ESPECTáCULOS
El maestro y el aprendiz, en intercambio folklórico
“Adentro!”, la nueva obra de Mauricio Dayub, se apoya en la labor del autor y Gabriel Goity para una lectura de la realidad con ritmo telúrico.
› Por Cecilia Hopkins
En El amateur, la primera pieza escrita por el actor Mauricio Dayub, dos amigos establecen una singular alianza en aras de cumplir una meta deportiva –batir el record de permanencia en bicicleta– que en el contexto de la obra se propone como metáfora sobre la esperanza de un futuro venturoso para los olvidados de la fortuna. Seis años después de aquel éxito teatral que en 1998 Juan Bautista Stagnaro llevó al cine, Dayub imagina otra historia que también habla de renovación y esperanza. En Adentro!, dos hombres de campo consiguen unirse bajo un objetivo común, aun cuando sendos modos de evaluar la realidad resulten en principio irreconciliables. Un avezado maestro de danzas nativas (Gabriel Goity en cuidadosa composición físico-gestual) recibe como discípulo al recio Pichón (el propio Dayub), un hombre que, aunque desconfiado, se presenta ansioso por aprender del especialista las bases de la danza folklórica. Desde la relación asimétrica que se establece en la enseñanza y el aprendizaje, el maestro y su discípulo expresan su posición acerca de la necesidad de permanecer o emigrar del país, de conservar o renovar las tradiciones. En un vaivén constante de réplicas con intenciones humorísticas, el tema que en el fondo los enfrenta es el modo en que cada uno siente que debe delinear los límites de la propia identidad.
A Pichón no lo urge la idea de ganarse la vida en las peñas provincianas. Su sueño es concretar en la práctica un género que, según proyecta, podría combinar el gracejo folklórico con la furia de la música tropical. Con esta obsesión inicia el entrenamiento y acepta incursionar en el abecé del zapateo, el recitado criollo y el lenguaje del pañuelo en la zamba. Pero en sus lecciones, el maestro intenta que su discípulo comprenda los peligros que entraña la búsqueda del éxito fácil, en tanto se vale de la imagen de la cañita voladora –un destello rápido, una caída segura– para graficar el futuro que le espera en caso de no direccionar correctamente sus esfuerzos. El desarrollo del espectáculo gira en torno del contraste de dos modos de ver la vida. Para uno, el objetivo del aprendizaje consiste en ejecutar y transmitir su arte en círculos pequeños, sin veleidades de fama y fortuna. Para el aprendiz, en cambio, el desafío está en abrirse paso y trascender, además de reformular lo heredado. Una y otra posición irán definiéndose merced a las réplicas humorísticas de los personajes, sin contar algún tramo en el que el tema principal se entrelaza con anécdotas y recuerdos de infancia.
La posición que anima a los personajes también encuentra –y en esas zonas actores y director aciertan siempre– una traducción musical. Es así como el tema que canta Pichón pasa de ritmo de cumbia al registro de zamba y baguala, ante la sorpresa de los mismos ejecutantes que se lucen, entre otras, en la secuencia en que tocan el bombo a cuatro manos. Es cierto que la síntesis, finalmente, se logra. Pero hasta que la alianza entre ambos no se concreta, la obstinación con que los personajes exponen lo que esperan de la vida –y de la Argentina–, a pesar del humor y las buenas intenciones, corre el riesgo de tornarse sentenciosa.