ESPECTáCULOS
› BERTRAND TAVERNIER PRESENTO EN EL FESTIVAL UN FILM POLEMICO
El cine francés bajo la svástica
“Salvoconducto”, una indulgente visión del trabajo cinematográfico en la ocupación nazi, provocó aplausos y abucheos por igual.
› Por Luciano Monteagudo
“No quise tomar revancha en nombre de nadie, ni arreglar cuentas con la Nouvelle Vague. Mi intención fue solamente echar una mirada sobre el cine francés en su período más difícil, durante la ocupación nazi.” Con estas palabras de advertencia, el director francés Bertrand Tavernier abrió ayer la conferencia de prensa que siguió a la primera proyección en la Berlinale de Laissez-passer (Salvoconducto), su nueva película, recién estrenada en Francia en medio de una ruidosa polémica. No es para menos. Pocos temas hay más sensibles para los franceses que los tiempos de oscuridad del tristemente célebre gobierno títere de Vichy. Y el film de Tavernier –ambientado entre 1942 y 1943– llama abiertamente a la reivindicación del cine francés realizado bajo la ocupación, un cine llamado despectivamente “de qualité”, por su academicismo y su inspiración literaria, y que se perpetuó durante los años ‘50, hasta que fue arrasado por los jóvenes turcos de la Nouvelle Vague, con François Truffaut a la cabeza.
El tema es más complejo de lo que parece. Paradójicamente, el de la ocupación está considerado como uno de los períodos más fecundos de la historia de cine francés, con más de doscientos títulos realizados en las condiciones más extremas, entre ellos algunos auténticos clásicos como Los ángeles del pecado (1943), de Robert Bresson, o Les Enfants du Paradis (1945), de Marcel Carné, dos cineastas que nunca fueron asociados con el colaboracionismo. Al mismo tiempo, otros grandes nombres del cine francés –los directores Jean Renoir y René Clair, los actores Jean Gabin, Michelle Morgan y Louis Jouvet– prefirieron seguir el camino del exilio, como una forma de evitar cualquier compromiso con el ocupante. La película de Tavernier –un cinéfilo obsesivo, fundador del Institut Lumière en Lyon, su ciudad natal– no se ocupa de ninguno de estos casos célebres, sino de dos personajes menores de esa historia, el guionista Jean Aurenche y el asistente de dirección Jean Devaivre, luego devenido realizador.
Mucho antes de Salvoconducto, Tavernier ya se había dedicado a rehabilitar a ambos, ayudando a Aurenche a publicar sus memorias (La Suite à l’écran) y a Devaivre a reestrenar sus films (La Dame d’onze heures, La Femme des sept péchés). Más aún, para su primer largo, Horas desesperadas –que en 1974 obtuvo aquí en Berlín un Oso de Plata– Tavernier resucitó a Aurenche como guionista, en lo que entonces se entendió como un acto de reparación frente a la famosa diatriba de Truffaut en las páginas de Cahiers du cinéma (“Una cierta tendencia del cine francés”), que hacia 1954 sentó las bases ideológicas de la Nouvelle Vague, cargando sobre todo contra Aurenche. Ahora en Salvoconducto Tavernier, inspirado en los testimonios de primera mano de ambos, hace de Aurenche y Devaivre dos héroes novelescos, que a su manera –uno como dramaturgo, el otro como hombre de acción– habrían contribuido a resistir al ocupante.
“No pretendí hacer un documental, pero tampoco idealicé nada, hay docenas de testigos que pueden corroborarlo”, se atajó Tavernier aquí en Berlín, luego de que su película, inscripta en la competencia oficial, provocó en la función de prensa tanto aplausos como abucheos. “Lo que quería era explorar ese período, redescubrir los sentimientos de la época, ver qué elecciones tenían cada día frente a sí. Y preguntarme qué hubiera hecho yo en esas mismas condiciones.” Para responderlo, Tavernier se toma casi tres horas, en las que va entrecruzando las anécdotas de Aurenche (Denys Podalydès) y de Devaivre (Jacques Gamblin), quienes nunca llegaron a trabajar juntos, a pesar de haber estado bajo contrato en el mismo estudio, Continental Films.
Este estudio existió realmente, era de propiedad alemana y estaba dirigido por un abogado llamado Alfred Greven, que les permitía trabajar a algunos cineastas de origen judío (como Jean-Paul Le Chanois, cuyoverdadero apellido era Dreyfus) si su talento podía contribuir al éxito de un film. Salvoconducto hace quizás una pintura demasiado leve de aquellos tiempos y convierte al set de la Continental en una suerte de pequeño paraíso cerrado, donde cada vez que se da la voz de “¡Acción!” el mundo exterior parece dejar de existir. Cada artista, cada técnico estaba dispuesto a dar lo mejor de sí, hace notar Tavernier en su película, que reivindica sobre todo el carácter artesanal de ese cine. “Así como otra gente hace pan o tejidos, nosotros somos hacedores de historias”, afirma en un momento el personaje de Aurenche. A lo que responde el crítico Jacques Mandelbaum, en las páginas de Le Monde: “con esa buena conciencia del artesano frente a su bella obra, esa gente no hizo otra cosa que ejecutar al pie de la letra las consignas del ocupante”.