Jue 20.02.2003

ESPECTáCULOS

Cómo hacer un producto en serie y venderlo como una obra de arte

Novela prestigiosa, adaptador serio, director de éxito y actrices con hambre de Oscar son los ingredientes con que especula “Las horas”.

› Por Luciano Monteagudo

La receta es así. Se toma una novela de un autor prestigioso, preferentemente coronado con el premio Pulitzer. Si esa novela tiene como protagonista a una escritora insigne, de vida atormentada, y además el texto goza de la fama de ser imposible de ser adaptado al cine, mejor. Se contrata entonces a un celebrado guionista y dramaturgo, de ser factible británico, porque tienen la fama de dedicarse a temas serios y enjundiosos. A partir de allí, se consigue a tres de las más renombradas actrices en plaza, dispuestas a pelear por la estatuilla de la Academia de Hollywood. Se suma a un director de cierto renombre, con un éxito reciente y aspiraciones artísticas. Se adereza con una vistosa reconstrucción de época, un despliegue técnico considerable y una música omnipresente, de un compositor de moda. El resultado es Las horas, una película muy representativa de aquello que la compañía productora Miramax, liderada por el nuevo patrón de Hollywood, Harvey Weinstein, entiende por un film d’art: un tema refinado y prestigioso, legitimado por el aura de la literatura y calculado para competir por los premios principales en el ritual mediático del Oscar.
La novela en cuestión es Las horas, del estadounidense Michael Cunningham, de predicamento reciente en ciertos círculos intelectuales de los Estados Unidos. Su personaje central –aunque no excluyente– es la escritora británica Virginia Woolf (1882-1941), valorada en toda su magnitud recién después de su suicidio, no sólo como novelista sino también como pionera del feminismo. La adaptación corre por cuenta del autor teatral David Hare (que supo colaborar alguna vez con Louis Malle), la dirección corresponde al inglés Stephen Daldry (sobrevalorado a partir de su opera prima Billy Elliott) y la música a Philip Glass, quien ya reveló hasta qué punto desprecia el cine con su versión del Drácula presentada hace un par de temporadas en el Teatro Colón de Buenos Aires.
Y las actrices... Nicole Kidman, casi irreconocible con una nariz postiza y una voz calculadamente más grave, encarna a la autora de Orlando, hacia 1921, cuando empieza a bosquejar las primeras líneas de La señora Dalloway, la novela que será el leit motiv a partir del cual girarán las otras dos historias que integran este tríptico. Julianne Moore compone a una típica ama de casa californiana de los años ‘50, que parece tomar conciencia del horrible vacío de su vida a partir de la lectura que hace, precisamente, de Mrs. Dalloway. Y Meryl Streep interpreta a una editora neoyorquina del siglo XXI que –como la protagonista de la novela- está abrumada por los preparativos para una fiesta que va a ofrecer en su casa, en este caso en honor de un escritor amigo (Ed Harris), que está perdiendo la conciencia y muriendo de sida.
Todas, cada una en su época, sufren y se desgarran, que es lo que se supone hace a la altura y a la dimensión del arte (y a la cantidad de candidaturas al Oscar). Woolf se enfrenta no sólo a sus desequilibrios emocionales sino también a la dificultad de un texto más autorreferencial que otros de su obra y que concibe como un monólogo interior, como eltortuoso “fluir de la conciencia” de su protagonista. La californiana de almanaque de Julianne Moore intuye que hay un mundo más allá de su cocina y piensa que si no puede llegar a él quizá sea preferible el suicidio. Y en su vacuo frenesí, la editora de Streep no alcanza a advertir que es su homenajeado quien piensa seguir el drástico camino hacia la muerte sugerido por Mrs. Dalloway y materializado por la propia Virginia Woolf.
Mientras la película va y viene en el tiempo, forzando cruces y simetrías entre esas tres mujeres separadas por sus respectivas épocas pero unidas en padecimientos similares, no cuesta descubrir la impostura de un cine que –en nombre del Arte con mayúsculas– no cree en sí mismo más que como un mero producto de consumo ilustrado.

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