Sáb 08.03.2003

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DRAMATURGO CHILENO JORGE DIAZ

El enigma de las identidades

Nació en Rosario, pero se formó teatralmente en Chile, y también tiene nacionalidad española. Es autor, entre muchas otras obras, de “Viaje a la penumbra”, que se representa en el Cervantes.

› Por Hilda Cabrera

Del dramaturgo Jorge Díaz se dice que su teatro es social y político, pero él prefiere que no lo encasillen. Su producción es variada y múltiple. Abreva en el absurdo, modificándolo. Toma elementos del grotesco y busca “fugarse” hacia el surrealismo. Tampoco su nacionalidad es única. Nació en Rosario de padres españoles emigrados a la Argentina en 1915, que se instalaron luego en Chile, cuando el hijo contaba apenas 4 años. Autor reconocido en varios países americanos y europeos, Díaz ha sido poco representado en Argentina, donde estuvo ocasionalmente, “haciendo turismo”. Recuerda escenificaciones hechas en el desaparecido Teatro Fray Mocho y en el IFT. Cuenta esto desde Santiago de Chile, durante una entrevista telefónica con Página/12 y a propósito del reciente estreno en Buenos Aires de su obra Viaje a la penumbra.
Esta pieza de 1995, que se presenta en la Sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes (con dirección de Carlos Ianni e interpretación de Ernesto Claudio y Víctor Hugo Vieyra), no fue nunca antes representada. Díaz supone que debido al “escalofrío” que ha producido en quienes la leyeron; “una rara inquietud –apunta– que no incentiva la puesta”. Comenta que no le agrada promocionar sus obras. No era probablemente así en otros tiempos, cuando este dramaturgo y arquitecto, que completó su formación universitaria en Chile, integraba el Teatro Ictus (desde 1958 y por varios años). En 1965 se radicó en España, donde al finalizar la década fundó el Grupo Teatro del Nuevo Mundo y la compañía Los Trabalenguas, con los que concretó giras por España, Estados Unidos, Venezuela, Guatemala y Australia. En 1975 obtuvo la nacionalidad española sin perder la chilena. Autor, entre otros títulos, de Un hombre llamado Isla y El cepillo de dientes (1961), El lugar donde mueren los mamíferos (1963), Variaciones para muertos de percusión (1964), Mata a tu prójimo como a ti mismo o Las cicatrices de la Memoria (1974) y Dicen que la distancia es el olvido (de 1986, sobre el exilio chileno), está presentando estos días otras tres obras en Santiago: Cuerpos cantados, Canción de cuna para un anarquista y Oficio de tinieblas. A su vuelta a España lo esperan más proyectos y montajes, uno de éstos con participación de Cecilia Roth.
–¿De dónde proviene su adscripción a un teatro social?
–En los treinta años que viví en Chile mi escritura fue variando. Mi teatro tomó una dirección de tipo social después del golpe militar de Pinochet. En general, el aspecto social se relaciona en mis obras con el grotesco, que no es el rioplatense. Ustedes han creado un género único y más ligado al costumbrismo. Mis textos no son costumbristas, a pesar de estar ligados a la realidad inmediata.
–Es lo que sucede en Viaje a la penumbra. El miedo brota de esa realidad, pero no se sabe si lo experimentan los dos personajes o uno solo desdoblado...
–Entrego las obras con la esperanza de que sean los artistas y los técnicos los que la iluminen. No podría hablar del significado de esta obra. Sí, en cambio, que está presente el enigma de las identidades, sólo percibidas a través de revelaciones de carácter fantasioso. La violencia empareja a uno y otro personaje (el Viajero y el Otro), y nos confunde.
–¿En qué reside ese enigma de la identidad?
–En su relación con las máscaras, que se van adquiriendo a lo largo de la vida. Los personajes y los individuos no reconocen, en general, a su “primera” máscara.
–¿Es importante ese reconocimiento?
–Vale la pena si se partió de algo más visceral, de una identidad realmente auténtica.
–¿Qué le quedó de su niñez en Rosario?
–Tengo muy pocos contactos. Mi formación ha sido en Chile. Trabajé durante diez años como arquitecto, alternando esta profesión con lapintura y el teatro hasta que en los ‘60 abandoné todo lo que no tenía relación con la escritura.
–¿Cómo es que dejó Chile por la España franquista?
–Mis padres eran los típicos inmigrantes de 1915 y no los republicanos que décadas más tarde huyeron del régimen de Franco. Me instalé en España como cualquier otra persona. Algunos me lo reprochan.
–¿Qué impacto tuvo esa época en su escritura?
–Yo había sido educado por mis padres en una sociedad cerrada. Esos años en España, y los que les siguieron, fueron importantes en todo sentido, sobre todo a nivel de lenguaje.
–¿Y qué le aporta la España de hoy?
–Vivencias que siempre valoré: las que se relacionan con la comunicación, por ejemplo. He sido una persona de una introversión casi enfermiza. La sociedad chilena favorece ese tipo de temperamento. Es acartonada y neurótica, también ahora. En España la comunicación es a grito pelado; cualquier desconocido se atreve a “confidenciar” sus problemas. En los países pequeños, como Chile, las posibilidades de comunicación y creación son otras. Da la impresión de que todo está por hacerse y de que los proyectos se acortan irremediablemente.

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