ESPECTáCULOS
› VEDETTES MEDIATICAS Y EX REHENES DE REALITY SHOWS COPAN LOS TEATROS
Vacaciones con el televisor a cuestas
La noche caliente de Villa Carlos Paz presenta a personajes promovidos durante el año por la pantalla chica. A bajo costo y sin muchas pretensiones artísticas, la temporada se arma con el acercamiento cholulo a la intimidad de las “estrellas” televisivas.
› Por Julián Gorodischer
Desde Villa Carlos Paz
La tarde anticipa lo que se viene: la Pato, ex “Gran Hermano”, accede a la foto, y el cholulo reclama que se los tiene que ver bien apretaditos, no en retrato posado sino con abrazo y cara de contentos. Que se transmita la intimidad con una estrella. “El que persevera...”, se enorgullece el afortunado de la polaroid, que, más tarde, cuando la función comience, se sumará a la ovación por Jaqueline Dutrá de Palermo o por la “salo–salo-Salomón”. Por ahora, en la peatonal, allí donde domina el pumpy dancing (dar saltitos sobre un videogame al ritmo del tecno), se sufre en carne propia el “cien por ciento ocupado” de la ciudad serrana: la multitud se empuja y agota entradas; los camiones no dan tregua. “Vea a la única vedette de la temporada –aúlla la voz desde el acoplado– véala (sic) a la Adriana Aguirre y a García, el loco de Mauro Viale.” Pero en la puerta del Teatro La Sombrilla, donde la Aguirre protagoniza Esta noche está que arde, un infiltrado se encarga del trabajo sucio: “La otra es mejor”, rumorea con su mejor sonrisa, y señala el cartel de neón de Una Eva y dos Salames, con Andrea Frigerio y el Negro Alvarez.
“Con ustedes, Andrea Frigerio”, anuncia la voz en off, y sale la ex modelo a contar su vida. En la Villa, la intimidad del famoso cotiza: cuando llega la noche es tiempo de escuchar la peripecia de la Frigerio hecha sueño a la argentina: de cómo dejó de ser mudita en la publicidad para conducir programa propio, ejemplo de que “se puede”. En rapto místico aúlla: ¡Vivan, sueñen! Y algún entusiasmado hace coro desde el fondo: ¡Sueñen! En la platea, Susy –alias “la Chichi”, que la tiene fichada desde “Viva la diferencia”– estudia el traje semitransparente y dice: “Está más gorda”.
“En San Luis hay pocas oportunidades de tomar contacto”, explica la Chichi, que ayer mismo, a pocas cuadras, aplaudió con fervor a la salo-salo–Salomón, cuando la vedette lo hacía rimar con “mi cuerpo pide emoción” y también con “te regalo esta canción”. “Soy la Salomón, y no me llamen Beatriz”, dice la ex chica Olmedo cuando la identifican en la peatonal 9 de Julio. La Chichi fue a verla a Noche fascinante, y no se ahorra la malicia: “Está bárbara, pero la hizo a nuevo su marido que es cirujano”. Hasta imposta la voz como una chimentera por un día, eficiente aprendiz que –pegada al televisor– aprendió el manejo de la intriga y la entonación correcta para una pregunta. “¿A ver, decime, es verdad que le hiciste juicio al “Gran Hermano”?”, le espetó a Tamara, el otro día, ferviente cultora del roce. La Chichi arruga la boquita y abre bien los ojos cuando intuye una polémica para pasar el rato. Qué gracia le provoca, en la peatonal, cuando escucha que “la Aguirre es la única”, cuánto agradece una versión serrana de la guerra de vedettes. Acepta, satisfecha el “sí, lo hice” de Tamara y se asume como “buscarroña”. Y si no, mírenla como grita en el teatro de Una Eva y dos Salames cuando se corta el sonido en medio de la canción de la Frigerio. “Devuelvan la guita, ladrones”, con un vozarrón de titán que no corresponde al cuerpo diminuto, color algarrobo tras horas y horas en el San Roque.
