ESPECTáCULOS
› PAGINA/12 EDITA DOS DISCOS FUNDAMENTALES DEL GUITARRISTA PACO DE LUCIA
“El flamenco es una música rica y emotiva”
“Siroco” y “Zyryab”, grabados en 1987 y 1990, actúan como los dos polos entre los que se tensa una música mágica.
Cumbre del flamenco el primero y fusión sin fracturas el segundo, en el que toca el pianista Chick Corea como invitado, en ambos aparece lo mejor del músico que más renovó el género en mucho tiempo y, a la vez, quien mejor guardó sus tradiciones.
Es una de las músicas más antiguas y, tal vez, sea una de las más modernas. Es posible que allí se centre parte del misterio y de la fascinación que Chick Corea o John McLaughlin sintieron por el flamenco. O, más precisamente, por uno de sus músicos más virtuosos, por alguien que al principio fue discutido por los fundamentalistas del género y que logró la doble hazaña de convertirse en el máximo renovador que el lenguaje había tenido en mucho tiempo y, a la vez, en el mejor guardián de su tradición. Paco de Lucía, llamado en realidad Francisco Sánchez y nacido en Algeciras, Cádiz, en 1947, apocado hasta el improbable paroxismo de la timidez y parco hasta el propio límite del silencio, bromeó alguna vez asegurando que “lo de la modernidad y la tradición tendrá que ver con que soy mitad payo y mitad gitano”.
En realidad, esa herencia casi dolorosa que habita el flamenco, donde hasta la alegría y el exhibicionismo están impregnados de tristeza, aparece, más bien, en la conciencia acerca de la naturaleza conflictiva de la creación. “No es fácil”, decía hace casi diez años el guitarrista en una entrevista con Página/12. “Yo sufro cuando tengo que hacer un disco, aunque ese sufrimiento tenga que ver, también, con el placer de hacer la música que amo”. Parte de esa especie de incomodidad tiene que ver con sus propias inseguridades. “Cuando tocaba con McLaughlin y Di Meola, por ejemplo, sentía que no sabía improvisar y que ellos se reían de mí. Siempre que subía al escenario pensaba que iba a hacer un verdadero papelón”, explicaba, refiriéndose al famoso trío de guitarristas que se convirtió en un impensado fenómeno de ventas. Pero la dificultad mayor, para Paco de Lucía, tiene que ver con las contradicciones entre las necesidades del mercado y las del artista: “Es que el consumo del arte es peligroso”, se explayaba. “Un músico de éxito está obligado a hacer un disco cada año, y uno no tiene esa capacidad, sobre todo si es compositor de su obra. Otra cosa sucede si uno es cantante y quiere hacer un disco. Le mandan 40 compositores con otras tantas canciones para que elija y luego un arreglista para que haga la orquestación. Pero para el creador cada disco es un parto y la demanda discográfica no le da tiempo a sentir y vivir lo suficiente para renovarse y hacer una obra nueva. Soy neurótico, pero mi neurosis tal vez no sea distinta de la que tienen todos los que se pasan muchas horas solos. La composición es neurótica y la actuación en vivo es extrovertida y comunicativa. Uno se cura tocando en vivo. En cambio los que viven sólo de la composición dan miedo: miran con cara de locos”.
“Cantaor frustrado” y reacio a escuchar su propios discos (“nunca los escucho, son puntos dolorosos; cuando intenté hacerlo no lo disfruté”), Paco de Lucía vive además la contradicción del intérprete de una tradición popular que las formas de circulación de la cultura del siglo XX convirtieron en otra cosa. Por un lado, dice reivindicar el sentimiento sobre la razón (“es mejor ser un salvaje que un intelectual”) pero, por otro, se siente frecuentemente disminuido por no haber realizado un aprendizaje de música sistemático y académico; “A medida que pasa el tiempo siento cada vez más la necesidad de eso de lo que carezco. Con la edad se tiene menos energía, menos estímulos, menos ganas de encerrarse ocho horas para descubrir una melodía. En esas ocasiones se echa de menos poder manipular la música sin tener que buscar con tanto trabajo cosas que luego resulta que ya estaban descubiertas”. No obstante, a su manera y aprendiendo como se ha aprendido siempre el flamenco, escuchándolo de los mayores, Paco de Lucía jamás paró de estudiar. Otros cuentan que de niño jamás paraba de tocar. El dice: “Es cierto, sobre todo en la primera época, entre los 8 y los 12 o los 15 años. Nací en una familia con problemas económicos. Mi padre lo pasaba muy mal tratando de encontrar dinero para comer cada día y yo de chiquitito tenía la idea de que debía aprender rápido a tocar la guitarra para ganar plata y ayudar cuanto antesen mi casa. Efectivamente, a los 12 años ya estaba ganando dinero. Me fui a Estados Unidos y me pagaban 100 dólares a la semana. Yo era muy feliz entonces. En vez de ir a la escuela, con 12 años estaba viajando y ganando dinero. A esa edad uno no sufre; uno sufre cuando se va haciendo viejo”.
A pesar de su rechazo a volver a oír su propia obra, mucho de lo mejor de este músico, por suerte, se conserva en disco. Y los dos que Página/12 editará mañana y el próximo domingo 23 están entre los más significativos. Siroco, donde toca con el acompañamiento mínimo de una segunda guitarra, un cajón, palmas o la voz de un cantaor (Potito y Ramón “El Pesicola”), editado en 1987, está entre las cumbres de lo que podría considerarse su lado más puramente folklórico. Zyryab, donde entre otros tocan Chick Corea, el extraordinario bajista Carles Benavent y Jorge Pardo en flauta y saxo, se aventura en formas más alejadas de la tradición del flamenco y en estructuras de improvisación afines al jazz-rock de la época (el disco fue editado originalmente en 1990). Entre los dos, como si se tratara de los dos polos entre los que se tensa una música mágica, diseñan las fronteras de una trayectoria que va desde las más puras formas del cante grande (la seguidilla y sus derivados, entre ellos las soleás, las bulerías y las mineras) hasta el paisaje de los satélites del jazz, sin que se produzca fractura alguna.
Mucho de lo que constituye al jazz como género, está (con otro idioma, tal vez con otro gesto) presente en el flamenco desde siempre. Esa zona donde la música se parece llamativamente al deseo puro, el freno y el arranque repentino, la seducción y el abandono, el virtuosismo instrumental, los juegos de preguntas y respuestas, el diálogo con la tradición (los standards en el jazz y,e n el flamenco, las falsetas -variaciones– de los grandes guitarristas que se van transmitiendo de unos a otros) son comunes a ambos géneros. En los dos, el verdadero compositor es el intérprete y la obra no está completa hasta que se ve (o se oye) lo que ese músico en particular hace a partir de allí. “El flamenco es una música muy rica y emotiva”, explica. “Es una filosofía, una manera de vivir, una escala de valores, algo diferente”. Escuchar en “Zyryab” (el tema que da nombre al álbum, dedicado al supuesto inventor de la guitarra, un músico sirio del siglo VIII) a Chick Corea, reparar en su sutileza de toque, en la precisión perlada de su digitación y en la imaginación de sus improvisaciones, prestar atención a la guitarra de Paco de Lucía en “La barrosa” o “Cándida” (en Siroco) es, en todo caso, un placer comparable con muy pocas otras cosas. Hay allí, al mismo tiempo que el prodigio técnico que deslumbra, un grado de esencialidad infrecuente. Paco de Lucía toca muchas veces muchas notas. Y las toca más rápido que nadie. Y, sin embargo, nunca parece estar tocando una sola nota que no sea necesaria.
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