ESPECTáCULOS
Una semana de conciertos con el sello de la gran Martha Argerich
Unas veintidós mil personas pasaron por el Colón para participar de la fiesta. Alrededor de la pianista se desarrolló el evento que lleva su nombre. Charles Dutoit fue una de las principales figuras.
› Por Diego Fischerman
Una semana de conciertos –algunos de ellos extraordinarios–, clases magistrales, charlas de café y de las otras, discusiones, conversaciones de miembros de fundaciones y propuestas (al director Charles Dutoit, sobre todo) y una cantidad de asistentes que, según barajaban las autoridades del Colón el día del cierre, rondó las 22.000 personas. Ese fue, a grandes trazos, el saldo de la segunda edición del Festival Martha Argerich que, aun más que el año pasado, tomó la ciudad durante siete días. La pianista asegura que su intención es que la música llegue, por este medio, a la mayor cantidad de gente posible; que los públicos se amplíen (en número pero también en cuanto a su inserción social) y que se desacralice la institución del concierto. Los aplausos al final de cada movimiento del Triple Concierto de Beethoven, en la sesión del sábado, fue una prueba de que el objetivo se había logrado. Esa explicitación de entusiasmo extemporáneo —desaprobada con chistidos por los habitués— fue la muestra de que muchas personas estaban en un concierto de música clásica por primera vez en su vida (y, además, de que la estaban pasando muy bien).
En la clausura del festival brillaron, como lo habían hecho en el concierto de apertura, la Filarmónica de Buenos Aires y Dutoit. Un comienzo bombástico con la obertura “Carnaval Romano” de Berlioz (basada en temas de su ópera Benvenutto Cellini), una interpretación excepcional del genial Preludio a la siesta de un fauno de Debussy y una versión de Cuadros de una exposición —la fenomenal orquestación de Ravel sobre la obra para piano de Mussorgsky— plagada de sutilezas y matices, volvieron a poner en escena las dotes del director. Por un lado, es claro, una claridad conceptual en la que coexisten, en dinámico equilibrio, el cuidado por que se noten las relaciones armónicas, el detalle en el fraseo, la precisión en el delineamiento de las relaciones estructurales y una expresividad fluida y exenta de manierismos. Por otro, su capacidad para transmitir esto a la orquesta, para cargársela al hombro y para transfundirle —recuperarle— la mística de hacer música en conjunto. No por nada el que fue director de la Sinfónica de Montreal durante 25 años, con más de 150 discos grabados a lo largo de su carrera, se convirtió en una de las figuras más solicitadas de estos días. El Colón, prácticamente, le dio carta blanca. La propuesta es venir a hacer lo que quiera, desde dirigir la Filarmónica hasta encarar un trabajo de más largo alcance. La Fundación Antorchas comenzó a conversar con él de un proyecto didáctico. Dutoit estaba bastante fascinado y llegó a pensar en comprarse un departamento en Buenos Aires para poder volver periódicamente.
El punto más flojo del concierto de cierre —y del festival en su conjunto— fueron los partenaires de Argerich. Ni el cellista Mark Drobinsky ni, mucho menos, la violinista Dora Schwartzberg, están a la altura de una compañía de ese nivel. Es más, la violinista difícilmente podría ocupar el papel de solista en un teatro de primer nivel si no fuera, como en este caso, porque la organizadora del festival hace de la amistad un credo. Más allá del significado simbólico de este maratón musical que parece haberse incorporado a la vida cultural de Buenos Aires, el nivel musical no fue homogéneo (tampoco lo había sido en la edición anterior) y junto a músicos notables, como los pianistas Sergio Tiempo, Mirabela Dina y Cristina Marton, y a obras magníficas como el Concierto para piano, trompeta y cuerdas de Shostakovich, hubo un poco de todo, incluyendo composiciones olvidables e intérpretes que están lejos de las expectativas que generan el Colón y una figura como la de Argerich.