El “negro”, marido de la Chichi, lanza una carcajada feroz cada vez que su tocayo, el Negro Alvarez, lo invoca. Para el humorista, el “Negro” es el vacacionante panzón, laburante, monogámico, padre, pajero y gastador, caminante promedio aludido en cada chiste que se corona desde la platea con un “tal cual...”. El negro dice “Qué culo” cada vez que sale a escena la Frigerio, pero también se emociona, y hasta se le ven unas lagrimitas, cuando escucha: “¡Vivan, sueñen!”. La otra noche se permitió una salida de varones para ver Esta noche está que arde, y la barra no escatimó halagos a la stripper de Tinelli, cuando se quedó en tetas. “Mirá para acá mamita”, indicaron para redireccionar el desnudo, pero justo se apagó laluz. La Chichi permite la salida porque “cada cual debe tener su espacio en la pareja”, y ella misma fue con las vecinas del parador a ver la misma obra, y le gritaron “papito” a Tarzán, “el mejor stripper del país”, enloquecidas con el movimiento de cadera al ritmo de “onda-onda-buena-onda”. La Villa provee diversión para toda la familia.
Aquí hay algo seguro: si se quiere vender, no hay que innovar demasiado. Al número de la stripper-bailarina, deberá sumársele el solo de la vedette, un sketch opcional y el infaltable monólogo de un cordobés o un capocómico en baja. Ellos (Mario Sánchez, Tristán, el Negro Alvarez) repiten su ronda de chistes de gallegos y chistes de “negros” y chistes de “rusos” con verba acelerada, ligerito recorrido por el gaste al bruto y la oda al cordobés, incentivo al viejo verde (de Sánchez), racconto de ménage à trois con Moria y la Su Giménez (del Negro Alvarez) o contundente muletilla referida por Tristán: “Agarrame el Topo Gigio”. La risa es frenética, casi compulsiva, con ademán de ahogo y mueca de desesperados, cada vez que otro actor pide a Tristán: “Métase un caño en el culo”. Pero para efectividad segura, el recurso se debe saturar: “Métase...”, otra vez, transcurrida la función, y “Métase...”, una más sobre el final. Todo sea para complacer a la boa o el coloso (alias el público), para darle semen y más semen, según dice un productor acostumbrado a liderar taquillas. Si Una Eva y dos Adanes o Noche fascinante siguen el consejo con disimulo, Esta noche está que arde habilita el desbande. “Te parto en cuatro”, gritan las de la primera fila a Leo Stripper cuando se queda sin la sunga. “Diosa”, halagan a Tamara los quinceañeros.
La noche se termina, y las “estrellas” toman cerveza en la avenida. ¡Cuánta alegría en la cara de la Pato, famosa de los tiempos del reality! La “cordobesa” es popular en su propia tierra y no para de tirar besos como una reina de belleza: sacude la mano con ondulación de muñeca, agradecida a la boa por tanto apoyo. Lo mismo hace Jaqueline en otro bar, un poco más enojada: “No hablo de mi vida privada”, aclara cuando le preguntan por Palermo. La Chichi y el Negro parten al hogar porque mañana es un día largo: lago, dique, parapente y más teatro. Nélida se vuelve para Tanti en el Fonobus porque “en Carlos Paz no queda ni una plaza libre”. La barra dedica su After Hour a la dulce espera de las pulposas, a la salida de los teatros, y la fantasía se despliega: “Yo me la cogí a Natacha, reina de belleza; no sabés cómo se mueve”, dice un calentón. Un melancólico recuerda el verano pasado con la ciudad semivacía, y uno medio nervioso lo detiene en seco: “¡Cruz Diablo! Que entre guita”. Un grupito se entretiene con el principio de incendio que ocurre en la avenida, y otra barra cultiva –avisada de la presencia de un cronista– cierta propensión a la rivalidad: “Olelé olalá –dice el último cantito de este día–, Mar del Plata se la come, la Villa se la da”.