ESPECTáCULOS
› EL ESTRENO DE “LA FLOR DEL MAL”, DE CLAUDE CHABROL
Un forense de la burguesía
› Por Luciano Monteagudo
En una competencia oficial que, promediando la Berlinale, se caracteriza por su disparidad y altibajos, es un placer reencontrar la coherencia en la obra siempre imperturbable del francés Claude Chabrol, uno de los grandes viejos maestros del cine europeo. Con casi sesenta películas a sus espaldas, Chabrol –junto con Jean-Luc Godard y François Truffaut, uno de los pilares de la legendaria nouvelle vague– ha sido siempre un director fiel a sí mismo, y esa solidez y esa constancia vuelven a manifestarse en La fleur du mal, su nueva, excelente película. Desde que a fines de los años ‘50 se consagró internacionalmente con Los primos, ganadora en Berlín, Chabrol siempre le prestó una particular atención a los grandes y pequeños rituales de la burguesía, como si hubiera dedicado toda su obra a poner esos usos y costumbres bajo la lupa del microscopio para luego –con una asepsia no exenta de humor– practicar sobre el objeto de estudio una autopsia, una incisión fría y profunda. Eso mismo vuelve a hacer ahora con esta La flor del mal.
Como en su film anterior, Gracias por el chocolate, un episodio del pasado parece determinar el presente de una rica familia de provincia, que detrás de una fachada intachable esconde una historia de crímenes, vicios y mentiras. Como es habitual en él, Chabrol juega con las posibilidades de una cierta trama policial, pero siempre atendiendo más a las apariencias que a las reglas del género, sistemáticamente boicoteadas, como si quisiera jugar también con las expectativas del espectador, con ese tono entre irónico y distanciado que fue siempre una de las marcas de fábrica de su cine.
En La Fleur du Mal, el director de El carnicero vuelve a demostrar también esa capacidad de síntesis que caracteriza sobre todo a sus últimos films, esa visión clínica, ese poder de la mirada sobre la materia humana que le ha valido a Chabrol un apodo tomado del título de una de sus primeras películas: “El ojo del mal”. Da la impresión de que Chabrol se despoja cada vez más de todo aquello que pudiera ser accesorio para concentrarse en desnudar las relaciones entre sus personajes, como sucedía en La ceremonia, uno de los mejores films de toda su obra. Aquí no está esta vez su musa habitual, Isabelle Huppert, pero en su lugar Chabrol pone a la recordada Suzanne Flon, que ya desde los años ‘50 supo trabajar a las órdenes de John Huston (Moulin Rouge) y Orson Welles (Mr. Arkadin, El proceso) y que ahora, en una actuación memorable, se convierte en la conciencia oscura de una familia que guarda más de un muerto en el ropero.