ESPECTáCULOS
› UNA EXPERTA EXPLICA POR QUE LA GENTE VE CADA VEZ MÀS REALITIES
“La vida de los ricos y famosos hartó”
¿Por qué se produjo una explosión de intimidad en la televisión? ¿Qué mueve al deseo de espiar la vida de los otros? Para Leonor Arfuch, el fenómeno podría ser la punta del iceberg del fin del interés por la ficción-ficción.
› Por Julián Gorodischer
Pasión por mirar y conocer la vida de los otros: ¿es el irresistible deseo de saber cómo vivir? Hace más de diez años que la doctora en Letras Leonor Arfuch –autora de El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea– investiga los modos en que la gente se interesa por los géneros de la intimidad: diarios, cartas, retratos, autobiografías, conversaciones, modos en que las vidas se cuentan, nunca porque sí, sino movidas por una elección ética. Los mundos privados convocan al lector, y ahora también al televidente, después de que en 2001 se desatara una pasión biográfica sin precedentes. El reality show habla de lo cotidiano, pero encierra a sus criaturas en una celda para conejillos. No los acompaña en su vida real, sino que les pide que se sobrepongan a la “situación límite”. ¿Qué mueve a los públicos a mirar a cualquier hora, a relegar la propia vida para sumergirse en la trivialidad de las acciones mecánicas y los diálogos sobre la nada? ¿Acompaña la explosión de lo privado en la televisión un repliegue del espacio público? “La llegada de la gente común a la pantalla es la abolición de la ficción”, afirma Arfuch.
–¿Cómo se explica este fervor por espiar la vida de los otros?
–Esto no se explica solamente con la morbosidad o el voyeurismo; hay razones un poco más profundas. Con el psicoanálisis empezamos a entender que el sujeto no es un lleno sino un vacío que necesita identificaciones con otros para constituirse como un sí mismo. Quizá la identificación es más fuerte cuando el otro existe verdaderamente y no es un personaje de ficción. Las vidas de otros nos enseñan sobre nuestras propias vidas; de algún modo uno aprende a vivir con la experiencia ajena. Pero hay, también, en el caso de los consumos mediáticos, un hartazgo del mundo estelar, de los ricos y famosos, que tienen algo de nuestras vidas pero con diferencias abismales. La vida de los ricos y famosos hartó.
–¿Qué lectura política podría formularse en torno del reality?
–La televisión, como toda producción de significaciones, no es neutra: expresa y construye los diversos registros de cambios de la sociedad. “Gran Hermano”, que aparece en la expansión de la globalización, puede leerse como una estética concentracionaria, gente encerrada en un sitio del cual no puede salir: un grupo que se constituye con su propio antídoto antisocial, en el cual uno siempre va a tener que ser excluido. La exclusión no viene de afuera y afecta al grupo, sino que es inherente al grupo. El grupo funciona mostrando la absoluta trivialidad del vivir, el residuo, aquello de lo que uno no guarda registro, el movimiento mecánico y la vida reproductiva. Quien sobrevive en el juego no es el mejor sino el más vivo, el más desleal, el más astuto. Existen, sin dudas, ciertas similitudes con el mercado de trabajo globalizado.
–¿Podría pensarse al reality en paralelo con un retiro de la vida pública del ciudadano?
–La distinción clásica que funda la modernidad (lo público y lo privado) separa esferas de poder: lo privado queda ligado a la domesticidad, al reino de las mujeres, a una desigualdad de género. Esta separación ya no se puede sostener: hoy se vuelve público lo privado, y privado lo público. Nos quedamos sin dormir para ver qué pasó en el reality, y de paso nos vamos olvidando de otras privatizaciones de lo público que quizás inciden mucho más en nuestras vidas y de las cuales nos llegamos a distraer.
–Usted habla de tres ejes en relación a la manera en que se relatan las vidas de los otros: lo íntimo, lo privado y lo obsceno, ¿cómo se articulan en la televisión?
–La intimidad es un espacio profundamente construido, y entre los grandes constructores de intimidad están los medios. La revisitan una yotra vez para posibilitar el control social y el autocontrol. El que habla y exhibe su propia experiencia introduce una carga muy fuerte. Ahí aparece lo obsceno: cuando lo íntimo, en el reality y programas aledaños, no adquiere un sentido explicativo ni reivindicativo ni pedagógico, sino que pretende sólo el escándalo y su réplica para acatar las reglas de un sistema del espectáculo.
–¿Y qué pasa cuando son representantes de minorías sexuales o de una marginalidad social (como Viviana, la prostituta de “Gran Hermano 3”) los que dan testimonio de su intimidad?
–Se podría pensar que estamos en un momento de ampliación de lo decible y lo mostrable, de liberalización de las costumbres, pero entonces surge la pregunta: ¿empezamos a considerar con mayor libertad la pareja, las relaciones entre las personas o se reafirman concepciones tradicionales y sexistas? Me parece que en vez de ablandar prejuicios, el reality show refuerza concepciones conservadoras, entre otras cosas porque responde a una pugna por la hegemonía, y el que triunfa hasta ahora es el registro hegemónico.
–¿No hay posibilidad, entonces, de hacer usos positivos o transformadores del espacio del reality?
–De pronto temas que eran tabúes, propios del diálogo íntimo, adquieren visibilidad. El reality abre la puerta de la domesticidad, de aquello que en la cultura deja en casa. Súbitamente lo que le pasa al vecino se ofrece a la mirada pública y todo se muestra. Uno podría pensar que eso desarticula resistencias. La exposición pública de las conductas conlleva el incremento del autocontrol. Allí habría un elemento positivo: con el reality, hay temas que salen de la órbita del tabú y dejan de ser aquello de lo que no se puede hablar.