Mar 05.02.2002

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DRAMATURGO RICARDO HALAC, ANTES DEL ESTRENO DE “LUNA GITANA”

“La palabra está destruida, pero es peligrosa”

El autor teatral plantea en su nueva obra, que se estrena este jueves en El Nudo, un diálogo entre un filósofo utópico y una prostituta. Halac explica cómo “la idea de que se desplomó todo” contribuyó a su creación. “Mientras pensamos, la gente sigue en las calles buscando soluciones”, sostiene.

› Por Silvina Friera

Desde hace tiempo, al dramaturgo Ricardo Halac le preocupa la profunda crisis que padece la filosofía. Motivado por esta inquietud, el autor escribió Luna gitana, que se estrenará el próximo jueves a las 21 en el teatro del Nudo (Corrientes 1551), dirigida por Rubén Pires y con música de Federico Mizrahi. La pieza, que cuenta con las actuaciones de Silvina Bosco y Roly Serrano, narra en clave de grotesco el encuentro entre una prostituta y un filósofo utópico, que organiza grupos de estudio para encontrar el sentido de la vida ante la crisis. “El hecho de que el pensamiento no encuentre soluciones es una señal grave para la sociedad. Mi generación creyó en la utopía con una ferocidad y una pasión como no hubo en otro momento de la historia argentina. Creíamos que cuando los medios de producción pasaran a manos del Estado habría un hombre nuevo. La idea de que se desplomó todo me llevó a la creación de esta obra”, comenta Halac en la entrevista con Página/12. “El diálogo más absurdo que se puede plantear es entre un filósofo y una prostituta, y me pareció que refleja lo que nos sucede. Quién mejor que una prostituta, que es cogida todo el tiempo, para hablar de lo que nos pasa”, desliza Halac, vicepresidente de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores).
El encuentro entre la prostituta y el filósofo, que concluirá en una inesperada relación sentimental, se produce en un día de paro y movilización en Plaza de Mayo. El título de la obra surgió a partir de la creencia de uno de los personajes. La prostituta, descendiente de gitanos, sostiene que en cuarto creciente (la luna gitana) si una persona le pide un deseo a la luna con todo su corazón, ese deseo le será concedido. “Uno de los líderes de la manifestación se va a tomar un descanso para echarse un polvo con la prostituta y quiere que lo reciban cantando la marcha peronista. Mientras pensamos, la gente sigue en las calles buscando soluciones. Esa es la metáfora de la obra”, subraya Halac, autor de Soledad para cuatro, Lejana tierra prometida (presentada en Teatro Abierto 1981), Metejón y Frida Kahlo, una pasión, entre otras. “Como uno de mis destinos era estudiar filosofía y no lo cumplí, hace 8 años que hago cursos de filosofía. Muchos de los que dictan esos cursos no son filósofos pero se sienten sofistas”, aclara el dramaturgo, que también participó como guionista en ciclos televisivos como “Yo fui testigo” y “Compromiso”.
–¿La crisis de la filosofía está relacionada con la pérdida del significado y el valor de la palabra?
–Sí. Hubo un modelo de pensamiento, basado en el progreso indefinido de la sociedad, en la razón como posibilidad de entenderse y comunicarse entre los hombres, que se desmoronó. Vivimos la crisis más grande de la palabra que es la aparición de los fundamentalismos, que establecen que “estás con nosotros o te matamos”. Por eso, la palabra perdió absolutamente el valor de comunicación, persuasión, conocimiento y posibilidad de cambiar las cosas. Hay algunos pensadores muy descarnados que sostienen que la historia no tiene sentido. Desde Nietzsche en adelante las religiones se cayeron, Dios sigue gobernando muerto desde la cruz y el mundo no va hacia ningún lado. Deleuze afirma que estamos en sociedades de control. Foucault sostenía que estamos en sociedades de vigilancia. Hay un intento permanente de alertar a la gente y de convocarla a que piense.
–Paradójicamente, mientras el filósofo intenta enseñarle a la prostituta en las calles se están gestando cambios que el personaje no comprende. ¿Esto demuestra la incapacidad de la filosofía de acompañar los grandes procesos?
–Creo que sí. Porque en el instante en que el pensador abandona algún acontecimiento, eso sigue creciendo velozmente y se le escapa de las manos. Vamos hacia un mundo muy informatizado. En ese mundo, como dicen los filósofos, somos todos terminales, nadie sabe el valor que tienen laspalabras que se dicen y no tenemos capacidad de modificar nada. Para modificar una realidad hay que partir de un buen diagnóstico, aunque sea doloroso. Antes hacíamos diagnósticos muy livianos para convencernos de que todo acontecía como estaba previsto. Soy un poco despiadado con mi generación.
–¿Por qué?
–Nos costaba aceptar las dificultades que planteaba la idea del cambio. Uno sentía que el obrero peronista no era revolucionario y entonces lo rechazaba porque no se parecía a los obreros rusos. Cuando se cayó el régimen soviético, descubrimos que los obreros soviéticos son iguales a los obreros argentinos, que tienen las mismas dificultades. El problema de la utopía es que puede ser un veneno porque se pierde la realidad de todos los días.
