironía a veces autocompasiva: “La batalla de la vida se libra en la decadencia”, según sintetiza al promediar la obra una ya anciana Campbell, la misma que en 1914 le había enrostrado a Shaw publicar artículos en contra de la guerra, porque “la gente de bien no publica esas cosas”. Sin embargo, fracasos y enfermedades no significan aquí un desgarro. Kilty pone de escudo a sus personajes e intenta transmitir una imagen positiva de sus historias. La escena se convierte así en refugio. Quizá por ello los momentos más logrados de esta puesta sean los desarrollados a la manera de un gran ensayo: el de Aleandro y Renán queriendo ser Campbell y Shaw, y el de éstos tratando de encontrar el tono que haga creíbles a Eliza y el profesor Higgins.
Iniciada con una breve explicación expuesta de cara al público –como para que cada espectador pueda hacerse idea de los personajes y la época-, la obra va armándose de a retazos, con saltos en el tiempo y la geografía, y con acotaciones que, aun siendo obvias o ingenuas, son intercaladas con picardía por los intérpretes. Aleandro y Renán aciertan sobre todo cuando deben instrumentar dramáticamente los silencios para enmarcar la dureza de una situación ya vivida por sus personajes. Directores de sí mismos, optaron por una puesta sencilla, donde las transformaciones pasan por el gesto y el cuerpo, y el inconformismo de Shaw y Campbell es puesto de manifiesto, antes que por comentarios astutos, por la batalla que libran contra las desdichas. “Sobrevolaron el mundo sin perder el humor” es la frase que resume este trabajo, que viene convocando a un público fervoroso.
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