Mié 22.01.2003

ESPECTáCULOS  › UNA ESPECIE QUE HACE DE LA AUTOFLAGELACION SU VEHICULO A LA FAMA

El manual del perfecto idiota televisivo

“Jackass”, “I bet you will”, “Televisión abierta” y “Quinta a fondo” abren la puerta a un nuevo submundo de aspirantes a estrellas, en que el único recurso parece ser administrarse las más variadas formas de castigo, sin quejarse jamás y sin dejar de sonreír.

› Por Julián Gorodischer

Todo empezó como el encanto de la imitación calcada, mirar y copiar, y atribuir el mérito a la literalidad. Es decir, los Marmota estudiaron cada capítulo de “Jackass” (“Idiotas”), el programa de Johnny Knoxville en MTV, y se entregaron a la fase uno del desafío: ser iguales. Uno se plantó junto al árbol, y el otro lo bombardeó con balines de goma para hacerle sentir el impacto y deleitarse ante la cámara del video casero, como lo haría todo defensor del flagelo pensado para escandalizar a la damita del pueblo de provincia estadounidense –en el original– o, en este caso, a la vecina de Lanús. El boom “Jackass”, o el éxito del más reciente “I bet you will” (ambos por MTV), o las imágenes de “Quinta a fondo” (América), motivaron lo que la leyenda sobreimpresa (“No lo hagas”) trataba de evitar: un pequeño ejército de adolescentes, cámara en mano, en busca de la “hazaña porque sí”, en busca del programa propio, pero conformes, por ahora, con su condición de émulos. El catálogo de acciones consagró unos pocos “clásicos”: chocar en patineta contra el muro, nadar en la cloaca o recibir el disparo de aire comprimido. Una especie de bizarra prolongación de aquellos bloopers que hicieron su agosto en la televisión de principios de los ‘90. Con la salvedad de que en aquel caso se trataba de accidentes reales filmados.
“Maxi se prendió fuego en los genitales, y lo apagamos dándole golpes con un bolso. Nos tiramos a toda velocidad en un changuito, y chocamos contra la pared”, cuenta Abel Gandini, un “Marmota”. “Pero nuestro sueño es tener un programa exactamente igual al de Johnny Knoxville. Saltaríamos a la pileta vacía desde el trampolín o haríamos el omelette humano: comer leche, huevos y manteca, sacudirse, vomitar y cocinarlo en la sartén.”
Copiar es un talento y una manera –entienden los Marmota– de vivir por préstamo directo, con la obligación de no aportar absolutamente nada nuevo, de no agregar un gramo de idea, ni una pizca de pensamiento propio. Que todo sea como una vez fue, que no se confunda nadie porque en los videos de los Marmota no encontrará aquella figura perimida: el autor. En su aparición más descollante llegaron al cable, transgrediendo el límite de la casona de Lanús, la habitación del amigo, el microcine del colegio. Salieron de “Televisión abierta”, en Much Music, y los llamados elogiaron las pruebas físicas de los dos dementes. Ahora, para imaginar no hay límite: “De encontrar a Johnny alguna vez –dice Elías González–, lo saludaríamos con un grito: ‘¡Vamos a revolcarnos en el estiércol!’”. En los videos caseros, el idiota autóctono nunca interpreta el acto, apenas deja escapar una exhalación u onomatopeya que festeja la victoria, de leve anacronismo, como de escuela primaria o partido entre chicos muy chicos: ¡Iupiiiiii! Un idiota es un “duro”, renace de las cenizas y nunca se queja de la suerte que le fue destinada. Es fuerte la tentación de atribuir una metáfora a los idiotas: ¿una resignación de la desesperanza? Oídos sordos al que interpreta, él está orgulloso de su sufrimiento, es castigado, pero no quejoso, y promueve una única sentencia que se muestra y no se dice: “Odiarás a tu prójimo como a ti mismo”.
“En esto hay algo de crueldad, maté un par de gatos”, confiesa Matías Errasti, alias Arnold, el loco. “En una casa de Don Bosco, lo agarré de la cola hasta que se desprendió del cuerpo. Para terminar de liquidarlo, le pusimos una baldosa en la cabeza y yo salté sobre ella. Me gusta, también, la autoflagelación: dispararme con un rifle de aire comprimido, abrocharme el culo, salir disparado de la cinta de correr. Mi único límite sería prenderle fuego a mi casa.”
El cuerpo del idiota autóctono golpea contra el muro, y allí donde la cabeza choca contra la pared después de deslizarse en la patineta, se contradice el modo standard atribuido al comportamiento de los cuerpos: cuidarse, preservarse, rozarse, suavizar. Sabe que si se desliza rumbo al muro en la patineta recibirá el impacto en la cabeza, e igualmente lo hace, único o escaso defensor del hacerse cargo en la Argentina del “zafe” y el “raje”. El idiota, además, cultiva una devoción sin otro compromisoque el amor. Fiel al molde que le dio origen, no persigue la fama ni la consagración, no quiere el lauro ni el mérito, desprecia la idea propia y la renovación. “En mi propio programa –sueña Arnold, el loco–, reproduciría ‘Jackass’ en su totalidad, aunque le agregaría el componente a la argentina: mostraría un soborno a un policía, nadaría en el Riachuelo, me levantaría un travesti y denunciaría el cometeo, bajaría en kayak las escaleras de la Facultad de Derecho y terminaría en Figueroa Alcorta.” El idiota podría ser, por qué no, homenaje y destino de país en crisis. Cuando no haya nada, quedará –tal vez– un idiota golpeado contra el muro.
“Mis amigos me atropellan con un auto –cuenta Juan Manuel Mattiaccio, alias Juan El Piojo–, o hacemos una guerra de papas podridas con gusanos y lo filmamos. En el video, yo hablo y me pegan un sartenazo en la cara, o estoy andando en bici y me dan una golpiza. Siempre el que se golpea soy yo.” Donde apenas quede un resquicio, el idiota se las ingeniará para meterse adentro, apegado a otro idiota en actitud solidaria que reclama, para el otro, el mismo trato. Cuando la única opción sea la de saber sufrir, el idiota exhibirá su calvario convertido en gracia de monito. Nunca practicará el idiota la resignación, la queja o la melancolía. Impactado, sucio, maloliente o flagelado, liberará sus instintos y respetará una prohibición: jamás quejarse de lo que le toca. Y si un día el Riachuelo queda definitivamente clausurado al contacto humano, quizá podrá verse a lo lejos –¿por qué no?– a un idiota flotante y orgulloso, entre las algas y el moho, reteniendo la respiración.

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