ESPECTáCULOS
“Mi vida después de ‘Titanic’ resultó una experiencia vaciada de sentido”
Leonardo DiCaprio cuenta que por fin siente que lo consideran un actor: protagoniza las nuevas películas de Scorsese y Spielberg.
Por Isabel Piquer *
Desde Nueva York
“Claro que salgo de vez en cuando. ¿Es algo tan horrible? No entiendo la atención que se ha prestado a mis salidas nocturnas. No veo por qué puede interesar a la gente.” Seis años después de Titanic, Leonardo DiCaprio -Hollywood, 1974– todavía debe soportar el peso de la fama, las tapas escandalosas, los rumores y el desmesurado interés de sus fans por su vida privada. A sus 28 años, el actor estadounidense personifica más que nadie en Hollywood los altibajos y la irracionalidad de la fama. Tras un breve retiro, estrena de golpe dos películas: Pandillas de Nueva York, de Martin Scorsese, y Catch Me If You Can, de Steven Spielberg. Los dos papeles no pueden ser más distintos. DiCaprio es el líder de una pandilla irlandesa en la Nueva York de 1863 y un joven estafador en Estados Unidos de los años sesenta. Y con el doble cartel volvió la celebridad. “Ya pasé por eso y estoy acostumbrado a sus altibajos, aunque siempre es una experiencia extraña con la que nunca sabés qué hacer: aparece en tu vida gente nueva, surgen nuevos problemas. Pero no puedo quejarme mucho, fui muy afortunado. Tuve muchas oportunidades, como la de trabajar en una película como Pandillas de Nueva York”, dice el actor.
Pandillas... se filmó en los míticos estudios de Cinecittà, en Roma, y hasta allí lo persiguieron los paparazzi. “Fueron ridículas las cosas que dijeron. Estaba trabajando todo el día, creo que salí dos veces en nueve meses, pero como no les dimos información, se empeñaron en seguir describiéndome como un trasnochador. Cambié en estos años, pero es más fácil para los medios encasillar a la gente.” Leonardo Wilhelm DiCaprio no puede recordar un momento de su vida en el que no fuera actor. Lo criaron padres divorciados y atípicos, un dibujante de cómics underground de origen italiano y una inmigrante alemana, que desde el principio alentaron las dotes de su hijo. A los dos años empezó a aparecer regularmente en series de televisión y producciones de teatro infantiles. A los 17 trabajó en Critters 3. Tres años más tarde consiguió una candidatura al Oscar como mejor actor secundario por ¿A quién ama Gilbert Grape?, de Lasse Hallström. Empezó a convertirse en un ídolo adolescente en una adaptación moderna de Romeo y Julieta, junto a Claire Danes. Y en 1997 llegó Titanic. La Leomanía llegó a considerarse un fenómeno social. Era el omnipresente DiCaprio. Los columnistas de los tabloides neoyorquinos se regocijaban con sus supuestos excesos, sus novias, las juergas de su pandilla. Una pelea con otros actores, frente a un restorán de Manhattan, acabó en los tribunales. Todo se convertía en polémica. Una entrevista sobre medioambiente que hizo al presidente Bill Clinton para la cadena de televisión ABC casi termina en la papelera tras desatar las iras de los periodistas de la cadena. “Mi vida después de Titanic fue una experienciavaciada d de sentido”, confiesa. “Conducía por Los Angeles completamente estresado pensando en cómo había cambiado mi vida, en una película de la que no quería saber nada, en los paparazzi que me perseguían, en el amigo que creía tener y resultó no ser. Pero era inevitable. De pronto todo eso se convierte en quien sos.”
No fue fácil navegar por la marejada de Titanic. El hombre de la máscara de hierro y, sobre todo, La playa, no fueron bien. Durante dos años prefirió alejarse de las cámaras. Salía en las revistas por su relación, ahora acabada, con la modelo brasileña Gisele Bundchen. Rechazó grandes ofertas: ser Anakin Skywalker en la segunda entrega de la saga de La guerra de las galaxias; decidió rechazar El patriota e inclusive no lo tentó El hombre araña, que finalmente hizo su gran amigo Tobey Maguire.
Hasta que le ofrecieron el papel de Amsterdam Vallon en Pandillas de Nueva York. El rodaje fue costoso y complicado hasta el punto de que Scorsese y DiCaprio acordaron donar siete millones de dólares de sus salarios –a cambio de un porcentaje en taquilla– para mantener a flote el proyecto. No fue un gran sacrificio para el actor. Se dice que cobró 20 millones de dólares por Catch Me If You Can. “Me gustaría que los medios se centraran más en mi trabajo. Siempre me consideré más un actor que una celebridad. Pero la percepción que tiene la gente de mí es algo difícilmente controlable. Sólo puedo seguir trabajando para crecer como actor”, dice DiCaprio. Además, “definirse personalmente ante el público es mortal para un artista. Cuanto más te defines, menos margen tienes para sumergirte en un personaje. La gente piensa enseguida que no eres creíble en ese papel”, declaraba en la entrevista del Times.
Con el tiempo, DiCaprio se resignó a la fama. Es más que nada un problema de logística. “Llevo viviendo con los fans desde hace tiempo. Mi único problema ahora es cómo llegar a ciertos sitios y evitar a los fotógrafos. No llevo disfraces ni pretendo ser otra persona, sólo llevo una gorra de béisbol pero no lo considero un disfraz.”
En mayo, DiCaprio empezará a rodar The aviator, de nuevo bajo las órdenes de Scorsese, una película que explora la vida del magnate Howard Hughes. Luego trabajará en una superproducción sobre la vida de Alejandro Magno, un largometraje dirigido por Baz Luhrmann, escrito por Oliver Stone y producido por Dino de Laurentiis. Antes, sin duda, rodará The Good Shepherd con Robert De Niro. Con estos proyectos necesitará algo más que una gorra de béisbol para ir de incógnito.
* De El País, de Madrid, especial para Página/12.