ESPECTáCULOS
Cinco Nachas en una sola noche
En su retorno a la escena argentina, Nacha Guevara construye un espectáculo más que llamativo, ideado como un paseo, de la mano de buenas canciones, por el mundo del amor.
Hay muchas Nachas en Nacha, y casi todas están en Qué me van a hablar de amor, el espectáculo con que acaba de volver a los teatros argentinos después de una larga ausencia. Todas esas Nachas confluyen en el modelo 2003 de Nacha, una mujer que parece existir sólo para ser mirada -admirada– por un público al que entretiene contándole cómo fue que llegó hasta aquí, aparentemente tan intacta.
- Hay una Nacha modelo 60, una chica de pasarelas que al conjunto de una década signada por las transformaciones se convirtió en una estrella del café concert. Utilizando su voz aguda y a veces chillona para denunciar los vicios de la burguesía, a la que pertenecía, aquella flaca llena de pilas, que había sido bautizada en rigor como Clotilde Acosta, sacó patente de contestataria, en una era en que las mujeres parecían querer romper para siempre las barreras de la desigualdad en que habían sido educadas. No era menor, está claro, ponerse Guevara de apellido cuando el Che aún estaba vivo.
- Hay una Nacha modelo 70, una mujer que fue cargándose, como el país, de tensiones y contradicciones, de éxitos y fracasos, de violencias y estallidos, hasta que el golpe de 1976 impuso la sociedad de las ilusiones muertas y obligó al silencio a millones de ciudadanos, entre ellos los artistas. La Nacha que emergió de ese marasmo, que incluyó su exilio tras amenazas de muerte muy concretas, ya sólo tenía los rasgos de aquella chica que posaba en la portada de un disco sentada en el inodoro, con la bombacha en los tobillos. De allí en más sería una sobreviviente, de humores cambiantes. Una parte de su pasado había muerto, y el futuro estaba en construcción, decían sus actitudes.
- Hay una Nacha modelo 80, que habita cierto inconsciente colectivo como una de las voces de la recuperación democrática, cuando sus canciones inspiradas en poemas simples de Mario Benedetti y las alusiones al despertar a la belleza de los patitos feos sintonizaba con un ánimo social optimista. Aquella Nacha ya no hacía espectáculos en café concerts, sino en teatros, y no era una cantante, sino una actriz que cantaba. Además, se situaba lejos de la revulsión: ahora predicaba por la paz interior y los beneficios del capitalismo globalizado desde el púlpito de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, cuando aún eran pareja periodística.
- Hay una Nacha modelo 90, que hizo de la conservación de su aspecto físico el tema central de su relación con la sociedad. Acaso prendida del personaje casi bizarro que compuso en televisión –en “Me encanta ser mujer”, el programa de ATC– emprendió un viaje sin retorno hacia el mundo del parecer más joven, con lo que terminó logrando objetivos estéticos que ella misma hubiese satirizado en la era en que la iconoclastía del Instituto Di Tella parecía marcar el pulso de las nuevas tendencias. Su defensa cantada fue que son los cambios los que determinan la vida, no lasinmovilidades. Los detractores que se había ganado con sus sucesivas mutaciones creyeron que denominaba cambio al retroceso y estilo a besar zapallitos en cámara.
- Hay, por fin, una quinta Nacha, una Nacha modelo 2000, usuaria preferencial de photoshop, y aun así, prueba viva de que los años pasan, inevitables. Aunque desde lejos parezca una treintañera, Nacha ha ingresado en sus 60 abriles con al menos una certeza: sigue siendo un animal de escena, una mujer que florece cuando el premio son los aplausos. Esa Nacha es la que cumple temporada en Buenos Aires, después de haber promocionado lo bien que le fue durante una gira por España en que llamó poderosamente la atención su decisión de posar desnuda para una revista que vive de eso. Sin embargo, podría afirmarse que está más desnuda en escena que en esas fotos: no hay retoque posible arriba del escenario.
En sus espectáculos más aplaudidos de los 80, Nacha aunaba un subrayado deseo de trascendencia con una perfección histérica, de tal modo que el resultado era una superación de los usos y costumbres del music hall montado en la Argentina. Algunos de esos espectáculos –Nacha de noche, Las mil y una Nachas, Aquí estoy– hicieron historia e instalaron un piso de calidad para el género. La Nacha de Qué van a hablar de amor es esa misma mujer, pero en un país cuya realidad se precipitó hasta tocar ciertos fondos. Ella dice que aprendió del maestro teatral Harold Prince que más es menos, y que la soledad hace brillar a las estrellas, pero en rigor, a veces, se extraña aquellos números colectivos en que se destacaba su capacidad de liderazgo, sus dotes innatas para hacer espectáculos por acumulación de efectos, no por sustracción.
Sin embargo, Qué me van a hablar de amor resulta un lujo para la actual cartelera argentina, si no no se lo piensa como el continuador de una línea de espectáculos de una estrella, sino más bien como una actualización para un público en parte nuevo de algunos hitos de su carrera. Sobre gustos hay mucho escrito, por lo que según la extracción y la edad del espectador habrá preferencias, pero es dable opinar que tal vez es en los temas irónicos, como el inoxidable “No se casen”, de Boris Vian, o “Canción del odio”, donde más brilla esta intérprete atípica, que parece estar contando su vida, suponiéndola muy interesante para todos, mientras canta palabras ajenas.
La apuesta a introducir algunos tangos –en rigor tres en un repertorio de 23 temas– parece oportuna a efectos de la narración del amor y el desamor que intenta el espectáculo pero artísticamente compleja, si se tiene en cuenta el modo en que Nacha los interpreta. La apuesta a la estética new age del falso final, antes de los bises, dejará a una parte importante del público con la boca abierta: sus códigos sintonizan más con los mensajes publicitarios de las sectas en busca de adeptos que con los cánones de un espectáculo de una figura del nivel de Nacha.
Pero están los bises, y la perinola de Nacha da otra vuelta, y del mundo Heidi del conocete a ti mismo para encontrar el verdadero amor por tu prójimo, el espectáculo salta a un fuerte compromiso con la realidad argentina. Nacha lee entonces un texto conmovedor, llamado “Me saco el sombrero”, que homenajea a los cartoneros, a los desocupados, a los que luchan, a las mayorías silenciosas y esperanzadas, a los que están haciendo un nuevo país a fuerza de pelearle a la realidad, y la platea se pone de pie para aplaudirla, tal vez emocionada por su emoción. Como antes, cuando había incorporado imágenes de un cacerolazo en Almagro a la hora de cantar su clásico “Mi ciudad”, Nacha brilla más cuando es ella y su circunstancia que cuando su única circunstancia parece ser ella misma.
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