ESPECTáCULOS
Las acciones imposibles que derivan de una fuga a ciegas, sin retorno
La pieza teatral “Pampa”, dirigida por Roberto Castro, se vale de la picaresca y del humor negro para retratar un mundo sin esperanzas.
› Por Cecilia Hopkins
En Pampa, el entrerriano Jorge Leyes da nueva vida a dos personajes que había creado para su pieza Ruta 14, en la que un cementerio tendido al costado de una ruta provincial oficia de punto de reunión de un grupo de veinteañeros desencantados. Entre las escenas fragmentarias de violento trazado, los personajes revelan sus deseos de emprender fugas sin retorno o ejecutar acciones tan extremas como el incendio de la ciudad en la que viven para comenzar todo de un principio. En ese contexto desolador, un ventrílocuo llamado Piriápolis y su muñeca, Florianópolis, llevan a cabo un pequeño acto en el que el suicidio aparece como una respuesta a un mundo sin esperanzas. Quien haya visto la obra en 1999, seguramente recordará esa escena como uno de los fragmentos más logrados de la puesta que Roberto Castro concretó en el Teatro Payró. Bajo su misma dirección y con la misma actriz que animó en aquel momento a la muñeca (Verónica Piaggio) aunque esta vez acompañada por Mariana Richaudeau, Pampa consiste en el desarrollo de aquel breve acto, ahora subtitulado por el propio autor “boceto de un acto imposible”.
En el medio de una total oscuridad, un confuso ensamblaje de cajoneras y enseres de viaje avanza por el espacio vacío. Se trata del equipaje de Piriápolis, el artista vagabundo dispuesto a propiciar un encuentro con el espectador, guiado por la necesidad de contar su historia. El relato, que parte del momento en que nace y es adoptado, tiene un aire de novela picaresca a pesar de su humor negro. Del interior de la valija el ventrílocuo saca su posesión más preciada, la única que puede darle un sentido a su vida de artista ambulante. Y como al descuido, del ruinoso conjunto de objetos se desprende una larga bandera celeste y blanca que termina perdiéndose en la oscuridad. Así queda expuesta al público su muñeca Florianópolis, un ser de carácter agrio y violento que lo tiraniza cuando no encuentra el modo de humillarlo en público. Vestida con ajadas y descoloridas ropas de paisana, ella sabe cómo manejar al ventrílocuo hasta el punto en que pareciera que los roles se intercambian y es él quien actúa por obra de la china gaucha.
Las dos intérpretes coordinan gestos y movimientos con gracia y naturalidad y aprovechan el estrecho contacto que establecen con la platea. En un rítmico tira y afloje entre artista y “objeto”, el número no termina de salir como está planeado. Así es como el responsable del show luchará contra su emancipada criatura para que en la serie de chistes de doble sentido cada pie coincida con su remate correspondiente. La rúbrica del malambo que marcan sus botas contra el carromato parece dar cuenta de un curioso sentimiento que cabalga entre la victoria y la desesperación. Finalmente, y al igual que en la puesta de Ruta 14, en medio de la nada y el mayor abandono, el acto del suicidio se revela como el gesto más apropiado para ensayar, a modo de rito compulsivo.