Dom 09.03.2003

ESPECTáCULOS

El alma de un rock encantador

En su debut solista, Skay Beilinson encendió el fuego de los Redondos.

El estruendo inicial de unas 2500 personas, que precedió el viernes a la primera presentación en Buenos Aires del notable guitarrista Skay Beilinson –cerebro y motor rítmico de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una de las bandas más importantes de la historia del rock argentino– tuvo mucho de presagio. Se trató de una noche ciertamente importante para el rock argentino. El estruendo-rock pasó entonces al escenario: desde allí al frente de un grupo de músicos ajustados y precisos, Beilinson exhibió su calidad de primera guitarra del rock argentino (en términos casi deportivos, podría pensarse que solo Ricardo Mollo está a su altura) para mostrar sus nuevas canciones y varias de las más grandes que haya compuesto para la banda que lideró junto a Carlos “El Indio” Solari durante dos décadas. Satisfacción garantizada. Por más de dos horas, Skay y su banda dieron clase de rock culto y sanguíneo. Las nuevas canciones, del disco A través del mar de los Sargazos, sonaron como corresponde, aun cuando por momentos rocen en exceso el lugar común del sonido Patricio Rey (el punto es inevitable, está claro). Y brillaron sagaces versiones de viejos clásicos ricoteros: hubo de todo, “Nene nena”, “El infierno está encantador”, “Kriminal mambo”, “La bestia pop”, “Nuestro amo juega al esclavo”, el añorado “Ji ji ji” y su pogo instantáneo, “Ñam fri fru fi”; pero el impacto en la sala causado por una extraordinaria interpretación de “Roto y mal parado” es ese momento en la historia del rock argentino: por primera vez en Buenos Aires, una canción así de los Redondos se oyó cantar por otro que no sea el inconfundible Solari.
La noche del estreno de esta presentación en sociedad rockera deja mucho más motivos para repensarla y repensar el devenir de su protagonista. Skay fue, durante todos estos años de gloria redondista, el socio del silencio, el hombre detrás de las canciones, el autor de algunos solos inolvidables. Al parecer muy cómodo de su rol, permaneció detrás de la personalidad avasallante (con arranques mesiánicos) del cantante Solari. Los dos, como pareja compositiva, ostentan una enorme obra, con un stock de canciones a las que verdaderamente les corresponde el calificativo de clásicos (de verdad). Así los Redondos se hicieron el grupo insignia de un rock nacional y popular después de años de culto underground, en un proceso de crecimiento y explosión nunca visto hasta ese momento. El movimiento masivo detrás suyo trajo problemas y los últimos años, con shows en lugares lejanos de la Capital por cuestiones de seguridad y paranoia, se vivió una especie de histeria general alrededor de cada presentación. Eso hacía, también, que muchas veces se privilegiara “el espectáculo” popular antes que la música del grupo (si había o no disturbios, corría por cuenta de los ansiosos cronistas de los canales de noticias). Sin la histeria social detrás, en una noche calurosa, en una sala relativamente pequeña ubicada en una esquina medular de la ciudad, fue posible volver a escuchar la clase de rock que es capaz de brindar (y que, a su manera, inventó) el flaco guitarrista de los lentes y vincha.
En este actual sonido Skay hay que encontrar referencias históricas de todo tipo (por eso, lo de rock culto): desde la aspereza de las guitarras de Lou Reed al pulso rítmico que recuerda al mejor rock sureño de los Estados Unidos. O esas canciones de cantina para coro de borrachos, que remiten al encanto oscuro de Tom Waits. Todo construido sobre una base firme bajo-batería-teclados que permite el sobrevuelo de las guitarras y, para eso, nada mejor que el hombre de la noche: sus solos tienen un sabor único en el oído, son sutiles pero no por ello pierden contundencia. Las nuevas y viejas canciones reconocen un patrón sonoro y rítmico más o menos común: el rock marcial de “Gengis Khan” ya estaba en “Nuestro amo juega al esclavo”, y así podría organizarse varias cadenas evolutivas entre éstas y aquéllas. Se trata, por otra parte, de la confirmación de la estatura artística del señor Beilinson. Mientras Solari alimenta el misterio a su alrededor y la promesa de un regreso redondo se ve lejana de cumplir, los que sienten algo cuando el rock se toca así pudieron sentir satisfacción. La noche, las canciones, la banda, todo pareció ideal para quienes fueron a ver el alma de los Redonditos de Ricota.

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