Vie 08.02.2002

ESPECTáCULOS

“No existe comparación posible entre Mercedes Sosa y Soledad”

Roxana Carabajal es el nuevo crédito del clan familiar. A mitad de camino entre Buenos Aires y el pago santiagueño, la folklorista sabe moverse entre las chacareras tradicionales y la renovación musical.

› Por Cristian Vitale

Roxana Carabajal es así, simple y espontánea, humilde y cándida, una fiel representante del clan Carabajal. Tiene 28 años. Nació en Ramos Mejía, pero su “papi” -.que en realidad es su abuelo– Carlos Carabajal se la llevó a Santiago del Estero a los 4. Y se quedó en La Banda hasta los 17 al cuidado del autor de “Entre a mi pago sin golpear”. “Siempre fui tranquila, muy santiagueña. Siento una paz interior que me hace muy bien. A mí Buenos Aires nunca me cambió. Y eso lo mamo de mi papi”, dice en la entrevista con Página/12. Esa paz interior se nota en su breve carrera como solista. Luego de haber girado por todos los escenarios del país como corista de su tío Peteco -.con quien grabó cinco discos–, Roxana se lanzó como solista y editó dos trabajos: Astilla y el flamante Fe, en el que interpreta clásicos como “Vientito del Tucumán” de Yupanqui o “Fuego de Anymaná” de uno de sus ídolos, Armando Tejada Gómez.
“En Fe me involucré más que en Astilla, me integré más como Roxana que como Carabajal. Es parte de un crecimiento, porque logré despegar de mi familia. Participé de algunos arreglos e inclusive opté por interpretar a Cuchi Leguizamón –en “Zamba de Lozano”– y a Víctor Heredia -.en “Dulce Madera Cantora”– por primera vez en mi vida. En el primero no fue tan así porque trabajé mucho con Peteco en la producción, haciendo un fuerte hincapié en la chacarera santiagueña”, cuenta.
–¿Cuál es la mejor herencia que recoge de su padre-abuelo?
–Sus temas, sus enseñanzas. En mis discos hago temas de él como “Qué más se puede pedir” o “Chaya que agita mi sangre”. Es un hombre con una gran sabiduría, pese a que nunca fue tan reconocido como merece.
–Tal vez se deba a que nunca cruzó los límites del pago...
–Es probable. Se quedó allí y es feliz. Es, como Andrés Chazarreta o Julio Jerez, un abanderado de Santiago del Estero. Han sido grandes luchadores de la difusión de la cultura santiagueña. Yo no puedo decir qué prefiero. No se puede hacer nada desde Santiago. Pero interiormente me quedo con el pago. Tengo mis padres, la tierra, lo místico. Cada cuatro años me voy, me lleno bien de tierra y vuelvo. Cuando alcance el sueño de triunfar seguramente me quedaré a vivir allá.
–¿Cómo describe a su pueblo?
–Lo primero que se me instala es Fiesta Churita, la típica pintura festivalera de Santiago. Allá, por suerte, no se han perdido las fiestas populares que reúnen a todo el pueblo en causa común. En agosto se realiza la fiesta en homenaje a mi abuela Luisa, en la que se junta toda la familia Carabajal (unos 200), más la gente del pueblo en el Barrio de los Lagos, un patio de tierra con quincho de caña y paja. Son fiestas de 2.500 personas a pura chacarera, todos descalzos, tomando vino y comiendo empanadas. Es la pureza lo que no se pierde en Santiago. Las chicas, a los 13 o 14 años, todavía juegan a cosas de niños.
–¿Cómo se siente, como mujer, dentro del ámbito del folklore?
–Creo que pasa en todos los niveles. La cabeza siempre son los hombres. Sin embargo, Mercedes Sosa es bien mujer. Igual que Teresa Parodi. No creo que hoy sea muy difícil triunfar siendo mujer. En realidad, hoy lo más complicado es la situación económica. Hasta los más grandes la sufren.
–¿Está más cerca de Mercedes o de Soledad?
–No hay comparación posible entre Mercedes y Soledad. Escucho a la Negra desde que tengo uso de razón. Su voz es incomparable. Y de Soledad, no puedo agregar nada a lo que todos saben. Debo reconocer que acercó a nuestra música a los jóvenes que se aburrían con el bombo y la guitarra.
–¿Le facilita la tarea ser parte del clan Carabajal?
–Debo reconocer que compartir recitales durante diez años con Peteco me abrió muchas puertas. Conocí la idiosincrasia de cada lugar, con sus fiestas y sus costumbres. Hoy día, piso los escenarios como solista y me doy cuenta que conozco todo: la gente, el lugar, los hábitos. Por dar unejemplo, si vas a tocar a Villa Unión, La Rioja, todo el mundo te va a pedir chayas y chacareras, no le vayas con una zamba porque te bajan del escenario. Y la idea es complacerlos.
–¿Cómo proyecta el futuro en medio de este caos?
–Mi sueño es que todo termine en paz. No quiero ser una más que ruegue para que nadie me escuche, simplemente prefiero soñar con la paz, el trabajo y el amor. Hacerlo a través de mi música y mi canto.

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