–¿Las utopías siguen teniendo sentido?
–Le tengo miedo a la palabra utopía. Si la utopía es un lugar lejano al que hay que dirigirse, sin saber qué pasos hay que realizar para llegar, está mal. El peligro de la utopía es pasar del mundo visible al invisible.
–¿Por qué en momentos de crisis se apela a elementos mágicos o no racionales para encontrar respuestas?
–No solamente ha caído la razón, sino que se está cuestionando si realmente existe la conciencia. Muchos pensadores se preguntan dónde está la conciencia, en qué lugar del cuerpo. Se cuestionan si no es una invención ese sujeto capaz de entender, de ser consciente y de saber lo que hace. En las religiones se busca tranquilidad, seguridad y respuestas a las preguntas. El marxismo llegó a ser una religión. Había libros marxistas que respondían todas las preguntas. Decían que íbamos a ingresar en el comunismo porque todas las sociedades entrarían en crisis, entonces con el obrero llegaba la verdad. El tema central de las religiones es que tratan de armar un sentido totalizador del universo. Ahora existe una mayor libertad para entender que los cambios van a surgir de la gente.
–¿La sociedad argentina recuperó la capacidad de modificar la situación con los cacerolazos?
–Cuando empezaron los criticaban porque decían que eran motorizados por la pequeña burguesía que tenía su plata metida en los bancos. Pero los obreros no protestaron durante todos estos años mientras cerraban las fábricas porque tenían dirigentes sindicales totalmente corruptos que frenaron cualquier tipo de reivindicación. En el país han caído industrias completas sin una sola protesta. Hay fábricas cerradas con dueños y sindicalistas ricos. Los sindicalistas argentinos son famosos por negociar. El personaje de la obra camina por la tangente, siente que ya no vive, prácticamente no come, y admira a Diógenes que vivía en un caño con su perro. La pregunta central es si se puede vivir sin que nos cojan.
–¿Usted qué piensa?
–No hay un sentido único del cómo se puede vivir. Uno de los puntos sobre el que reflexionan los filósofos, que me parece el más dramático de todos, es que ha desaparecido el Estado como dador de sentido. El Estado es un aparato técnico–administrativo: ordena el tránsito, recauda impuestos .no se sabe para qué– y establece algunas normas mínimas de convivencia. Abandonó todas sus funciones en educación, salud, cultura y justicia. Para no sufrir debemos analizar si consideramos a la Argentina como un país o como una empresa. Porque si la pensamos como una Patria nos hacemos mierda. Lo que la gente está reclamando es justicia: el que roba tiene que estar preso. En este momento de crisis e incredulidad en los partidos políticos es importante lo que produce la gente. Las Madres de Plaza de Mayo, las marchas del silencio, los escraches y los cacerolazos generaron una madurez en la sociedad. Hay un pueblo que está en un estado de vigilancia permanente, que piensa y busca soluciones. Estos cacerolazos van a tener un impacto internacional, porque la gente va a descubrir quésignifica hoy depender de la patria financiera. Los bancos han construido un mundo donde es más importante poner la plata a interés que trabajar. Dicen que la clase media llora sólo por su plata y nada más. Todos lloramos por algo que nos duele y nos obliga a pensar. Tenemos que oír lo que dicen los cacerolazos, porque es una voz novedosa que puede dejar ideas nuevas.
–¿Existe una salida o el país va hacia la deriva?
–Si hay un estado de control permanente, es posible que no se tomen medidas contrarias a las necesidades de la gente. Sin embargo, este es un sistema muy perverso. Hay empleados en cultura y no se produce cultura, existen trabajadores en el teatro Cervantes que cobran el sueldo y no hay plata para montar obras de teatro. Hay empleados en el PAMI y no hay dinero para atender la salud de los abuelos.
–¿Cuáles son los motivos por los que se llegó a este nivel de perversión?
–Creamos una clase política monstruosa que sólo pensó en su riqueza personal. ¿Cómo alguien se puede atrever a sostener que lo llamaron “por su inteligencia y no por su prontuario?”. Parte de la respuesta está en que la dictadura aniquiló una clase dirigente creativa. De alguna manera, el nuevo teatro sigue hablando del horror del pasado: esos cuerpos mutilados de las obras de Veronese tienen un mensaje de enorme frustración, un signo de muerte muy grande.
–¿Cuál debería ser el rol del filósofo frente a la crisis?
–Volver a crear los instrumentos para poder pensar esta sociedad. Aunque la palabra está destruida, cuando sirve, sigue siendo peligrosa. Una de las frases de Marx, que aparece en la obra, dice: “No hay que interpretar más el mundo, sino cambiarlo”. Pero interpretarlo bien es cambiarlo.

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