ESPECTáCULOS
› DANIEL BURMAN Y “TODAS LAS AZAFATAS VAN AL CIELO”
“Mi placer es contar historias”
En medio de la crisis, dos cineastas argentinos, representantes de la nueva generación, presentarán sus respectivas películas en el Festival Internacional de Berlín, que comienza el próximo miércoles con Lucrecia Martel, la directora de “La ciénaga”, formando parte del jurado.
› Por Luciano Monteagudo
Exactamente cuatro años atrás, Daniel Burman llegaba al Festival de Berlín con su primer largo, Un crisantemo estalla en Cincoesquinas. “No entendía nada, después de la primera proyección me dijeron algo en alemán o en inglés, me subieron a un enorme Mercedes Benz negro y aparecí en una fiesta llena de estrellas. La sensación que tenía es que se habían equivocado, que yo no debía estar ahí.” Ahora Burman vuelve a la Berlinale para presentar –a partir del miércoles, en Panorama, la sección oficial no competitiva– su tercera película, Todas las azafatas van al cielo, una coproducción con España protagonizada por Alfredo Casero e Ingrid Rubio. Aquella inexperiencia quedó atrás. Después de Esperando al Mesías (2000), Burman ya está seguro de que no se equivocaron, de que no es un colado en los festivales internacionales. En diálogo con Página/12, el director recuerda con cierta nostalgia aquel primer paso por Alemania, reflexiona sobre la evolución de su cine y cuenta qué lo impulsó a filmar su nueva película.
–¿Cómo fue Berlín en el ‘98?
–El día que llegué, empecé a caminar por ahí y de pronto me di cuenta: “Ah, acá empezó el Holocausto. Fue hace poco. Los padres de cualquiera de esta gente que camina por la calle estaban en uno u otro lado del alambre de púas”. Me agarré una fiebre de millones de grados, vino un médico alemán y me dio una inyección para que pudiera estar presente en la proyección, con el público. Tengo un recuerdo extrañísimo, pero después fue fantástico, lo aproveché como experiencia.
–¿Qué cambió desde entonces?
–Todo. En primer lugar, llego con la película más diferente que se pueda pensar con respecto a Un crisantemo.... Y segundo, conociendo el lugar, voy con las expectativas más amoldadas a las circunstancias. Un festival es un lugar para que determinada gente vea la película en un contexto muy específico. En un festival como Berlín se puede tener la sensación de lo que la película significa no para el mercado local sino para aquellas personas que eligen para otros mercados. Y por más pressbook a cuatro colores que hagas, la suerte de una película en un festival depende del momento político del país, de las tendencias que hay en la crítica, la experiencia personal de cada comprador...
–Un crisantemo... era una película muy cerrada sobre sí misma. Esperando al Mesías, por el contrario, buscaba una comunicación con el público. ¿Cómo es Todas las azafatas van al cielo?
–La evolución de ese camino. Con Esperando al Mesías descubrí el público. Cuando entrás en la sala y descubrís que alguien se sonríe con la puntuación que vos pusiste en la película, sentís que te estás comunicando, decís “esto es el cine”. Me di cuenta de que de eso se trata, de hacer películas para que la gente las disfrute. Contar una historia con un discurso que a mí me interesa comunicar, provocar una emoción y conectarse con la gente de esa manera. Ahí está el placer. Es algo que se remonta a la época de las cavernas. Se reunían alrededor del fuego y a un tipo le gustaba ser escuchado y a otro le gustaba escuchar. Imagino que ese tipo contaba su historia de la manera más accesible para quienes lo rodeaban en la fogata, pero de una forma particular y única. Me parece que ahora seguimos haciendo un poco eso mismo.
–¿Y qué les cuenta Todas las azafatas... a quienes se reúnen alrededor del fuego?
–Es una historia de amor de dos personajes que llegan al límite del dolor y de la soledad. Y lo único que les queda es volver. Como Argentina, digamos (sonríe). Y se salvan mutuamente por un amor muy especial, un amor que no es el que nos cuentan en las películas norteamericanas, donde JuliaRoberts y Richard Gere corren desnudos... Este es un amor donde cada uno le da al otro lo que necesita y entre los dos construyen un bote salvavidas, para sobrevivir.
–¿Por qué la película transcurre en Ushuauaia?
–Porque es el punto más extremo del mapa, un lugar muy raro, como si después de Ushuauaia se acabara el mundo. Hoy, que todo está globalizado y que todos los lugares se parecen, Ushuaia todavía es una experiencia diferente.
–¿En la escritura del guión ya estaba la idea de convocar a Alfredo Casero?
–No, fue una idea del productor, Diego Dubcovsky. Primero me pareció una locura, pero fue genial. Alfredo, obviamente, no corresponde al arquetipo del galán, tiene otro tipo de belleza, que le dio a la película más profundidad. Y me ayudó a conseguir ese tono que, creo, tiene la película, en el que los momentos más dramáticos son dramáticos para los personajes, pero no para el espectador. Porque el espectador los ve en un entorno diferente. Algo similar me pasó con Emilio Disi, que también está en la película. Me parece que hay un montón de actores muy interesantes, que por muchos años hacen una misma cosa, pero tienen una riqueza escondida que es interesante explotar.
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