ESPECTáCULOS
› EL CINEASTA EDUARDO MONTES-BRADLEY ESTRENA UNA PELICULA SOBRE JULIO CORTAZAR
“Busco desmitificar, pero sin mala leche”
El realizador, que viene de concretar films sobre Osvaldo Soriano, Jorge Luis Borges y Osvaldo Bayer, dice que “Cortázar, apuntes para un documental” intenta discriminar qué es cierto y qué no en la leyenda del escritor.
› Por Roque Casciero
El realizador Eduardo Montes-Bradley dice que hace películas sobre escritores para cuestionarse la realidad. Por ese motivo ya apuntó su cámara hacia Jorge Luis Borges, Osvaldo Soriano y Osvaldo Bayer, y ahora está a punto de estrenar, mañana en el Cosmos, Cortázar, apuntes para un documental. El film no es una biografía sino un recorte sobre la “transformación” del autor de Rayuela después de su viaje a Cuba, en el que opinan Ernesto Cardenal, Luis González, Claribel Alegría, Manuel Antín, Liliana Hecker, Tomás Abraham, Octavio Paz, Juan Carlos Onetti y Bayer, entre otros. Para algunos, a tono con su verborragia, éste podría ser un film polémico, pero el realizador piensa que es un ejercicio que consiste en pensar a Cortázar más allá de los lugares comunes.
“El film es el resultado de una inquietud, de una búsqueda y de la certeza de no tener respuestas. Ninguna de mis películas sobre escritores me aportó ninguna respuesta sino que me sumó muchísimas preguntas. Una de las premisas de toda esta serie es el cuestionamiento y la desmitificación. No me interesa tomar a ídolos y hacerlos pelota, pero sí quiero cuestionarlos y cuestionarme, verlos de otro modo. Busco desmitificar, pero sin mala leche. Los escritores son excusas muy interesantes, porque uno no está comprometido con ellos sino a través de la literatura. Esto podríamos hacerlo con el Che, pero el sujeto es prácticamente incuestionable desde la perspectiva de los parroquianos. En cambio, con Cortázar es más interesante porque, después de todo, no era nada más que un hermano viviendo en París y enamorado de las revoluciones tropicales”, puntualiza el cineasta.
–A Cortázar sí lo cuestionaban los parroquianos.
–Claro. Y además fueron bastante injustos en su cuestionamiento. Se ensañaron particularmente con Cortázar, cuando no hacían lo mismo con Firmenich, por ejemplo. En el ‘73, los presos de la cárcel de Rawson estaban convencidos de que Cortázar era un oportunista que los usaba para vender libros. Muchos intelectuales creían que Cortázar era de derecha, porque estaba enfrentado con el peronismo del ‘45, pero en esa época la alternativa era liberalismo o fascismo. ¿Por eso veían a Cortázar como un tipo de derecha que se “convirtió” al socialismo después de su viaje a Cuba en 1963, porque mojó sus barbas en el Jordán de La Habana? Las pelotas, no, era un tipo consecuente con ciertos valores democráticos.
–Dijo que las películas le dejan más preguntas que respuestas. ¿Cuáles son las preguntas en el caso de Cortázar?
–Hace cuatro años que trabajo en un libro biográfico de Cortázar. Por eso, sé que no se ha hecho la investigación suficiente sobre ciertos mitos familiares que Cortázar reprodujo simplemente porque se los dijo su madre. No es cierto que el padre lo abandonó; no es cierto que el padre tenía un puesto en la Embajada en Bélgica; no es cierto que a Cortázar le patinaba la erre porque cuando era chiquito hablaba francés. Hablaba así porque tenía rotacismo, que es un problema muscular en la lengua. Cuando era chiquito, la madre le decía que hablaba así porque era francesito, y él se sentía bárbaro. Cortázar reproducía lo que le decía la madre; era un nene de mamá. Para transformarte en un mito argentino, el primer requisito es no tener padre o que esté al costado, y que el hijo termine sacrificándose por la humanidad. O sea, la reproducción sistemática del mito de la Virgen María. Ese es el tema del libro. Y para reivindicar al padre de Cortázar, voy a decir que era un buen tipo y que no lo abandonó sino que lo echaron de la casa. Pero para eso hay que esperar el libro, no la película.
–¿Por eso la película se llama Apuntes para un documental?
–Sí, y porque no hay más documentales: se terminaron. Hay que hacer apuntes, borradores fílmicos, porque no sabemos nada. Hay que empezar de cero, preguntárselo y cuestionárselo todo. Pertenezco a una generación convencida de que tenía razón. El problema es que la razón no existe. Y esto, además de ser desolador, es un gran estímulo para pensar.
–Usted viajó a Nicaragua para entrevistar a Ernesto Cardenal. ¿Con qué país se encontró, pensando en el que vio Cortázar?
–Estuve en la época de la revolución nicaragüense, en esa época empecé a hacer documentales. Managua es una ciudad con un desorden muy cortazariano y debe haberlo fascinado por muchas razones. De la revolución ya no queda nada. Cardenal es un hombre vencido, golpeado. Al final de la película lo dice muy bien: “Los yanquis no nos invadieron, la perdimos nosotros”. Verlo así me produjo cierto dolor, aunque tampoco demasiado, porque es un cura y no tengo demasiada complacencia con los curas. Para mí, ser un cura progresista es como ser un chorro decente. De todos modos, Cardenal es un gran poeta y un hombre de una entrañable sensibilidad. Pero tanto él como mi querido Osvaldo Bayer se lamentan de que Cortázar no se haya convertido en un mártir. No quiero mártires; quiero que me devuelvan con vida a todos mis amigos. Patria o muerte, las pelotas.
–Pero en algún momento también usted levantó esas banderas. ¿En qué momento cambió ?
–Cuando tuve la muerte muy presente. No quiero más muertos. La dignificación de la muerte es una atrocidad producto de una mentalidad retrógrada. Es el cristianismo y la hispanidad, la espada y la cruz que siguen rompiéndonos el orto.
–¿Se considera de izquierda?
–Uno de los pocos que quedan. En la Argentina, la mayor parte de la gente que conozco y dice ser de izquierda en realidad parece fascista. ¿Cómo se puede ser de izquierda y justificar la posición de Bin Laden? Me parece que Cortázar fue víctima de toda esta confusión argentina, de todo este quilombo del que todavía no se habló en profundidad. Si hay algún acierto en mi intento de cuestionarme las cosas es, precisamente, el intentar dejar la puerta abierta para seguir discutiendo.