Sáb 22.02.2003

ESPECTáCULOS

Los pros y los contras de ser un fundamentalista de la odontología

“Rompiendo reglas”, del debutante David Atkins, se regodea en la debacle de un dentista escrupuloso, Steve Martin, que se ve de pronto enredado en un asunto de drogas y sangre.

› Por Horacio Bernades

Tal vez sean sus muy desarrollados maxilares. O la dentadura, muy blanca e importante, que se deja ver cada vez que abre la boca. Quizás se trate de la contradicción entre el exterior muy pulcro, el preocupante brillo de la mirada y ciertas tendencias destructivas que se adivinan en las ocasiones en que, de forma intermitente pero más o menos sistemática, se descontrola y empieza a desparramar brazadas locas al aire. Por alguna de estas razones, el papel de dentista le calza como un guante a Steve Martin, que acaba de entrar al Guinness como único actor de la historia del cine que ha representado ese rol en más de una ocasión. Primero fue el sádico sacamuelas-rockabilly de La tiendita del horror, capaz de combinar moto, ropa de cuero, jopo y torno, y haciéndole ver las estrellas a Bill Murray, paciente-masoca. Ahora las cosas se invierten y es Martin el que las pasa feas. La película lleva el apropiado título de Novocaine y es la opera prima de David Atkins, que supo ser guionista de Sueños en Arizona. En la Argentina la edita Gativideo, con el título (mucho más soso) de Rompiendo reglas.
A la manera de Daniel Day-Lewis en Eternas sonrisas de New Jersey, el doctor Frank Sangster es un fundamentalista de la odontología. “Un hombre puede perder su alma”, sostiene. “Puede perder su vida. Pero si hay algo que no puede perder es su dentadura.” Dueño de una clínica ubicada en un buen barrio de Los Angeles, jefe y amante de la fiel, espigada y eficientísima Jean (Laura Dern), la vida perfecta del Dr. Sangster comenzará a resbalar hacia el caos el día en que en su consultorio se presente Susan, una de esas mujeres que despiertan cierto deseo mórbido (Helena Bonham-Carter, aun más demacrada, huesuda y ojerosa que en El club de la pelea). A partir de ese momento no quedará una sola certeza que no resulte torneada hasta la pulpa. Incluido el primer mandamiento de su credo personal –aquel de conservar la dentadura a toda costa– que el Dr. Sangster terminará violando puntillosamente, como último recurso para salvar el pellejo. Antes de ello, Sangster habrá sido testigo de varios crímenes y víctima de varias traiciones, perseguido por la policía y patoteado por patovicas, vigilado por la DEA y, lo peor de todo, despojado de su propia dentadura.
Todo empieza el día en que Bonham-Carter sugiere al dentista darle al sillón de consulta un uso más estimulante que el dedicado a la salud dental. A la mañana siguiente, Sangster se encuentra con que no queda ni una sola droga (incluidos calmantes, morfina y cocaína) en su botiquín. Más temprano que tarde, el médico recibirá la visita de un agente de la DEA, que sospecha de su posible condición de traficante. Enseguida hará su aparición Duane, chiquitín inflado de testosterona (Scott Caan, hijo de James y casi un calco del padre), que resulta ser hermano de Susan, su socio en cierto negocio sucio y, da toda la impresión, su amante también. Cuando Duane aparezca con la mano atravesada por una tijera del consultorio del Dr. Sangster, y un agujero de fusil en la cabeza, la policía comenzará a hacer presión sobre el médico y éste deberá ponerse a develar qué está pasando, si no quiere que lo acusen de un asesinato que no cometió. Enseguida, otro asesinato más.
Hijo y hermano de dentistas, si algo no le preocupa a Atkins es ocultar las huellas que hacen de Rompiendo reglas una película sucedánea por partida doble. Por un lado, los más típicos elementos de las películas de Hitchcock: el humor macabro y el tema del falso culpable, el tipo común que se ve arrastrado a una pesadilla y que pronto se encuentra atrapado entre la policía y los delincuentes. Por otro, las deudas hacia el cine negro: el relato-off en primera persona y el tópico (arrancado de El cartero llama dos veces y Cuerpos ardientes) de la pareja criminal autodestructiva, representada aquí por Laura Dern y por Harlan, hermano drogón de Sangster que introduce el canadiense Elias Koteas. Lo que pormomentos se echa en falta es una mayor corrosión, unas dosis más de veneno, algo de torno sin anestesia. Sin embargo, cuando Atkins acierta, se anota algún buen poroto. Sobre todo, esa escena en la que de pronto todo se vuelve absurdo y demencial, cuando Sangster es sometido a interrogatorio, no por un policía sino por un famoso actor de Hollywood (Kevin Bacon se sabe el papel de memoria), que ensaya con él su personaje para una película que está por filmar. Y que confirma que, a la hora del absurdo, nada mejor que la Meca del cine.

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