ESPECTáCULOS
› “LA PRUDENCIA”, DE CLAUDIO GOTBETER, EN TUÑON
Tres mujeres aterrorizadas
María Urdapilleta, Fernando Noy y Eduardo Santoro le ponen el cuerpo a una historia que intenta explorar hasta que extremos puede llegar una sociedad traspasada por los discursos de la inseguridad.
› Por Hilda Cabrera
Si la copia puede convertirse en un original, ¿por qué la realidad (lo que sucede por fuera y para todos) no puede ser también “una trampa que enjaule a la ficción”?, como dice el actor, poeta y ensayista Fernando Noy (El poder de nombrar, Dentellada, Te lo juro por Batato), creador de piezas de humor en las que predomina la réplica inteligente, como en Perlas quemadas (de 1999), donde, en una noche en vela, dos señoras de “alta alcurnia” matan el tiempo desparramando secretos guardados durante años. Esta vez, la trampa que tiende el mundo de lo real no es otra que “el miedo a la inseguridad”, tema sobre el cual gira la historia que se cuenta en la nueva pieza teatral que interpreta Noy junto a la singular María Urdapilleta (intérprete, entre otras obras, de Pessoa a Persona, El corazón disparado, Urdapilleta en llamas y Perlas quemadas) y Eduardo Santoro (Los justos, Desquiciados, Rapsodia provinciana y muchas más).
El título del nuevo trabajo es La prudencia, y tanto el libro como la dirección pertenecen a Claudio Gotbeter, autor de El funámbulo (que protagonizó Lorenzo Quinteros) y, entre otras piezas, Yo no fui... yo tampoco y Si alguien lo sabe, por favor que lo diga (las dos con Marita Ballesteros). En este montaje –que se estrena hoy en el recién inaugurado Teatro Bar Tuñón, de Maipú al 800, y podrá verse todos los viernes a las 21–, el escape frente al miedo se va forjando entre apuntes de un humor a veces feroz, siempre celebratorio. En opinión de Noy, los personajes experimentan incluso una rara felicidad, exacerbada en este “thriller esperpéntico o comedia negra” de 45 minutos. “Que treparían a 50 si le sumamos los saludos”, apunta divertido el actor en la entrevista con Página/12, junto a Gotbeter. La obra muestra a tres amigas en tren de celebrar un Año Nuevo. Son las protagonistas de un miedo social extremo, y por lo tanto de una prudencia también exagerada, al punto de colocarlas en una situación límite. “Me interesaba tomarle el pulso a la realidad: comprobar hasta dónde se puede llegar cuando dejamos que nos gane el miedo”, precisa el autor, que eludió deliberadamente el formato coloquial.
– ¿Qué sería aquí lo inevitable para unos personajes que, según parece, son elementos de una trampa?
C. G.: –Probablemente, el padecimiento.
F. N.: –Pero atravesado por el humor, que es para mí la única puerta de salida cuando se tiene miedo. Por eso digo que La prudencia se “resuelve” en una carcajada, que algunos van a imaginar como una consecuencia del espanto, y otros como expresión de una descontrolada felicidad.
C. G.: –Mi intención no es que ese humor pase por el subrayado de particularidades físicas sino, sencillamente, por las convenciones características del juego teatral, del más simple. Diría el más infantil, el que practican los chicos cuando fantasean con componer un personaje. Mi urgencia era contar del modo más directo posible el pánico que venimos sintiendo los argentinos en estos tiempos. Escribí la obra dos años atrás, impulsado por un suceso que ocurrió en la misma cuadra en que yo vivía. Y no fue el único caso de ese tipo. La exacerbación del miedo a ser asaltado estaba poniendo en riesgo a gente tranquila. Habíamos empezado a protegernos de una manera muy loca y a veces con consecuencias trágicas.
F. N.: –Como ese hombre rico que mató a su nieto, creyendo que quien entraba a su casa de madrugada era un ladrón.
–¿Por qué quiso eludir especialmente el lenguaje coloquial?
C. G.: –Porque no me interesa situar la obra en un espacio y tiempo determinados. Es cierto que en el fondo me estoy refiriendo a situaciones que nos afectan de cerca, pero no quise que quedara grabada en el lenguaje. Esta pieza es muy diferente a El funámbulo, donde debía precisar mejor el lenguaje, jugar con la palabra, porque se trataba de un personaje en situación de encierro y en una circunstancia, digamos, poética.
–¿Cuál es aquí la función del miedo?
C. G.: –Mi actitud no es la de un investigador. Trato un tema que está en el aire sin intentar respuestas. Sé que el miedo se modifica, que adquiere matices diferentes. En otro trabajo mío, Desquiciados, el temor paralizaba a los personajes, quedaban como atados a sus sillas. Se quejaban, pero eran incapaces de alguna acción. Aquí se movilizan, pero empujados por el pánico y, quizá por eso, sin medir las consecuencias. El poco raciocinio que les queda lo utilizan para justificarse.
–La autocompasión es un recurso eficaz para desentenderse de compromisos...
C. G.: –Sí, porque pueden verse a sí mismos con ojos de víctima.
F. N.: –Aunque sean victimarios, como estas tres mujeres que van incrementando su ferocidad. Como escribió Alejandra Pizarnik, debemos hablar del horror, pero teniendo delante el modelo del horror para no equivocarnos y creer que lo que estamos haciendo es otra cosa.
C. G.: –Se podría decir también que estos personajes son víctimas de sí mismos, pero sería una visión psicologista, que no me interesó.
F. N.: –Yo encuentro en esta obra que ficción y realidad son simétricas, y que los personajes son piezas de un mecanismo. Seres metidos en un laberinto, del cual, como diría Marechal, sólo se sale por arriba. Para mí, como actor, esta obra es una gran prueba. Siempre hice papeles chicos. Esto se me aparece como aprender a nadar en mar abierto. Al principio tenía miedo: creía no poder aprender la letra, y ahora me viene a la cabeza todo el tiempo. Me río andando por la calle. Pienso en la obra y veo que algunos me miran asustados.
–¿Por qué este interés en que sean actores los que interpreten dos de los tres roles femeninos?
C. G.: –Mi intención no es mostrar travestis sino mujeres, pero exacerbadas, también desde lo visual. Pero ponemos cuidado en no caer en la caricatura. Por eso digo que éste es un trabajo de todo el elenco, de los vestuaristas René Morales y Tutti Santos, y de Ricardo Sassone, con quien creamos una escenografía bastante austera.
F. N.: –¡Y qué puedo decir de mi personaje! Tiene un plus de hermafrodita... las mutaciones se producen de manera inmediata, como las de una exorcizada.